Usted está aquí: viernes 21 de noviembre de 2008 Opinión Economía Moral

Economía Moral

Julio Boltvinik
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■ Principios de medición multidimensional de la pobreza

■ Principio del bien-estar marginal decreciente

El filósofo de la ciencia Hilary Putnam relata que hacia finales del siglo XIX los economistas neoclásicos (Jevons, Marshall) adoptaron el concepto de utilidad, supusieron que podía ser cuantificado y dibujaban curvas de utilidad, cuya forma estaba determinada por la Ley de la Utilidad Marginal Decreciente (LUMD), según la cual la utilidad derivada de cada unidad adicional consumida disminuye al aumentar el consumo. Añade que en 1920 Pigou argumentó que también el dinero y el ingreso están sujetos a la LUMD y de ello derivó la tesis de que la disminución de la desigualdad del ingreso aumenta el bienestar social, ya que la utilidad (o felicidad) social total aumentaría si se le quitaran mil pesos a un millonario y se le entregaran a un indigente. Tesis tan subversiva, sin embargo, no podría durar en la academia (que tiende a la apología de lo existente). Putnam relata que en 1938 L. Robbins convenció a los economistas de la corriente principal de la economía de que las comparaciones interpersonales de utilidad carecen de cualquier significado y que las cuestiones éticas deben mantenerse fuera de la teoría económica.

Convencidos por estas ideas de Robbins, los economistas, lejos de abandonar la disciplina de la Economía del Bienestar, buscaron un criterio que fuese neutral, en términos de valores, del funcionamiento económico óptimo, y lo encontraron en la noción del óptimo de Pareto. Este óptimo, dado que está fundado en la imposibilidad de comparar la utilidad entre personas, sólo puede afirmar que ha habido mejoría social cuando algunos son beneficiados, pero nadie es perjudicado. Por tanto, Putnam dice:

El óptimo de Pareto es, sin embargo, un criterio terriblemente débil. Derrotar a la Alemania nazi en 1945 no puede ser considerada un óptimo de Pareto, por ejemplo, porque al menos un agente –Adolfo Hitler– fue movido a una superficie de menor nivel de utilidad.

El resultado de esta historia, concluye Putnam, es que si ha de haber una materia como Economía del Bienestar, y si esa materia ha de abordar la pobreza, habría que añadir, entonces no puede evitar cuestiones éticas sustanciales.

En la idea de la LUMD hay un símil con la ley de la productividad marginal decreciente de la propia teoría neoclásica que se refiere a aumentos de un factor de la producción cuando al menos uno de los demás factores se mantiene constante. El ejemplo clásico es la agricultura donde el factor fijo es la tierra y al variar algunos insumos (semilla, fertilizante) aumenta la producción, pero la productividad marginal va decreciendo. Aunque la LUMD podría sustentarse en el caso de bienes específicos sin recurrir a la presencia de un factor fijo, basándose en el concepto de saciedad, éste no permite sustentar la vigencia de la LUMD para el ingreso en su conjunto. Pero S. B. Linder arrojó luz al respecto al señalar que los economistas suponen que el consumo ocurre instantáneamente, que el consumo no consume tiempo, lo que es falso. Una vez que el tiempo de consumo es considerado, el proceso de consumo se considera como el resultado de la conjunción de tiempo personal más bienes y servicios (disfrutar de una obra de teatro supone tanto pagar los boletos como asistir a la función, dedicar tiempo). Así, sostiene que el tiempo no es sólo un recurso para la producción, sino también para el consumo. Pero el tiempo es un recurso muy especial: el tiempo personal total (diario o semanal) no puede ser aumentado, ahorrado, ni acumulado, y se distribuye igualitariamente.

Con la opulencia, las personas tienen acceso a más bienes y servicios: el tiempo se va volviendo cada vez más ‘escaso’ y los bienes más abundantes. Puesto que el consumo supone la combinación de tiempo y bienes, cada vez menos tiempo será dedicado a cada bien de consumo. Disminuirá el ‘rendimiento’ de los bienes y, con ellos, el del ingreso. El crecimiento económico se asocia erróneamente con una opulencia total y no con una parcial, debido a la falta de conciencia que el consumo requiere tiempo.

Está aquí la respuesta buscada: la LUMD del ingreso se fundamenta en la existencia del factor fijo tiempo ante un aumento del acceso a bienes y servicios. Una de las consecuencias es, señala Linder, que los placeres tradicionales están bajo presión. Que comer se vuelve una actividad inferior, que deja de ser un placer primario con dimensiones psicológicas profundas y se convierte en una función de mantenimiento. De ahí la tendencia al predominio del fast food. El amor sexual, dice Linder, toma tiempo y la presión para ahorrarlo hace que las aventuras sexuales, que requieren mucho tiempo, se vuelvan menos atractivas, que se reduzca el tiempo dedicado a cada encuentro sexual y que su frecuencia decline. Predominio del fast-sex, podríamos añadir. La subversiva idea de Linder, que revive la tesis de Pigou y la fundamenta, ha sido, naturalmente, ignorada por la ortodoxia económica que así pone en evidencia al servicio de quién y qué está.

De estos antecedentes derivo el principio de la utilidad marginal decreciente del bien-estar (UMDBE) por arriba del umbral normativo ante incrementos sucesivos de satisfactores. Dado el carácter finito del tiempo disponible, satisfactores como relaciones y actividades del sujeto, que requieren del recurso tiempo, sólo pueden aumentarse dentro de rangos estrechos. En cambio, la posesión de objetos no parece tener límites, aunque no se usen o se usen poco. La aplicación de este principio se puede expresar en la aplicación de una función de bien-estar adecuada, como son las desarrolladas por Atkinson (véase gráfica). Este principio se complementa con el principio derivado (o asociado) de la existencia de un máximo de bien-estar, tanto en cada dimensión de las necesidades humanas como en el agregado, más allá del cual el bien-estar marginal derivado de adiciones de satisfactores es cero o, en algunos casos como los alimentos, negativo.

 
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