11 de diciembre de 2008     Número 15

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Testimonios

UN DÍA EN LA VIDA

Yo no trabajo igual que mi marido, yo tengo mis quehaceres propios. Éste es mi día, desde que amanece hasta que me acuesto:

5 a.m. Me paro pronto a moler el nixtamal que puse ayer en la noche. Muelo en el metate. Mientras ya prendí el fogón y arrime la leña. Voy a acarrear agua al arroyo con dos cubetas, para tenerla lista antes de que se despierten mis siete hijos y mi marido.

7 a.m. Voy al traspatio y arrejunto huevos y corto jitomate de la maceta, chiles y epazote. Hago el desayuno y me pongo a tortear. Paro los frijoles que dejé remojando en la noche.

8 a.m. Luego de comer, mis hijas ayudan a levantar y lavar los trastes en la pila donde acarreé el agua. Se van a la escuela. Mi marido sale para la milpa.

9 a.m. Voy a maicear a los pollos, al guajolote y a los patos, limpio el chiquero y le doy olotes a la marrana. De vuelta, acarreo agua del río y voy llenando la pila, luego limpio la hortaliza y riego. Acerco más leña al fogón y le echo más agua a los frijoles. Preparo el almuerzo del marido: tortilla y huevo en salsa de jitomate con chile.

11 a.m. Salgo a la milpa caminando una hora por el monte. Llego y mi marido me dice que limpie aquí y allá, que jale unos rastrojos. Mientras él almuerza, junto leña, hacemos un buen atado y regreso a la casa.

1 p.m. Llegan mis hijos de la escuela. Las niñas ayudan a moler nixtamal y, ya con la masa, entre las dos mayores y yo torteamos y echamos hartas tortillas. Todos comen frijol, tortillas, salsa de chile y queso duro.

2 p.m. Hago mi bulto de ropa sucia, y es tiempo de caminar al río para lavar. Mis hijas también van y me ayudan. Los chicos nos acompañan para jugar.

3 p.m. Acabo de lavar un poco de ropa, y ya se la llevan las muchachas a la casa para tenderla.

4 p.m. Sigo lavando, y me paro un poco a platicar con el mujerío que está lavando. Nos decimos cosas y nos reímos.

5 p.m. Los niños se bañan. Yo también, porque hace harta calor y mucho sol.

6 p.m. Toca que mis hijos y yo nos pongamos a desgranar. Juntamos maíz para poner a cocer el nixtamal.

7 p.m. Pongo la cubeta de nixtamal al fuego y se va removiendo. Pongo la sopa de hoja de chayote con quelites y maíz tierno, mientras molemos nixtamal y torteamos otra vez. Remojo frijol. Mis hijas hacen pinole en el molino del maíz y le echamos canela al pinole. Preparo té de naranja.

8 p.m. Dejamos los trastes sucios para lavar mañana.

9 p.m. Empiezo a coser ropa, ya de los chamacos, ya del señor. Los niños se acuestan.

10 p.m. Con el marido enjarro la pared de la casa y barro y mojo el piso de tierra para que se asiente.

12 a.m. Ya dormidos todos, prendo mi veladora y me voy al petate. Hoy trabajé poco, mañana toca ir a la milpa temprano, y luego hay junta de las mujeres de la organización para limpiar el río y barrer las calles del pueblo, pero me gusta ir, me distrae mucho ver al mujerío y platicar y reírse.

LORENA PAZ PAREDES

Agua, Tierra y Mujeres en el
Campo Mexicano


FOTO: Diana Hernández C.

Hilda Salazar

Tierra y agua son un binomio inseparable en la vida rural, no sólo porque son la base de la agricultura, la ganadería, la silvicultura y la producción de traspatio, sino también por su estrecha relación con el acceso a estos recursos.

La tendencia a la mercantilización de la tierra ha conducido a la pérdida de las tradiciones comunitarias de libre acceso a las fuentes de agua. El registro de predios impulsado por el Programa de Certificación de Derechos Ejidales y Solares Urbanos (Procede) generó un mercado del agua que condiciona el uso de los pozos, manantiales y arroyos al pago de derechos a los dueños de la tierra. Y si el acceso a las fuentes de agua es limitado para los campesinos, lo es aún más para las mujeres rurales porque son propietarias de la tierra en una proporción mucho menor que los varones: sólo una de cada cinco ejidatarios y comuneros es mujer y 18 por ciento tiene una parcela individual. Las mayores responsabilidades económicas de las mujeres en el campo no han sido acompañadas por un aumento proporcional en su propiedad de la tierra y, por consiguiente, por un mayor acceso al agua.

