La Realidad, Chiapas, octubre de 1995. Foto: Yuriria Pantoja Millán

 

 

Cómo empezó todo

Subcomandante Insurgente Marcos

Hace 25 años llegó un pequeño grupo de urbanos, o de ciudadanos como les decimos nosotros, no a esta parte de la selva, sino mucho más adentro, lo que ahora se conoce como la Reserva de Montes Azules. En esa zona no había nada, mas que animales salvajes de cuatro patas y animales salvajes de dos patas que éramos nosotros. Y la concepción de ese pequeño grupo —estoy hablando de 1983-1984— era la tradicional de los movimientos de liberación en América Latina: un pequeño grupo de iluminados que se alza en armas contra el gobierno. Y eso provoca que mucha gente los siga, se levante, se tumbe al gobierno y se instale un gobierno socialista. Estoy siendo muy esquemático, pero básicamente es lo que se conoce como la teoría del “foco guerrillero”.

Ese pequeño grupo, de los que quedamos entonces, tenía esa concepción tradicional, clásica u ortodoxa, pero también una carga ética y moral que no tenía precedentes en los movimientos guerrilleros o armados en América Latina. Esta herencia venía de otros compañeros que ya habían muerto, enfrentándose al Ejército federal y a la policía secreta del gobierno mexicano.

Lo que lo hizo sobrevivir fueron dos elementos. Uno, era la necedad o la terquedad que, probablemente, esa gente traía en el adn. Y la otra fue la carga moral y ética que había heredado de los compañeros y compañeras que habían sido asesinados por el Ejército, en estas montañas precisamente. Las cosas se hubieran quedado ahí, con dos opciones: Un pequeño grupo que pasa décadas encerrado en la montaña, esperando algún momento que pasa algo y puede actuar dentro de la realidad social. O terminar, como alguna parte de la izquierda radical en México entonces, como diputados, senadores, o presidentes legítimos de la izquierda institucional.

Lo que pasó entonces es que ese planteamiento fue derrotado a la hora que confrontamos a las comunidades y nos dimos cuenta, no sólo que no nos entendían, sino que su propuesta era mejor.

Algo había pasado en todos los años previos, décadas previas, siglos anteriores. Nos estábamos enfrentando a un movimiento de vida que había logrado sobrevivir a los intentos de conquista de España, Francia, Inglaterra, Estados Unidos, y de todas las potencias europeas, incluyendo la Alemania nazi. Lo que había hecho resistir a esta gente había sido un apego a la vida que tenía que ver mucho con la carga cultural. La lengua y la forma de relacionarse con la naturaleza presentaban una alternativa no sólo de vida, sino de lucha. No les estábamos enseñando a nadie a resistir. Nos estábamos convirtiendo en alumnos de esa escuela de resistencia de alguien que llevaba cinco siglos haciéndolo.

Los que venían a salvar a las comunidades indígenas fueron salvados por ellas. Y encontramos rumbo, destino, camino, compañía y velocidad para nuestro paso. Lo que llamamos “la velocidad de nuestro sueño”.

En el momento en que el pequeño grupo guerrillero hace contacto con los pueblos, hay un problema y una lucha. Yo tengo una verdad —yo, el grupo guerrillero—, y tú eres un ignorante, te voy a enseñar, te voy a adoctrinar. Error y derrota.

A la hora que se empieza a construir el puente del lenguaje, y empezamos a modificar nuestra forma de hablar, modificamos nuestra forma de pensarnos a nosotros mismos y de pensar el lugar que teníamos en un proceso: servir.

De un movimiento que se planteaba servirse de las masas, los proletarios, los campesinos, los estudiantes, para llegar al poder y dirigirlos a la felicidad suprema, nos estábamos convirtiendo, paulatinamente, en un ejército que tenía que servir a las comunidades. En este caso, las comunidades tzeltales, que fueron las primeras donde nos instalamos. El contacto con los pueblos significó un proceso de reeducación más fuerte y más terrible que los electroshocks que acostumbran en las clínicas siquiátricas.

¿Qué pasó después? El EZLN se convierte en un ejército de indígenas, al servicio de los indígenas, y pasa de los seis con que empezamos el EZLN, a más de seis mil combatientes. ¿Qué es lo que detona el alzamiento? ¿Por qué decidimos alzarnos en armas? La respuesta está en los niños y las niñas. No fue un análisis de la coyuntura internacional. No era propicia para un alzamiento armado. El campo socialista había sido derrotado, el movimiento de izquierda en América Latina estaba en una etapa de repliegue. En México, la izquierda lloraba la derrota después de que Salinas de Gortari no sólo había hecho un fraude, sino había comprado a buena parte de la conciencia crítica de la izquierda.

Por diversas partes empezó a surgir esta inquietud. Vamos a decirlo por su nombre: esta rebeldía, en las mujeres zapatistas, que había que hacer algo. Nosotros hicimos lo que teníamos que hacer, entonces, que era preguntar a todos qué íbamos a hacer. Hubo en 1992 una consulta, y pueblo por pueblo se realizaron asambleas. Se planteaba el problema. La disyuntiva era muy sencilla: si nos alzamos en armas, nos van a derrotar, pero va a llamar la atención y van a mejorar las condiciones de los indígenas. Si no nos alzamos en armas, vamos a sobrevivir, pero vamos a desaparecer como pueblos indios. La lógica de muerte es cuando nosotros decimos: no nos dejaron otra opción. Ahora, los que llevamos más tiempo aquí decimos: qué bueno que no teníamos otra opción.

Los pueblos dijeron: para eso estás, pelea con nosotros. No se trataba sólo de una relación formal, de mando. Porque formalmente era al revés: el EZLN era el mando y los pueblos eran los subordinados. Pero en los hechos era al contrario: los pueblos sostenían, cuidaban y hacían crecer al EZLN. Fue importante también la participación de un compañero mestizo, de la ciudad, el Subcomandante Insurgente Pedro, que cae combatiendo el primero de enero de 1994.

Pasó lo que pasó. Se abre una etapa de resistencia donde se pasa de la lucha armada a la organización de la resistencia civil y pacífica. En este proceso cambió la posición del EZLN respecto al problema del poder. Y esta definición es la que va a marcar de manera más honda la huella en el camino zapatista. Nosotros nos habíamos dado cuenta —y en el no­sotros ya van incluidas las comunidades, no sólo el primer grupo— que las soluciones, como todo en este mundo, se construyen desde abajo hacia arriba. Y nuestra propuesta anterior, y toda la propuesta de la izquierda ortodoxa hasta entonces, era al revés: desde arriba se solucionan las cosas para abajo.

 

Las palabras del Teniente Coronel Moisés y el Subcomandante Marcos que se publican aquí son parte de los mensajes dirigidos por ellos en la comunidad La Garrucha a la Caravana nacional e internacional de observación y solidaridad con las comunidades zapatistas, en agosto de 2008.

 

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