Usted está aquí: miércoles 19 de noviembre de 2008 Opinión La Muestra

La Muestra

Carlos Bonfil
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■ Una dama para dos

En 1955 el estadunidense Richard Fleischer se inspira en un crimen pasional de principios del siglo pasado para realizar una cinta muy efectiva, The Girl in The Red Velvet Swing (titulada en México, El escándalo del siglo), que tiene entonces algunos problemas con la censura. Sus protagonistas son Ray Milland, Farley Granger y Joan Collins. El célebre arquitecto neoyorquino Stanford White conquista ahí a una bailarina, pero un joven muy acaudalado termina arrebatándosela y casándose con ella; a pesar de su pírrica victoria amorosa, sus celos persisten creyendo que la joven lo engaña con White, a quien finalmente asesina.

En Una dama para dos (Une fille coupée en deux), el veterano francés Claude Chabrol propone una adaptación muy libre de ese caso de nota roja, con guión suyo y de su fiel colaboradora Cécile Maistre, y añade a la trama original una buena dosis de malicia elegante, la misma que despliega en películas muy recientes, La flor del mal o La comedia del poder. Charles Saint Denis (Francois Berléaud) es aquí un seductor novelista exitoso, un libertino sexagenario, que sin dificultades cautiva el interés de una joven presentadora de televisión, Gabrielle Deneige (Ludivine Sagnier). Al mismo tiempo la joven es asediada por el apuesto y esquizofrénico dandy Paul Gaudens (Benoît Magimel), cuya seducción rechaza, sólo para aceptarlo en matrimonio cuando su propio asedio del hombre maduro se vuelve a su vez un fracaso.

Esta comedia negra de la obsesión erótica y el despecho amoroso se encamina, de modo truculento, a un desenlace trágico. Como se ve, la cinta de Chabrol y su referente principal, filmado medio siglo antes, tienen mucho en común en lo que a la trama se refiere, pero el tono dramático que maneja el director francés tiene la precisión de un mecanismo de relojería.

Una pista sonora seca, con ritmo atonal, sugiere los cálculos de poder en las relaciones amorosas. Saint Denis es un hombre casado, pero su mujer apenas tiene una presencia simbólica; su editora, Capucine Jamet (Mathilda May) se convierte, en cambio, en su cómplice para las faenas de libertinaje. Casi tenemos transplantada al siglo XX la mecánica de seducción y sometimiento de Las relaciones peligrosas (Laclos/Vadim/Frears), con la diferencia capital de que la joven Gabrielle Deneige dispone, a su favor y como reserva, de un arsenal suficiente para defenderse de los hombres entre los que se siente dividida; su voluntad de sacrificio sólo es aparente, cuando no engañosa.

A través de esta historia pasional, Chabrol se libra nuevamente a la disección de la moral burguesa, un entretenimiento al que ha dedicado casi ya 70 largometrajes en su muy prolífica carrera. Cuenta aquí con actuaciones sobresalientes y una fotografía (Eduardo Serra) depurada. Inclusive los caprichos de algún número de magia (que en otra cinta parecería ridículo, cuando no literalmente sacado de la manga), cumplen aquí la función muy precisa de perturbar al espectador y confundir aún mas sus expectativas. Chabrol sigue siendo un director en dominio pleno de su talento artístico.

 
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