La escasez no es pareja. En México 14 millones de personas carecen de agua potable para consumo humano dentro de su vivienda y deben obtenerla mediante el acarreo desde diversas fuentes. El problema no es uniforme para toda la población. Mientras en las zonas urbanas 93.8 por ciento de los hogares tiene acceso al líquido, en las rurales sólo el 67 por ciento. Las cifras se polarizan cuando se consideran las variables de pobreza y marginación. Por ejemplo, una investigación realizada en los Altos de Chiapas, muestra que sólo 9.55 por ciento de la población tiene agua dentro de la vivienda, con un rango que va de 57.9 por ciento para el municipio de San Cristóbal de las Casas hasta el 0.74 por ciento en Larráinzar.

La calidad de vida al interior de los hogares –urbanos y rurales– depende, en gran medida, del acceso a los servicios. La falta de agua se convierte en trabajo extraordinario. De acuerdo con las encuestas de uso del tiempo, el acarreo de agua significa en promedio una carga de trabajo adicional de tres horas semanales para los hombres y tres horas y media para las mujeres. En algunas comunidades de los Altos de Chiapas las mujeres reportaron que destinan entre dos y seis horas diarias a la obtención del líquido en tiempo de secas.

Vida digna es también salud. Si se combina la irregularidad en el acceso al agua con los agudos problemas de contaminación que aquejan a muchas de las aguas superficiales y subterráneas en el país, los resultados son enfermedades de diverso tipo. Las deformidades pélvicas y de columna, así como el reumatismo degenerativo están asociados al acarreo del agua, en tanto que enfermedades gastrointestinales, de la piel e infecciosas tienen que ver con consumo o contacto con agua contaminada o de mala calidad. El cuidado de las personas enfermas en los hogares aún es parte de las tareas que se asignan a las mujeres, de acuerdo con los roles de género tradicionales. En otras palabras, contar con agua en la casa de las familias campesinas o carecer de ella determina cuántas horas de trabajo tiene el día de una mujer rural.

Gestoras del agua. Esto explica por qué las mujeres son las gestoras por excelencia de los servicios de agua potable y drenaje de sus comunidades. Sin embargo, su capacidad de gestión no se transforma automáticamente en capacidad de decisión. Una interesante investigación realizada por Edith Kauffer, también en Chiapas, encontró que sólo 4.16 por ciento de los mil 129 comités de agua tienen representación femenina, uno por ciento de los cargos existentes está en manos de mujeres y sólo dos mujeres ocupan el puesto de mayor jerarquía. En el desempeño de las actividades de reproducción social que realizan, las mujeres enfrentan limitaciones que se profundizan con los problemas de escasez del líquido y otros fenómenos asociados a la llamada crisis del agua.

Pero las mujeres ya no son sólo amas de casa dedicadas al trabajo doméstico y de cuidado. Los datos oficiales reportan que la población femenina económicamente activa alcanza poco más de 40 por ciento. Se sabe que este dato subestima el trabajo informal y no remunerado, en especial el de las mujeres en actividades agrícolas para el mercado e incluso para el autoconsumo. Es difícil cuantificar con certeza la participación femenina en la producción de alimentos y otros bienes agropecuarios no sólo por el sub-registro estadístico, sino también porque las inercias culturales propician que las propias mujeres consideren su trabajo en la milpa y en el traspatio como una “ayuda”. Lo que sí se sabe con certeza es que la escasez de agua y el limitado acceso a ésta dificultan las labores de obtención de ingresos desarrolladas por las mujeres.


FOTO: Hernán García Crespo

El campo en manos de las mujeres. No hay duda de que el campo mexicano se ha feminizado, pero hay poca información que dé cuenta de la participación directa de las mujeres en todo el ciclo de la producción agrícola. Lo es cierto es que son las ellas quienes, cada vez con más frecuencia, administran los predios y las remesas y constituyen el principal soporte de la vida rural. La migración masculina y de la población joven ha abonado a esta situación. No obstante, las estructuras para la administración del agua de riego son excluyentes de las mujeres. Ellas no son consideradas “usuarias” pues eso depende, como ya se ha dicho, de la propiedad de la tierra. Un estudio realizado en 2000 por Gabriela Monsalvo y Emma Zapata informa que las mujeres constituyen entre cuatro y 26 por ciento de las y los regantes, pero sólo dos por ciento están reconocidas formalmente y tienen representación en las organizaciones de riego. El agua marca una tremenda diferencia en la producción agrícola: en áreas de riego, la productividad es en promedio 3.7 veces mayor que en tierras de temporal. En otras palabras, la falta de acceso al riego juega en contra de una mayor igualdad de oportunidades para mujeres y hombres dedicados a la agricultura.

