Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 7 de diciembre de 2008 Num: 718

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Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El interminable éxito de Disney
ALEJANDRO MICHELENA

Vivir en otra lengua
RICARDO BADA

Rubén Bonifaz Nuño a los ochenta y cinco
RENÉ AVILÉS FABILA

Bonifaz Nuño en Nueva York en 1982
MARCO ANTONIO CAMPOS

Poema
RUBÉN BONIFAZ NUÑO

Dos ciudades, un boleto
JESÚS VICENTE GARCÍA

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JUAN DOMINGO ARGÜELLES

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Rubén Bonifaz Nuño a los ochenta y cinco

René Avilés Fabila

Admirado Rubén Bonifaz Nuño, amigos:


Foto: Carlos Cisneros/ archivo La Jornada

Como todo caballero, Rubén Bonifaz Nuño tiene espada, armadura y escudo, y los utiliza para salvar hermosas doncellas, proteger a los desamparados y defenderse del infortunio. Tales armas están contenidas en una sola palabra mágica: poesía: “Hermosa entonces, joven como ahora,/ no me ames; recuérdame/ tal y como fui al cantarte, cuando era/ yo tu voz y tu escudo/ y estabas sola, y te sirvió mi mano.” Brillan, pues, sus amores, tragedias y su peculiar sentido del humor que no lo abandona. Dentro de muchas pruebas, recuerdo una época en que Bonifaz Nuño y yo hicimos divertidos viajes por Estados Unidos y México. Solíamos inventar una especie de Minificciones, recuerdo una: Rubén y yo acostumbramos ir juntos con mujeres: lo que no puede uno lo intenta el otro.

Rubén es el amor y el desamor, sus versos calan en el corazón de los amantes e impresionan tanto a sus lectores que los hacen circular por internet. “Amiga a la que amo: no envejezcas./ Que se detenga el tiempo sin tocarte;/ que no te quite el manto/ de la perfecta juventud./ Inmóvil/ junto a tu cuerpo de muchacha dulce/ quede, al hallarte, el tiempo.” Épica de lo cotidiano, la poética de Rubén Bonifaz Nuño deja constancia de sus penas y de las nuestras. Pocas veces en la literatura en castellano, alguien ha tomado por nosotros la voz y ha dicho con belleza extrema lo que queríamos decir. Aún en el aspecto social, es nuestro campeón y se bate con fiera sencillez: “Pasé mi infancia en un barrio fabril, donde estaban tres fábricas: La Alpina , Loreto y La Hormiga , de tal manera que compartí la vida con gente de ese nivel social explotado al cual pertenecía yo también, porque mi padre fue telegrafista y éramos miembros de una familia grande y él tenía un sueldo muy pequeño; por esa razón la pobreza que padecí en mi infancia fue excesiva. Y he dicho muchas veces, no soy gente decente, soy pelado porque me crié entre pelados. Ese sentimiento de ser pelado, de ser parte de la misma clase a la que pertenecen los noventa millones de mexicanos explotados, es lo que me ha inducido a buscar de qué manera remediar el asunto y eso es lo que me condujo a los estudios de la cultura prehispánica, la cual es infinitamente superior a la que tenemos actualmente.”

Dios, dicen quienes lo tratan, castiga y premia, según criterios ajenos al ser humano, y ello es fácil de comprobar. A Rubén Bonifaz Nuño le dio belleza física, pero lo hizo tímido con las mujeres (“ Para los que llegan a las fiestas/ ávidos de tiernas compañías/ y encuentran parejas impenetrables/ y hermosas muchachas solas que dan miedo/ –pues uno no sabe bailar, y es triste–;/ los que se arrinconan con un vaso/ de aguardiente oscuro y melancólico,/ y odian hasta el fondo su miseria,/ la envidia que sienten, los deseos” ); le entregó el mayor de los dones: el fuego de la poesía y, a cambio, le dio sufrimientos físicos y algo atroz: la ceguera. Sin embargo, este mal no llegó de golpe, ha sido gradual y ello quizá sea una tortura especialmente cruel: ir dejando de ver las palabras o los trazos de un pintor admirable, es algo que duele todos los días al notar que se pierde el sentido fundamental. Rubén Bonifaz Nuño hizo versos maravillosos para contar su tragedia. Los escribió a través de una obra poética renovadora, donde como nadie mezcló el lenguaje coloquial con el clásico más elegante. Lo explica: “El libro que más quiero es Calacas , ahí hice algo que me dio mucho placer: está escrito con un tono de pelado mexicano. Ahí están citados Horacio, Virgilio, Homero, Quevedo, el Anónimo Sevillano, Jorge Manrique, Manuel Gutiérrez Nájera, el Cantar de los Cantares; es mi poema más desnudo y más eruditamente de pelado.” Sí, en Rubén entroncan dos hermosas tradiciones, la de los autores prehispánicos y el mundo grecolatino: Nezahualcóyotl y Virgilio. Dos mundos opuestos que en él encontraron una síntesis adecuada. Dueño de una obra perfecta, de extremo rigor formal y exploraciones inéditas y deslumbrantes, la poesía en él es luz de la palabra, relámpago de la inteligencia, sinceridad diáfana; lo demás, penumbra. Respetó el verso clásico, pero supo manejarlo dentro de una amplia libertad expresiva; consiguió, de este modo, transformar la poética de nuestro tiempo sin salirse del valor supremo y universal: el amor pasión.

