Usted está aquí: martes 18 de noviembre de 2008 Opinión Los vientos de la Caixa

Teresa del Conde/ I

Los vientos de la Caixa

La exposición vigente en el Antiguo Colegio  de San Ildefonso, en  Justo Sierra 16, Centro Histórico, se anuncia así: Viento del Oeste. Viento del Este. Colección Caixa Galicia. Con obras de Picasso, Miró, Dalí.

Fuera de que esos tres artistas de las vanguardias históricas están representados en la colección permanente del museo Tamayo (Picasso, por cierto, con un cuadro tardío, aunque muy importante), es difícil verlos reunidos en México.

El título funciona entonces  como golpe publicitario que desencadena la concurrencia y la exposición cuenta con bastante público. Los domingos se hace fila para hacerse de boleto, aunque al pasar de la primera a la segunda, tercera sección, etcétera, los visitantes empiezan a decepcionarse. No porque se  sienta que fue rellenada con guarumo, sino porque las piezas reunidas en las salas intermedias, salvo contadas excepciones, están lejos de responder a las expectativas anunciadas. Sin embargo, la sala final es espectacular.

El espacio de apertura, en semipenumbra, se anota un  acierto museográfico. Sólo hay allí una pieza: Chino riéndose, del escultor e instalacionista madrileño Juan Muñoz (1953-2001), que cuenta con buena representación tanto en Bilbao como en Oporto, donde se encuentra el conjunto público de 13 personajes, todos risueños.

A principios de este año la Tate Modern le rindió homenaje con una gran retrospectiva, pues al igual que la portuguesa Paula Rego, siempre fue no sólo muy bien aceptado, sino promovido en el Reino Unido.

La escultura a la que aludo, como la mayoría de las que realizó, es de fibra de vidrio y poliéster y está colocada ante un espejo. Magnífico inicio que da acceso a la sala llamémosle “magistral”.

Los dos pequeños dibujos de Picasso, en el muro frontal, provocan que las personas se reunan allí, como si fueran a recibir una bendición del malagueño. El de 1901 mucho debe a la corriente simbolista y específicamente a Gauguin en la época de Pont Auven, como igual a Toulouse Lautrec.

Para Picasso ese año tan productivo se inició con el suicidio de quien era entonces su más cercano amigo: Carles Casagemas, a quien conocemos casi únicamente a través de él, pues  lo pintó y dibujó vivo y difunto. La naturaleza muerta al óleo de 1922 no es un buen Picasso poscubista. En cambio, le está vecino un estupendo Joaquín Torres García que jala la atención. Port Constructif, de 1925, es una lección en cuanto a color y composición, sin tener nada que ver con el cubismo y sí, ya, con  presupuestos constructivistas que animarían más tarde el Taller del sur.

El artista de Montevideo, uno de los maximos pilares del arte latinoamericnao, vivió largo tiempo en Europa y la pintura que aquí lo representa muy probablemente fue realizada en Barcelona. Regresó a su país en 1934.

Si uno se para en medio de la sala, tal vez va directo a la pintura de Óscar Domínguez, quizá porque recuerda inmediatamente, bajo otra tónica, la paleta y las figuras ceñidas de Giorgio de Chirico.

Una de las pinturas más interesantes de esta sala es ésa y lo es, según mi criterio, porque el método inventado por el artista canario, la decalcografía, no fue empleado en ella.

El cuadro de Miró, de 1976, Cabeza: pájaro (con un ojo colgante) ve hacia atrás respecto de la trayectoria de este artista que atestiguó la creación de la Fundación Miró en la colina de Montjuic (Barcelona), en 1976. Murió a los 90 años y Picasso a los 92.

Pero la pieza maestra de esa sección es probablemente la pintura de Dalí, sea o no que nos guste. Les roses sanglantes, de 1930, con todo y su aspecto sobado y su incontestable tónica kitsch es un cuadro perturbador, pareciera que las rosas que sangran a la altura del sexo del cuerpo desnudo de la mujer,  estuvieran hechas de jabón o de parafina y se derritieran (sangran), porque el vello púbico las calienta, pues de hecho está representado como si fuera una flama.

Hay en esa misma sala un buen óleo de Marie Blanchard, la prima de Germán Cueto, realizado en 1923, L’Ivrogne (El borracho) es una pintura efectuada en París, contemporánea de varias escenas interiores de Suzanne Valadon, la madre de Maurice Utrillo.

El curador de la exposición Viento del Oeste. Viento del Este. Colección Caixa Galicia. Con obras de Picasso, Miró, Dalí fue Alfonso de la Torre. Existe un folleto que versa principalmente sobre la vocación de la Caixa Galicia, por lo que me propongo abundar al respecto.

 
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