Proyectos productivos ¿sin agua? Además del trabajo invisible –y muchas veces no remunerado– de las mujeres en la producción agrícola fuera del hogar, se encuentran los proyectos productivos que constituyen la oferta mayoritaria de las instituciones de apoyo al campo. Emma Zapata y Josefina López reportan en un trabajo de 2005 que cerca de 70 por ciento de los proyectos financiados por el Programa de la Mujer en el Sector Agrario (Promusag) son agrícolas, avícolas, frutícolas, pecuarios, porcinos, bovinos, ovinos, forestales y acuícolas. Una proporción similar se presenta en la oferta de la Comisión Nacional de Pueblos Indios, de la Secretaría del Medio Ambiente y, en general, de los programas estatales y municipales destinados a mujeres de zonas rurales. En todos ellos el agua es un insumo importante y con frecuencia no considerado a la hora del diseño y puesta en marcha de los proyectos. Claro está que en circunstancias de abundancia del líquido esta omisión no sería importante pero, desafortunadamente, la escasez relativa de agua es creciente aun en zonas de alta precipitación, ya sea por problemas ambientales o debido a su desigual distribución. Además de la dudosa viabilidad económica y social y de las horas de trabajo que implican, estos pequeños proyectos se convierten, a la larga, en amortiguadores de las carencias y no en detonadores del fortalecimiento de las mujeres como productoras y sujetas sociales cabalmente reconocidas por sus comunidades, los gobiernos y en general por la sociedad.

Las mujeres en los servicios ambientales. Las zonas rurales proveen además múltiples servicios ambientales asociados al ciclo del agua como son la formación del clima, la humedad de los suelos, la recarga de los acuíferos y la purificación del agua. La conservación de los ecosistemas acuáticos depende mucho de la población rural. Las limitaciones estructurales encaradas por las mujeres gravitan también en su participación en actividades como la reforestación, los programas de manejo de cuencas y micro-cuencas, la conservación de especies marinas, el cuidado y limpieza de playas, por mencionar algunas. Instituciones como la Comisión Nacional Forestal o la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas han flexibilizado sus reglas de operación para incorporar a las mujeres en sus programas, no sólo para cubrir las exigencias de género, sino también ante la ausencia de hombres en algunas zonas. No obstante, los montos de los proyectos para mujeres, en este y otros casos, son ostensiblemente menores que los proporcionados a los hombres. En la práctica, esta desproporción constituye una discriminación basada en la idea de que el ingreso de las mujeres es complementario a la economía familiar, lo que no siempre es así. Del mismo modo, el pago por servicios ambientales raramente es accesible a las mujeres, ya que es entregado a las autoridades formales en las cuales la participación femenina es muy reducida: las mujeres ocupan sólo 2.5 por ciento de las presidencias de comisariados ejidales y únicamente 64 mujeres de habla indígena, de un total de 31 mil, ocupan este cargo.

La construcción de alternativas con enfoque de género. Desde luego que las asimetrías entre mujeres y hombres en el acceso y administración de los recursos hídricos no son las únicas. De hecho, los campesinos, indígenas y pequeños propietarios están también excluidos, se enfrentan a situaciones de competencia no equitativa o padecen grandes desventajas. Las idea de que el agua y la tierra son mercancías cuyo valor debe ser regulado por el mercado favorece su apropiación privada y despoja a estos recursos de su carácter cultural, de su manejo colectivo, holístico y sustentable. En realidad, las mujeres y los hombres, en sus estrategias de resistencia y construcción de alternativas para rescatar al campo mexicano, emprenden una batalla conjunta con propósitos y aspiraciones comunes. Sin embargo, las organizaciones campesinas –mixtas, de hombres y de mujeres– deben diseñar estrategias que combatan explícitamente las desigualdades de género y eviten la yuxtaposición de una forma de desigualdad sobre otras. Hay que recordar que difícilmente se encontrará en nuestro país a una persona con mayores desventajas que una mujer que viva en una zona rural, sea pobre e indígena. La lucha por el agua y la tierra tiene también cara y cuerpo de mujer.

Este articulo está basado en la información sistematizada en La Agenda Azul de las Mujeres, publicada por la Red de Género y Medio Ambiente y otros trabajos realizados por Mujer y Medio Ambiente, AC www.comda.org.mx

El Impacto de la Crisis Alimentaria:
Un Enfoque de Género

  • Profundiza la crisis la subordinación femenina y la desnutrición infantil

Blanca Rubio

Cuando inició la crisis alimentaria, por marzo y abril de 2008, pensamos que el aumento de los precios iba a beneficiar a las unidades campesinas. En este marco, la Red Nacional de Promotoras y Asesoras Rurales decidió hacer un diagnóstico nacional sobre el efecto de la crisis en las mujeres rurales.