La poesía de Bonifaz Nuño es, en efecto, rigurosa, de gran libertad, con contribuciones a la métrica y al ritmo, las que hizo luego de sentirse abrumado por las aportaciones que hicieron Lope de Vega, Góngora, Bécquer, Pellicer y Cuesta. Su creación en conjunto se agrega a las más distinguidas del castellano.

Los jóvenes lo entienden porque las pocas veces que Rubén aparece en público lo rodean por docenas y rinden tributo al poeta, al inmenso traductor de los clásicos griegos y latinos, a quien mejor tradujo al castellano La Iliada, a quien ama las culturas prehispánicas, al creador de instituciones académicas de alto rango, al universitario fiel que considera a Ciudad Universitaria el centro del Universo.

Ajeno a grupos y sectas, Rubén tuvo amigos queridos, la muerte se los ha ido arrebatando: hoy permanece en una soledad apenas rota, recibe a unos cuantos y no tiene más refugio que la audición que comienza a traicionarlo. Es frecuente oírlo decir: “La muerte es una compañera que está sentada en el brazo del sillón, mordiéndome lentamente, lo poco que me queda libre. La veo sin temor ni emoción, me parece completamente natural. La muerte –añade–, es la desaparición normal de uno, mientras que la vejez es irse disolviendo de la manera más dolorosa y fea.” Es el corolario de un poema suyo escrito en 1981, incluido en As de oros: “Y he cambiado. Sordo, encanecido,/ una oficina soy, un sueldo;/ veinte mil pesos en escombros/ y un volkswagen, y la nostalgia/ de lo que no tuve, y el insomnio,/ y cáscaras de años devaluados.” Pero los lectores concentran la mirada en su poesía dueña de una belleza física y espiritual que asombra y atrapa: “ Conozco la razón de la distancia/ y tú me das la cercanía ” o: “ Te amé siempre./ desde antes./ Tú desde siempre estabas en mi sangre/ y en el alma de todas las cosas que he querido .” La lectura conmueve, desata el amor (los varones la utilizan en el cortejo, las mujeres la repiten esperanzadas), no importa que en otro sitio escriba: “ Adiós, adiós mis compañeros;/ me presento por si no lo saben: estoy demás en esta vida ”, y una joven llora segura de que el poeta nunca estuvo de más; sin su luminoso arte, seríamos otros y no necesariamente mejores.

Rubén Bonifaz Nuño se concentró en hacer la obra preciosa, recluido en la UNAM, rodeado de libros; con ella obtuvo los premios y reconocimientos posibles. Su poesía es perfecta, cuidada, insuperable. Por ello le es posible decir: “Mi técnica, mi pleno dominio de la forma, es la que me autoriza a decir lo que quiero. No hay diferencia entre forma y fondo.” Nació poeta. El tiempo y las lecturas, el rigor y la pasión por los clásicos lo confirmaron. Si no la define luego de haber hecho la más hermosa, es porque la poesía no es para charlas ni temas de conversación, como explicaba T. S. Eliot; es en consecuencia algo muy íntimo, imposible de explicar satisfactoriamente, porque el poeta estaría desnudándose el alma.

