Usted está aquí: miércoles 19 de noviembre de 2008 Opinión Detroit contra Wall Street

Alejandro Nadal

Detroit contra Wall Street

Ampliar la imagen Integrantes del sindicato estadunidense de trabajadores del sector automotriz salen de una asamblea en Warren, Michigan Integrantes del sindicato estadunidense de trabajadores del sector automotriz salen de una asamblea en Warren, Michigan Foto: Ap

Los mercados financieros siguen cuesta abajo, mientras el paquete de rescate del Departamento del Tesoro es objeto de fuerte pelea. La rebatiña no es sólo entre los gigantes financieros. Un nuevo contendiente ha aparecido en escena: es el lobby automotriz. General Motors, Ford y Chrysler, los tres grandes (3G) en Detroit quieren una tajada del pastel.

Henry Paulson, secretario del Tesoro, manifestó ayer su oposición a utilizar parte de los 700 mil millones de dólares del rescate financiero ya aprobado para sacar del bache a los tres grandes de la industria automotriz estadunidense. Paulson quiere guardar todo el paquete para sus colegas en Wall Street, argumentando que eso permitirá restaurar liquidez en los mercados y permitir a los corporativos no financieros remontar la crisis.

Los demócratas (incluyendo a Obama) presionan para que Washington comprometa por lo menos unos 25 mil millones de dólares para rescatar a Detroit. Argumentan que la precaria situación de los 3G amenaza cualquier intento de recuperación. Los tres gigantes han tenido fuertes pérdidas debido a los altos precios de la gasolina. Hoy que los combustibles han bajado de precio, se cayó la demanda de autos debido a la crisis. Más de 1.6 millones de empleos dependen del complejo industrial automotriz. Cientos de industrias proveedoras estarían en dificultades si alguno de los 3G solicita cobijo al amparo de la ley de quiebras. Demasiado grandes para dejarlos caer, pero Paulson responde que cualquier ayuda debe provenir del paquete aprobado por el Departamento de Energía destinado a la reconversión para producir automóviles más eficientes en consumo energético.

Otras voces se elevan contra el rescate, con el argumento de que Detroit es el único responsable de su difícil situación. Desde hace 40 años se durmió en sus laureles y dejó de ser líder en innovaciones (la última innovación importante introducida por Detroit fue la transmisión automática en 1952). Además, como casi toda la producción estadunidense es para consumo doméstico, los 3G siempre dieron la espalda a la producción de autos más eficientes en consumo energético. O sea, Detroit se lo buscó y ahora debe ajustarse a la disciplina del mercado. Ese razonamiento suena lógico, sólo que también se aplica al rescate de Wall Street.

El vínculo entre el lobby automotriz y la crisis financiera es anterior a la disputa por el paquete de rescate. El complejo industrial automotriz introdujo innovaciones básicas en el sentido de Schumpeter: como una fuerza capaz de organizar el sistema manufacturero alrededor de sus necesidades. Además, la tecnología de producción en masa permitió acceder a economías de escala inéditas y una espectacular reducción de costos unitarios.

Eso hizo posible la introducción de una norma salarial y niveles de consumo masivo en lo que Gramsci bautizó como fordismo. El autor de los Quaderni del carcere admiraba la capacidad productiva de la industria automotriz estadunidense y se preguntaba si sería precursora de una nueva época histórica. Lo cierto es que la producción en masa del fordismo implica una muy fuerte rigidez debido a los altos niveles de integración vertical. Y los competidores japoneses buscaron una trayectoria alternativa.

Desde los años setenta, Toyota y Nissan introdujeron nuevas máquinas herramienta para trabajar una mayor gama de líneas de producción, en lotes más pequeños y con costos unitarios inferiores a los del fordismo. Había nacido la manufactura flexible: mientras los 3G tardaban cuatro días en cambiar los troqueles y una matriz para imprimir los componentes de un nuevo modelo, Tokio hacía lo mismo en seis horas.

Detroit no pudo con la competencia. La pérdida de terreno en el mercado fue inexorable y se buscaron todo tipo de artimañas para sobrevivir. Chrysler casi entró en bancarrota bajo Reagan y sólo el sacrificio de los trabajadores sindicalizados le permitió salir adelante. Y cuando la manufactura flexible fue descubierta en Detroit, se le acompañó de un salvaje proceso de subcontratación (outsourcing) que sirvió para “disciplinar” al poderoso sindicato automotriz (UAW).

Detroit no tenía otras armas para competir con los tenaces fabricantes extranjeros y tuvo que recurrir al estancamiento del salario real. Las implicaciones macroeconómicas son evidentes: desde los años setenta, el endeudamiento de las familias en Estados Unidos fue el mecanismo utilizado para mantener un nivel de vida que de otro modo habría declinado de manera notable. Ese endeudamiento es precisamente uno de los componentes clave del desequilibrio macroeconómico estructural de la economía estadunidense y de la crisis financiera.

Estados Unidos parece haber abandonado las manufacturas a favor de las finanzas. Hoy que chillan los 3G, hay que recordar el dicho de Marx: para el capital, la producción es un mal necesario. Lo que el capitalista quiere son ganancias. Le gustaría evitar los riesgos de la producción (obreros, etc.). En la especulación puede encontrar a la gallina de los huevos de oro. Detroit descubrió esto y ahora reclama su pedazo del rescate. Obama se lo dará, pero con condiciones.

 
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