La primera etapa comprendió siete estados: Sonora en el norte, Estado de México, Morelos, Hidalgo y Puebla en el centro y Chiapas y Tabasco en el sureste. Actualmente se encuentra en proceso la segunda etapa que incluye a Oaxaca, Michoacán, Guanajuato y el Distrito Federal.

Lo primero que observamos es que el aumento de los precios tuvo efecto sobre las familias que siembran otros cultivos además del maíz y el frijol, como café en la región centro, fresas en Chiapas y jitomate en Morelos, ya que en la mayoría de los casos el maíz y el frijol son básicamente para autoconsumo. Sin embargo, tal aumento de precios se anuló rápidamente por el encarecimiento de los fertilizantes e insumos de trabajo, y además la economía familiar fue fuertemente afectada por el aumento de alrededor de 50 por ciento de los precios de bienes de consumo, principalmente aceite, arroz, leche, azúcar, pan, huevo, carne y “la minsa”.

Menos leche para los niños. Tal carestía, en el contexto de salarios bajos, de entre 50 y 80 pesos el jornal, trajo graves consecuencias de más empobrecimiento de las campesinas. En primer lugar, ha obligado a las mujeres a salir a buscar trabajo para obtener más ingresos, además de que repercutió en la disminución o declive de la calidad de los bienes consumidos. Algunas mujeres declararon que redujeron la ración de leche para sus hijos. En segundo lugar, el aumento de los precios de los insumos ha encarecido aún más la producción de maíz y frijol para autoconsumo.

En tercer lugar, el aumento en los costos de los insumos como el hilo para la fabricación de las artesanías también ha golpeado a las mujeres rurales, además de que la demanda para dichos productos ha bajado, con lo cual se torna cada vez más difícil producirlos.

Más trabajo, menos organización. Tales procesos han repercutido en la jornada de las mujeres, quienes se ven obligadas a trabajar más para alcanzar el sustento; con ello reducen el tiempo que dedican a las organizaciones a que pertenecen.

En el ámbito de la migración, las mujeres señalaron que los hombres habían empezado a regresar en los meses en que se levantó la encuesta, entre junio y agosto. Aun cuando todavía no se manifestaba en toda su dimensión la crisis en Estados Unidos, los migrantes ya no encontraban trabajo y ante las elevadas rentas que pagaban empezaron a volver, con lo cual las familias campesinas perdieron el ingreso de las remesas que resulta importante en estados como Hidalgo y Tabasco.

Otro fenómeno nuevo en el campo es el incremento en la concentración de la tierra, en algunos casos vinculado al aumento de los precios de las materias primas que ha generado la reapertura de minas o bien el impulso de cultivos como la palma africana –tal es el caso de Sonora–, hecho que ha presionado para que se vendan o renten tierras.

Asistencialismo condicionado. Acerca de cómo perciben las mujeres rurales la política pública en este proceso, señalaron que el gobierno aumentó en 120 pesos mensuales el programa Oportunidades por un lapso de siete meses. Este aumento, sin embargo, no compensa el incremento de los bienes de consumo además de tener una corta duración y, como señalan las mujeres, se los dan condicionado a que limpien la clínica, la plaza y la escuela, asistan a talleres informativos y cumplan con requisitos en relación al control de su salud, mientras que la entrega de Procampo para los hombres no tiene ningún condicionante.

En este contexto desolador, las mujeres exigen esencialmente que se les reconozca como productoras y se les otorguen apoyos de aliento productivo y no de carácter asistencialista. Señalaron que se debe recordar “que las mujeres del campo saben responder con decencia y responsabilidad”. Por ello piden crédito, capacitación, semillas para hacer huerto, bajar los precios de los insumos, mercado para sus artesanías, pago justo por su trabajo, y en el terreno personal, que los esposos y los padres las dejen salir a trabajar.

Los resultados de esta primera etapa de la encuesta permiten concluir que el aumento de los precios de los bienes básicos ya no es capaz por sí solo de reactivar la producción campesina, debido a que se ha devastado su capacidad productiva. Por el contrario, les afecta como consumidores, tanto de alimentos como de insumos de trabajo, lo cual genera una mayor desestructuración de las unidades productivas. Este proceso daña a los sectores más débiles del campo, pues agudiza la subordinación de las mujeres y deteriora los niveles nutricionales de los niños. Los procesos organizativos que se han logrado consolidar se ven golpeados por la crisis alimentaria, mientras que las políticas públicas ubican a las mujeres rurales como indigentes sin ningún potencial productivo. Además, los programas como Oportunidades se han introducido en la vida rural como normales, como parte de la vida cotidiana, hecho que vela su rol discriminatorio y paliativo.

La crisis alimentaria constituye pues un nuevo golpe al campo y un proceso que deteriora la difícil vida de las mujeres rurales del país.