“La poesía –explica Johannes Pfeiffer– hace patente una actitud del hombre a través de su atemperada hondura esencial. Esto significa que la poesía ‘dice' más de lo que ‘enuncia'. No importa el contenido que una poesía pueda ofrecernos, ni las ideas que exponga, ni la ideología que profese; lo que importa es su realización verbal.” Escribirla y leerla para disfrutarla. Explicarla es siempre un fallido intento por develar un misterio. Poetas y críticos han dado fórmulas ininteligibles o razones tan sencillas, como la de Bécquer, que igualmente nos dejan insatisfechos. Para qué hablar de ella o explicarla; hay que ponerla en el papel y luego recorrerla con la mirada, en silencio. Es todo y es mucho. Y Bonifaz Nuño se ha concentrado en hacerla, aunque a veces ha sido indiscreto al dejarnos pistas sobre cómo y por qué escribe.

Bonifaz Nuño se duele de sí mismo en sus versos; al hacerlo refleja el dolor humano, el de los solitarios y desamparados, el de los pobres y desposeídos… Su poesía despierta las más encontradas emociones según quien la lea: dolor, tristeza, amor, pasión, soledad... Dudo que en la poesía alguien haya podido reflejar a través de su propio sufrimiento, con tanta intensa claridad, el dolor de los demás, el amor de los otros. Creo que es una de las claves de su éxito.

Rubén no es un poeta fácil; sus versos encierran claves y enigmas, una secreta alquimia. Cada verso tiene dos, tres lecturas; sin embargo, sus lectores aumentan, sus admiradores entienden las enormes aportaciones. En Bonifaz Nuño he podido apreciar –lo leo desde hace unos cuarenta años–, que su arte tiene adeptos. Decía el citado Eliot que los autores y sus obras “necesitan lectores para vivir”, ellos les dan el aire que necesitan para respirar. A Bonifaz Nuño le aumentan los admiradores, le dan bocanadas de oxígeno y ellos se enriquecen. Veo a los jóvenes con sus libros en las manos, en tanto que a otros escritores que se apoyaron en la publicidad, en el antipoético e inmoral ruido de los medios, ahora se extinguen, mientras la poesía de Rubén se hace poderosa y permanente como una pirámide del Altiplano.

Rubén no es el único que ha hablado de la presencia de la muerte, pero es él quien lo ha hecho como legatario de otras artes y no sólo la del “arte que se manifiesta por la palabra”: Calacas hereda del grabador Posadas, asimismo, quizá, de Quevedo: “ ¡Cómo de entre mis manos te resbalas!/ ¡Oh, cómo te deslizas, edad mía!/ ¡Qué mudos pasos traes, oh, muerte fría,/ pues con callado pie todo igualas!”

Rousseau dejó sus Confesiones; Chateaubriand, Memorias de Ultratumba, Neruda; Confieso que he vivido; Torres Bodet, Tiempo de arena. ¿Sólo nos interesan sus vidas? ¿Qué sabremos de Bonifaz, si apenas nos dio recientemente unas páginas autobiográficas? Ah, pero si la biografía del poeta son sus poemas, según dijo Evtushenko y lo confirmó de otra manera León Felipe, “Poesía es biografía”, Rubén Bonifaz Nuño ya la escribió en versos prodigiosos. La suya es una obra donde nos ha dicho de sus penas y aspiraciones, de sus tragedias y éxitos, de sus amores y desamores, que él mira modestos y que son sorprendentes. Incluso sus soberbias traducciones de clásicos griegos y latinos son parte de su vida; muestran que adora a Catulo, Propercio y Homero.

Como si fuera un albur de amor, Rubén puso todo su talento, misterioso, enigmático, al servicio de la poesía y la poesía al servicio de las mujeres y del amor. Dijo: “Mi poesía y las mujeres. Las mujeres son el universo, son las criaturas más perfectas, al menos en el universo que conocemos; en ellas se condensa toda la fuerza de la naturaleza y la fuerza del espíritu.” Los resultados asombran: “ Escribo amargo y fácil,/ y en el día resollante y monótono/ de no tener cabeza sobre el traje,/ ni traje que no apriete,/ ni mujer en que caerse muerto .

Me siento honrado y satisfecho de estar aquí, junto al poeta deslumbrante. Siempre he contado con su apoyo y amistad, desde aquel lejano 1969, cuando nos conocimos en el Fondo de Cultura Económica. Él recogía El ala del tigre y yo Hacia el fin del mundo, ambos publicados en Letras mexicanas. Vi al guerrero vestido con elegante traje civil, hermoso, de agudo ingenio, dueño de una sonrisa que sólo tienen los elegidos y una cultura de hombre sabio; al hombre admirable y admirado, y jamás pensé que fuera a aceptarme como su amigo y dejarme mostrarle mi admiración y amor por sus letras y su persona, como ahora quiero públicamente testimoniarlo. Gracias, Rubén.