Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 23 de noviembre de 2008 Num: 716

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Andrea Camilleri: actualizando el referente
JORGE ALBERTO GUDIÑO

Siete poemas
LEDO IVO

Del Chavo del Ocho a la efedrina
JUAN MANUEL GARCÍA

Carlos Fuentes: La memoria y el deseo
ANTONIO VALLE

El pensamiento de Hermann Keyserling
ANDREAS KURZ

La filosofía en México ¿para qué?
GABRIEL VARGAS LOZANO

Gays de California, ¡uníos!
ROBERTO GARZA ITURBIDE

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Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

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Ana García Bergua

Tres estampas de una visita londinense

I

El encargado de recibir al público en el Museo de Sherlock Holmes es un hombre alto de carácter flemático y un tanto opiáceo. Ataviado con su bata roja de estar en casa, nos indica que podemos sentarnos en el sofá y tomar fotografías de aquella salita donde se reproducen, en una ambientación casi perfecta, el escritorio del gran personaje y algunos raros y escabrosos objetos: sus frascos, sus libros, sus pipas, y una mesa cubierta con un cristal que guarda unas incriminadoras orejas y un dedo. Después subimos por las escaleras de la casita del número 221b de Baker Street –que crujen a propósito, así como las puertas chirrían hermosamente– y el hombre se queda ahí, atrapado en su ambiente, como quedarán los personajes de las obras literarias cuando el escritor tiene que dejar a medias la narración para ocuparse de otra cosa. Mientras examinamos con detectivesca atención la recámara de Watson, las figuras de cera que representan al señor Godfried Staunton, al doctor Grimsby Roylott, a Reginald Musgrave, a Violet Humer, al rey de Bohemia y al terrible doctor Moriarty, entre otros cerosos fenómenos, así como a un gran pájaro disecado, no podemos dejar de pensar en aquel hombre que se queda en el cuarto de estar de Holmes y repite lacónicamente a los que entran que pueden tomar fotografías y sentarse en el sillón. ¿Cómo quedará después de pasar los días encerrado en la casa de Sherlock Holmes, poseído de su personaje? Tal vez al salir de regreso a su casa y pasar a tomarse una cerveza en el pub de Shelock Homes (donde se guarda la cabeza del aterrador sabueso de los Baskerville), antes de tomar el subway , se sienta un poco fuera de lugar, extrañado de tener que ir a otro lugar, de encontrarse a una mujer y unos hijos que no sabe si serán criminales o víctimas de alguno de sus casos. Quizá le parecerán unas inquietantes figuras de cera y les dirá que pueden tomar fotografías y sentarse en el sofá.

II


Dr. James Moriarty
Ilustración de Signey Paget

Para entrar al cementerio victoriano de Highgate y admirar sus tumbas verdosas por la lluvia, hay que hacer una cita y llegar puntual. El pequeño grupo de visitantes será recibido por una anciana dama de talante igualmente victoriano, aunque su atuendo y su sombrero, todos en exquisito rosa pálido, se parezcan más a los trajes que usa la actual reina Isabel para ir a las carreras de caballos. La dama, en un inglés simpático y exquisito, pasará lista a cada uno de los visitantes e insistirá en la obligatoriedad de leer las reglas de comportamiento en el cementerio (pegadas en el portal), así como en el trabajo que realiza el Friends of Highgate Cemetery Trust desde 1975 para mantener las tumbas y los jardines en buen estado. No se le debe preguntar sobre la leyenda del vampiro de Highgate que provocó tantas y tan espantosas profanaciones en los años sesenta, a raíz de las cuales el Trust se ha ocupado de cuidar de los exorcistas nocturnos este cementerio, el mejor de Inglaterra, según afirma la dama con orgullo. Después un guía nos pastorea entre tumbas tan hermosas que dan ganas de ponerse a llorar reclinados en ellas, igual que los ángeles prerrafaelitas y las vasijas con flores que las adornan. Entre la maleza dramática y desbordada de Highgate, bajo sus tumbas yacen Karl Marx, George Elliot y la infortunada musa de los prerrafaelitas Elizabeth Siddal, entre muchos otros. El guía, hombre de temple sarcástico que disfruta enormidades el contar la petite histoire enterrada bajo cada losa, asegura que no debemos creer nada de lo que la dama de rosa nos haya dicho a la entrada. Está completamente loca, añade, mirando al cielo.

III

La galería de la Ilustración del Museo Británico es un lugar en cierta manera extravagante: en ella se muestran las colecciones realizadas por los exploradores y los estudiosos que durante el siglo XVIII viajaban para descubrir el mundo antiguo y los sitios lejanos. Toda la galería está forrada de armarios donde se coleccionan piedras, flechas, huesos, insectos, cascos medievales, cristales o aparatos para medir distintas cosas, animales, vegetales o minerales. Es como un gran gabinete de descubrimientos y también de rarezas: por ejemplo, en una mesa se puede observar la curiosa bola de cristal y el disco de oro del doctor John Dee, el curioso matemático, astrólogo y mago de la época isabelina. La bola de cristal es muy pequeña, pero lo más interesante de todo es la manera en que los visitantes se asoman a su interior, cautos e ilusionados, como si esperaran, en el fondo, ver su futuro.