Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 7 de diciembre de 2008 Num: 718

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El interminable éxito de Disney
ALEJANDRO MICHELENA

Vivir en otra lengua
RICARDO BADA

Rubén Bonifaz Nuño a los ochenta y cinco
RENÉ AVILÉS FABILA

Bonifaz Nuño en Nueva York en 1982
MARCO ANTONIO CAMPOS

Poema
RUBÉN BONIFAZ NUÑO

Dos ciudades, un boleto
JESÚS VICENTE GARCÍA

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Alonso Arreola
[email protected]

Sonidos del Japón urbano (I DE II)

Sería injusto decir que los japoneses escuchan mala música, especialmente cuando entre los melómanos del mundo entero se sabe lo dedicado que son al momento de editar rarezas u obras inéditas en géneros como el jazz y la vanguardia orquestal. Sin embargo, generalizar que sus gustos auditivos sean tan sofisticados como lo que comen, visten o diseñan tampoco sería correcto. O sea que, si por un lado las calles de Osaka, Hiroshima, Kioto y Tokio están ambientadas ? más bien infectadas ? por pésimos proyectos de pop, rock y new age disparados desde múltiples bocinas de zonas comerciales, por el otro es posible escarbar en tiendas de discos y clubes underground para encontrar un latido distinto, reacción natural ante lo que impera en la superficie.

Igualmente es necesario desmitificar al archipiélago nipón a propósito de la fuerza de su industria discográfica. Es verdad que el precio de los discos es elevado, pues la media va entre los 1800 y los 3600 yenes (18 a 36 dólares), igual que el de los conciertos (entre 3000 y 10000 yenes); pero es errado pensar que las ventas de sus mayores ídolos pop anden por los cielos, ya que ni con su gran consumo interno, parecido al de Brasil por sus limitantes lingüísticas, alcanza cifras que llamen la atención. O sea que todos vamos en la misma caída libre, con la enorme diferencia de que el japonés promedio no cree en la piratería y sigue valorando al disco compacto como formato, a lo que contribuyen los millones de teléfonos celulares que suplantan la música, permitendo ver la televisión en vivo.

Así, pues, en las discotiendas encontramos pisos completos abocados a la oferta de j -Music (música japonesa), pero se ha vuelto cada vez más complejo el hallazgo de experimentos notables. Por el contrario, sí es asequible una gran variedad de repertorios tradicionales entre los que destacan instrumentos como el koto y el shamisen, ambos de cuerda. Ahora, siendo un país caro, es mentira que hoy se halle al nivel de otros europeos, cuya vida cotidiana es prohibitiva para sus visitantes. Es decir que los precios de los discos no deben tomarse como referencia, pues la comida, el hospedaje, los museos y muchos otros artículos varían enormemente de precio. En ello encontramos, también, parte de la explicación ante la depresión de una industria que parece vivir sus propias reglas financieras, aislada en su burbuja, distanciada de foros como los citados a continuación, todos una combinación afortunada de club, bar y tienda.

Shelter 69, Hiroshima. Pequeño espacio ubicado al borde de la zona roja de la ciudad, a 20 minutos caminando de la zona cero en donde estalló la bomba atómica, en él no sólo se puede beber cerveza Sapporo y fumar entre instrumentos amontonados en paredes y rincones; además es posible comer los caldos más prodigiosos del área gracias a su dueño, el cocinero Hisaro Nakahara, un amante de los Rolling Stones a quien le viene bien su sombrero y su sonrisa tras la pequeña pero nutrida barra. Poco pretencioso y claro en su estética, desde que se abre el elevador invita a regalarle la noche completa para conocer proyectos en vivo provenientes de todo Japón.

Vi-Code, Osaka. Mucho más espacioso, este lugar se halla dividido en dos secciones, una con escenario para escuchar bandas en vivo, y otra exclusiva para beber, conversar y comprar discos raros. Extrañamente enclavado bajo la última estación del tren que viene de Kioto, el sonido que hacen los bólidos al pasar parece no afectar a ninguno de los jóvenes que lo frecuentan para enterarse de lo que sucede con las propuestas más radicales del punk, el jazz o el folclor fusionado. Por fuera y por dentro tiene mucho de eso que llamamos “onda”.

Urban Guild, Kioto. Apostado en un tercer piso, justo frente a uno de los canales del río Shishigatani, su aspecto y decoración exteriores parecen ubicarlo en Rotterdam o Berlín, mas no en el centro de una ciudad oriental conservadora, atenta al flujo de laberínticos pasajes comerciales sonorizados con horripilantes bandas de pop. Su interior, empero, es más que afortunado. Mesas comunes de madera, luz tenue, paredes empapeladas rústicamente, un escenario amplio de mediana altura, una barra sobria más una cocina eficiente, todo lo vuelve un sitio recomendable para escuchar el mejor jazz que pasa por la ciudad.

Grape Fruit Moon, Tokio. Sótano rectangular, su larga barra y sus pocas mesas lo hacen en un foro acogedor para entrarle al sake al tiempo que se escuchan bandas experimentales, muchas de ellas venidas del extranjero según reza su propaganda. Sin tinglado ni camerinos, músicos y clientes comparten la misma altura en medio de un volumen ensordecedor que centra la atención en el concierto impidiendo conversaciones paralelas. Su clientela es más sofisticada, ecléctica y variopinta. Viejos, mujeres con su hijo o solitarios adictos al estruendo, todos conviven en silencio prestando atención al más mínimo detalle nacido en quienes tocan.

En nuestra próxima entrega recomendaremos algunos proyectos musicales específicos, así como tiendas de discos, instrumentos y sitios web.

(Continuará)