Usted está aquí: domingo 7 de diciembre de 2008 Política El imperio en los tiempos de Obama

José María Pérez Gay/ III y última

El imperio en los tiempos de Obama

En el Diccionario de la esclavitud afroamericana (1997), Randall M. Miller y John David Smith señalan que –durante los dos siglos y medio que transcurrieron entre la primera llegada de una veintena de negros africanos a Virginia, el año de 1619, y los últimos cañonazos de la guerra de Secesión, en 1865– la esclavitud ocupó un lugar imprescindible y central en la sociedad y la economía de Estados Unidos. A finales del siglo XVII, la falta de mano de obra se volvió un problema tan grave, que los británicos, gracias a su armada, dueña del Atlántico, organizaron un comercio de negros a gran escala con la Royal African Company. Una de las consecuencias fatales de la prohibición de la trata de esclavos –en 1808– fue el desarrollo espectacular del comercio de esclavos en las regiones del sur de Estados Unidos.

Los demógrafos calculan que –entre 1790 y 1860– dos millones de esclavos negros fueron deportados del norte hacia el sudoeste de Estados Unidos: Kentucky y Tennessee, luego Georgia y Mississippi, Alabama, Lousiana y Texas. Unas veces los esclavos seguían a sus amos, otras eran trasladados de una plantación a la otra por mercaderes que los ofrecían al mejor postor. Una riquísima tradición oral ha rescatado la memoria de los esclavos negros poblada de recuerdos atroces, las largas marchas por inmensos territorios encadenados de pies y manos, rumbo a los mercados de esclavos de Nueva Orleáns o de Montgomery, en Alabama.

En la novela Beloved, Toni Morrison, premio Nobel de Literatura 1993, narra la historia de una esclava negra, Sethe, que asesinó a su hija, Beloved, para salvarla de la esclavitud. Los hechos suceden hacia el año de 1873. No fue un ataque de locura lo que volvió a Sethe homicida, sino el terror –y también el dolor– ante el hombre blanco que se acercaba cargado de cadenas para someter a su hija. Durante muchos años el fantasma de Beloved ocupaba la casa de Sethe y el dolor se convirtió en la única medida del universo. El crimen como única arma contra el dolor ajeno; el amor como única justificación ante el crimen y, por paradójico que suene, la muerte como salvación ante una vida destinada a la esclavitud. Así describió Toni Morrison la trama de su novela Beloved, uno de los testimonios más estremecedores en la historia del racismo y la esclavitud estadunidenses.

Unos 400 años después de la primera aparición de los africanos en Virginia, Estados Unidos tiene en Barack Hussein Obama al primer presidente afroestadunidense de su historia y, al mismo tiempo, se hunde en la crisis económica y social más profunda desde que inventaron la nación. Sin duda, la retórica imbatible de Obama procede de los predicadores negros, que fundaron la lengua de la libertad predicada por los esclavos negros.

Después de tantos siglos de esclavitud, de racismo implacable y discriminación de la etnia afroestadunidense, ¿qué sucedió en Estados Unidos para llevar a cabo un cambio tan radical y elegir por mayoría a Barack Obama presidente de Estados Unidos? El hijo de un negro nacido en Kenia y madre estadunidense de raza blanca, educado en Yakarta –su padrastro nació de Indonesia–, egresado de la Universidad de Columbia y, al igual que su esposa Michelle Obama, de la prestigiada Facultad de Leyes de la Universidad de Harvard, tiene ahora las riendas de la nación en sus manos.

El presidente Obama no sólo deberá hacerle frente a la mayor crisis económica en la historia de su país, como dije antes, sino también a una herencia de destrucción y muerte que le han legado los ocho años de gobierno de George W. Bush, uno de los peores mandatarios en la historia de Estados Unidos. En Edad oscura americana, Morris Berman afirma: “el daño del 11 de septiembre no es nada comparado con el daño que nosotros mismos nos infligimos y nos seguimos infligiendo como resultado de nuestra reacción ante tal acontecimiento. De una forma extraña, Donald Rumsfeld, Perle Abrams, Bush, Cheney, Wolfowitz, Rice y Feith y los de su especie son compañeros de armas de Bin Laden”.

¿Será exagerado afirmar que Obama enfrenta la crisis económica más severa del capitalismo estadunidense? El economista Joseph Stiglitz comparaba este pánico financiero con la caída del Muro de Berlín. Los buques insignia de Estados Unidos como el Citigroup, la General Motors o la Ford Motor Company se encuentran al borde del naufragio. La tasa de desempleo de Estados Unidos subió a su nivel más alto desde 1964: las empresas han reducido miles de lugares de trabajo, lo que crea un preludio sombrío para la administración de Obama.

Antes de que anunciaran la intervención estatal, el valor de las acciones de Citigroup cayeron 3.77 dólares en Nueva York, dándole a la compañía un valor de mercado de 21 mil millones. El valor de mercado de las acciones de Citigroup en diciembre de 2006 había sido de 247 mil millones. Dos días antes de la intervención estatal en el Citigroup, Vikram Pandit, el nuevo presidente ejecutivo, había anunciado el despido de 72 mil trabajadores. Sin embargo, nada impidió el colapso del Citigroup. De nuevo Karl Marx: ¿Nos encontramos en el centro decisivo –Marx lo llamaba dialéctica– de la sobreproducción especulativa y el infraconsumo financiero?

¿Alguien habría imaginado hace cuatro años la quiebra del Lehman Brothers, el cuarto banco de Estados Unidos? El banco de inversión no tenía compradores y anunció su bancarrota. Sus acciones se cotizaban en mercados futuros a sólo 75 centavos. La quiebra representa el final de un consorcio cuyos 158 años de existencia lo habían convertido en un símbolo supremo del sistema económico estadunidense. Lehman Brothers sobrevivió a dos guerras mundiales, pero no pudo superar la crisis de crédito en el mundo perfecto de la globalización.

¿Insistirá Obama en trasladar la guerra de Irak a Afganistán? Sería un error fatal. Robert Fisk proponía (La Jornada, 16/11/08) “repartir un millón de ejemplares de la Convención de Ginebra en idioma pashtu a los talibanes y seguidores, así como a los combatientes de la OTAN, quienes ganarán la guerra en Afganistán, según cree absurdamente Barack Obama”.

Así como Gabriel García Márquez dice que existen seres con el privilegio sobrenatural de volver a los sitios de sus afectos y repetir los mismos actos de sus mejores recuerdos en los días anteriores a su muerte, a mí me gustaría que existiera un presidente afroestadunidense de Estados Unidos con el privilegio de comenzar su política exterior como si nunca hubiese existido otra, una suerte de cancelación del pasado al inicio de su mandato –dejando a un lado los intereses del poderosísimo complejo militar industrial– y suprimiera las guerras de destrucción del imperio, que tanta desdicha, miseria y muerte han llevado a tantos pueblos.

 
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