Usted está aquí: domingo 7 de diciembre de 2008 Opinión Arresto domiciliario

Carlos Bonfil

Arresto domiciliario

Una farsa más, tal vez la más delirante de todas, en la filmografía muy dispareja del prolongado adolescente sexagenario Gabriel Retes. No hay forma de tomar buena parte de Arresto domiciliario mínimamente en serio, pero esto no es grave: tampoco lo hace su realizador y guionista, quien a lado de su esposa, Lourdes Elizarrarás, concibe aquí otra de sus caóticas escenas de la vida familiar (las anteriores, El bulto, Bienvenido Welcome 1 y 2), esta vez con su madre, Lucilla Balzaretti, como una anciana desprendiendo de su padecimiento real de Alzheimer la más insólita de las actuaciones. En esta nueva aventura fílmica, la familia Retes celebra, entre muchas otras cosas, su absoluta falta de decoro, su gusto por la autoparodia y el humor negro, su narcisismo de clan de marginados profesionales, y su desfachatez de filmar sus historias en pleno siglo veintiuno como si el cine no hubiera conocido evolución alguna desde los dorados años setenta, con factura desvergonzadamente primitiva, pero con una organización narrativa dentro del pretendido caos que no deja de sorprender a propios y a extraños, en particular a estos últimos.

Gabriel Villarreal (Gabriel Retes) es un pícaro empresario o un político corrupto (hoy en día apenas se nota la diferencia) acusado de fraude y confinado a un arresto domiciliario (como cualquier alto personaje que desde casa goza en México el privilegio de su impunidad altanera). Ahí debe convivir con Lucilla, su madre; con Lourdes, la antigua querida de su difunto padre (vuelta ya guardián de la anciana enferma); con una enfermera y también con alguna insospechada hermana en busca de una parte de la herencia del patriarca desaparecido. Gabriel tiene que lidiar con todas estas mujeres, pero son ellas sobre todo las que tienen que aguantar al engreído personaje enjuto que con aires de galán desvencijado distribuye, a la menor provocación, todo su desdén, racismo y amargura.

Recluido así en la finca familiar característicamente llamada la Chingada, Gabriel acumula en su prepotencia todos los despropósitos y ridículos imaginables; despliega una vitalidad envidiable, se resiste a las tentaciones de la carne, pues su vanidad no admite otro objeto de veneración que no sea él mismo; y cuando en un video aparecen las últimas imágenes de su padre, no vemos otro rostro que el del propio hijo Gabriel confirmando la continuidad del viejo cinismo. Una hora en la pantalla de tanta autocomplacencia fársica puede cansar al espectador más paciente y mejor intencionado. Y en efecto eso es lo que sucede con esta película de Retes. Excepto que, cuando las ocurrencias de la autoparodia y el relajo familiar parecen haberse gastado por completo, el director opera en su narrativa un giro realmente conmovedor. Gabriel, el político empresario, el patán y pendenciero, descubre en su madre el reflejo de su propia vulnerabilidad, y entre estos dos personajes (alejados ya del resto de los comparsas) se afina y dilata una intensa historia de amor. Lucilla Balzaretti lleva a cuestas su distante mundo alucinado, alterna incoherencias verbales y chispazos de lucidez, mira a su hijo como a un perfecto extraño a la vez entrañablemente familiar, y le comunica, a él y a sus espectadores, su siempre renovada capacidad de asombro. Que un cineasta filme de este modo a su madre víctima de Alzheimer es cosa que raya en el impudor y en la intuición genial, también en un sincero homenaje amoroso. Hay que ver a la madre, actriz de tantas otras viejas cintas de su hijo, contemplar y comentar sus interpretaciones cargadas de humor negro, para imaginar que ella bien podría ser la mayor cómplice del realizador y, de modo no tan paradójico, su mejor garantía de un posible éxito artístico.

Arresto domiciliario se exhibe en salas de Cinemark, Cinemex, Cinépolis y Lumiere.

 
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