Usted está aquí: martes 2 de diciembre de 2008 Opinión La manipulación de las costumbres

Magdalena Gómez

La manipulación de las costumbres

A parte de la muy justa reivindicación del Día Internacional de No Violencia contra las Mujeres en el caso de las mujeres indígenas, que también la sufren como las no indígenas, se aprovecha para fortalecer el juicio cultural que ya cobró carta de legitimidad: según ciertos medios, los pueblos indígenas tienen en su cultura un elemento intrínseco como sería la violación a derechos humanos de las mujeres. Por lo tanto, el mensaje que transmiten es de descalificación de estos pueblos.

Qué difícil resulta desmontar este andamiaje y a la vez reivindicar que cada vez que se ejerza violencia contra una mujer, indígena o no, el agresor debe ser sancionado.

Por ejemplo, cuando encontramos extensos reportajes sobre “la venta” de las mujeres indígenas, ya no aparece por ningún lado la consideración de la dote, que tanto documentó la antropología dentro de las normas del matrimonio. Tenemos incluso normas legislativas que se refieren a “las costumbres perniciosas”.

La cuestión es que junto a los casos que, en efecto, pueden ser graves, no aparecen noticias sobre las transformaciones que se operan desde dentro de los pueblos a partir de lo que las propias mujeres han definido como costumbres “buenas” y costumbres “malas”.

No se analiza el impacto de las leyes zapatistas sobre mujeres que llevan 14 años en vigor, ni el papel de las mujeres, que en diversas regiones se han quedado a cargo de sus comunidades, no sólo de sus familias, ante la migración de los hombres en busca de recursos. No se da espacio a las voces de las mujeres indígenas organizadas que pelean desde dentro de sus pueblos y no se confunden al defender sus demandas colectivas frente al Estado o a las trasnacionales.

Hemos insistido en que lo que no se vale es la generalización de la cultura toda de estos pueblos, que el sesgo ideológico y discriminatorio se expresa cuando no se hace lo mismo respecto de la sociedad nacional y mayoritaria ante la multitud de agresiones graves a las mujeres no indígenas de todos los sectores y niveles económicos. En esos casos sí se abordan los hechos concretos.

Pero la manipulación de “las costumbres” también se presenta como fenómeno de poder local, en ocasiones asociado al de “fuera”, representado por los partidos políticos o los gobiernos estatales. En el ya lejano 1992 se pretendía tipificar como delito las “expulsiones” que en apariencia respondían a motivos religiosos. Se presentaban de manera destacada en Chiapas y la respuesta que el Estado pretendía dar era la penalización. Tras una audiencia pública y largos debates, así como la asistencia de algunos de nosotros(as) a asambleas comunitarias donde se dirimían estos asuntos, quedó claro que el problema no era de creencias religiosas de unos u otros y otras, sino de que la diferencia religiosa traía aparejada la negativa a dar las cooperaciones, hecho que estaba en la base del reclamo de las autoridades tradicionales.

Una vez que empezaron los acuerdos en torno a ese punto crucial disminuyó la presión, sin que tampoco se pueda afirmar, nuevamente, que no existan casos específicos de auténtica persecución religiosa. Precisamente la semana pasada el corresponsal de La Jornada, Elio Henríquez, dio cuenta de otra manipulación de “la costumbre” para afectar a mujeres cuyos padres las han dotado de tierra. Dado que la ley agraria no las incluye, ahora les decretan expulsión junto con sus familias con el argumento de que están casadas con “forasteros” y que eso “está prohibido”. Se trata de las autoridades del ejido Bella Vista, municipio de Frontera Comalapa.

Cuidemos entonces de apresurarnos a hacer generalizaciones y afirmar que los pueblos indígenas prohíben a las mujeres casarse con miembros de otras comunidades o con no indígenas. En este caso las agraviadas se están defendiendo y están organizadas con otras mujeres. Acudieron al Tribunal Unitario Agrario (TUA) y lograron que éste anulara el reglamento del ejido en las cláusulas que imponen la expulsión de mujeres casadas o en unión libre con hombres “foráneos”, argumentando usos y costumbres.

Habría que ver cuál es la situación del ejido referido y el contexto en que han llegado a estos conflictos. Por lo pronto, vale la pena considerar que las culturas son dinámicas: todas, indígenas o no, están en constante cambio, por lo que deberíamos evitar una suerte de petrificación o arqueología de las llamadas costumbres.

Sólo con una mirada crítica y a la vez comprometida podremos enfrentar las visiones racistas alimentadas con el poder de ciertos medios de comunicación. La pretendida sensibilidad hacia las mujeres indígenas no se acompaña de la misma postura respecto de sus pueblos y a las amenazas de criminalización, que, al igual que otros sectores sociales, enfrentan día con día.

 
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