Usted está aquí: miércoles 26 de noviembre de 2008 Política Venezuela: costos de la revolución

José Steinsleger

Venezuela: costos de la revolución

Paradoja uno. Los bolivarianos y el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), que en los comicios regionales del domingo pasado obtuvieron 17 de 22 gobernaciones y 81 por ciento de las alcaldías, andan desanimados porque los antichavistas entendieron que la democracia (o lo que ellos entiendan por tal) no se defiende desde Miami. El PSUV recuperó dos gobernaciones, sumó 5 millones y medio de votos, y la oposición disminuyó su porcentaje de votos en 10 por ciento en relación con los comicios pasados.

Paradoja dos. La “democracia sin adjetivos” (preciado sofisma de la dominación oligárquico-imperialista) sufrió un nuevo revés en Venezuela. Por duodécima ocasión en 10 años, el gobierno de Hugo Chávez se dio el lujo de celebrar elecciones limpias en las que participaron todos, incluyendo las fuerzas políticas que buscan desestabilizarlo.

Paradoja tres. Ambas paradojas (valga la redundancia) representan un poderoso termómetro para saber, con relativa exactitud, lo que el uno y el otro bando tienen: un pueblo con profundos sentimientos de patria y nación, y una sociedad que, al decir de Marx en el prólogo al primer tomo de El capital, “… en los países ricos ve el espejo de su propio porvenir”.

Recurrente y exasperante error del clasismo izquierdista, la revolución bolivariana sólo cuenta con proyectos, programas y propuestas para los primeros. No está mal. El problema es que si una revolución social le da las espaldas políticas a los sectores medios, y sólo busca el apoyo de “las masas”, se echa la soga al cuello.

Pobreza más injusticias, miseria más privilegios, no son iguales a revolución. Tales flagelos podrían ser también el caldo de cultivo de la contrarrevolución. O sea, la que en Venezuela está en marcha, conducida por una derecha aún desorganizada, pero que empieza a ensayar una estrategia de poder distinta a la imbecilidad golpista de abril de 2002.

Cuantitativamente, no hay discusión: el pueblo necesitado de la revolución es aplastante mayoría. En cambio, cualitativamente, sí la hay. No se entiende bien por qué, en un mundo donde los medios son auténticas “armas de destrucción masiva”, el gobierno de Chávez ha venido mezclando los conceptos de información y comunicación con los de ideología y propaganda. ¿Sorprende entonces que por aquí empiece a recibir los primeros “jonrones” o goles de la oposición?

Es increíble que con ingentes recursos económicos, y en el país pionero en el gran debate del nuevo orden informativo mundial, la revolución bolivariana carezca de un periódico nacional, o que se dé por hecho que el pueblo es “como el Che” y Bolívar, o se crea que Telesur llega a “50 millones” de personas y que sus noticieros sólo se concentren en el acontecer de los países más progresistas del continente.

¿Necesidad de “revolución permanente”? Puede ser. Mas cuidado con las tautologías funcionales a voluntarismos de tipo ideológico y político. Nada es permanente, y ya en el siglo pasado asistimos a la proyección de varias películas que trataron el tema. En asuntos de revolución social, la experiencia histórica sugiere que a más de lo económico y político hay que incluir el estado real de la sicología, nivel cultural, sentimientos y emociones de los pueblos.

Aspectos que los medios de comunicación hegemónica trabajan con sesgada y perversa excelencia profesional. Inclusive, ha crecido la calidad del discurso progre en sectores intelectuales y académicos que tuercen y retuercen los propósitos del proyecto revolucionario. Frente a esto, es hora de que la izquierda anticapitalista se ponga a revisar, “por abajo” y “por arriba”, si los referentes sociológicos del siglo XIX europeo (y en particular el purismo ideológico) cuadran con el “socialismo del siglo XXI”.

En adelante, el antichavismo deberá redoblar sus esfuerzos para seguir sosteniendo que en Venezuela hay “dictadura”, o que no existe un sistema democrático regido por las reglas que ellos mismos defienden.

No es grave que un líder hable demasiado. Un líder debe hablar y mucho. Aunque si le concediese espacio a otros dirigentes, la revolución se lo agradecería. Hablar menos para demostrar que todo liderazgo es circunstancial, y para que el pueblo conozca mejor las causas por las que se perdieron bastiones electorales estratégicos: alcaldía de la capital (Caracas, mas no el municipio) y los estados de Zulia, Táchira, Miranda, Carabobo y la populosa barriada de Petare (800 mil habitantes).

Toquemos madera. Pero, en caso de que se produzca el magnicidio de Chávez (opción que el imperio y la oposición “democrática” continúan acariciando), sobre la dirigencia bolivariana recaerá la conducción política del proceso de emancipación social, al que le urge organización cívico-popular, disciplina política y comunicación efectiva.

 
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