Usted está aquí: lunes 1 de diciembre de 2008 Opinión La atracción del vacío

Gustavo Esteva

La atracción del vacío

Poco a poco, cada quien a su manera, la gente ocupa los espacios que abandonan el gobierno y los partidos. Ejerce su poder político en sus nuevos empeños colectivos.

El contexto estimula este despertar. La crisis financiera se profundiza y su efecto dominó se extiende en la economía real. Las circunstancias que la precipitaron siguen intactas: el ingreso real continúa cayendo y el dinamismo económico no puede ya basarse en crédito al consumo. Remedios keynesianos atenúan la caída del empleo, pero si se aplican con cuentagotas, como hasta ahora, son ineficaces. Lejos de recurrir al aumento sustancial en el ingreso real de la gente, lo único que serviría, se le combate activamente y se exige prudencia a los sindicatos, que la adoptan resignadamente: su debilidad propició la congelación de los salarios.

Mientras la lumbre llega ya a los aparejos de un número creciente de personas, los partidos políticos se sumergen en pleitos familiares concentrados en el corto plazo e intereses espurios. El caso más conocido es el del PRD, cuyos militantes se aferran con vergüenza a un aparato que les resulta cada vez más ajeno y contraproductivo. Pero todos los partidos andan en lo mismo. Viejos militantes panistas se preguntan si el suyo tiene todavía salvación. Cuadros forjados en el “nacionalismo revolucionario”, que parecían curados de espanto, tratan de averiguar qué cosa es la laxa coalición de grupos mafiosos que todavía se llama PRI, cuyos capos acaban de reunirse para ofrecer solidaridad a Ulises Ruiz... y seguir dándose patadas debajo de la mesa.

El vacío creado por la descomposición de las clases políticas atrae a toda suerte de actores. Mafias subordinadas por años al poder central, como las de caciques locales, o relacionadas contradictoriamente con él, como las del narco, operan ahora con autonomía. A veces hay acomodos entre el grupo mafioso y la población local, pero cada vez más la gente disputa el territorio, lo que genera tensiones casi insoportables.

La sociedad civil, como seguimos llamando al descontento confuso, profuso y difuso que se ha estado articulando políticamente por más de 20 años, retoma para sí cuanto había delegado en el gobierno y los partidos, empezando con la definición de la buena vida. Era atribución del Estado, que delegó la función en el mercado y los medios, los cuales la cumplieron con eficacia. Llegaron a configurar comportamientos y patrones de consumo homogeneizadores y destructivos, estéticamente pobres, filosóficamente bárbaros, ecológicamente insensatos y socialmente injustos. Hace tiempo la gente comenzó a despertar, pero las vanguardias disidentes que proliferaban no tenían mayor impacto. La coyuntura altera radicalmente esta situación. Aunque propicia la walmartización, porque la gente cae en el garlito de lo más barato, el mercado y los medios carecen de eficacia cuando no hay poder de compra, como ahora. Por razones de estricta supervivencia, o como fruto de una reflexión sensata, mucha gente se afirma hoy en su propia definición de la buena vida y retoma los caminos que le permiten vivirla, en vez de enajenarse a modos económicamente inviables. ¿Cómo jugar al consumismo si el ingreso actual no alcanza siquiera para la canasta básica? Sólo puede seguirlo haciendo una minoría acomodada, la única, además, que todavía puede soportar la propaganda babosa “para vivir mejor” que asesta a todos el gobierno.

Recuperar la propia definición de la buena vida significa también regresar del futuro. Mientras el gobierno y los partidos buscan aún entretener a sus audiencias cada vez más reducidas con futuros prometidos crecientemente inciertos, numerosos grupos se desligan radicalmente de ese juego de ilusiones. Conscientes o no de que así se apegan a la inspiración zapatista y a las propuestas de la otra, se empeñan en formas de construcción autónoma, conectadas horizontalmente, montadas en la ola mundial que surgió ante la marejada mortal de la globalización. John Jordan, el activista que participó en la fundación del movimiento para recuperar las calles, lo ha expresado con claridad:

“Nuestros movimientos están tratando de crear una política que desafía todas las certidumbres de la política tradicional de izquierda. En vez de poner otras nuevas en su lugar, disuelven la idea de que tenemos respuestas, planes o estrategias que son irrebatibles o universales… Tratamos de construir una política…que actúa en el momento, no para crear algo en el futuro, sino para construir en el presente. Es la política de aquí y ahora. Cuando se nos pregunta cómo vamos a construir un nuevo mundo, nuestra respuesta es: ‘No sabemos, pero vamos a construirlo juntos’.”

Esto es, en un sentido muy preciso, lo contrario del cortoplacismo del gobierno y los partidos. Es respuesta de fondo a la crisis, al tanto de su carácter. Y en eso estamos.

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