11 de diciembre de 2008     Número 15

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Ser indígena en Guatemala

Wendy Santa Cruz

En Guatemala ser mujer, indígena, campesina y vivir en el área rural se vincula estrechamente a condiciones de vida precarias, pobreza, dobles y triples jornadas de trabajo, falta de reconocimiento de sus aportes en todos los ámbitos y tener que enfrentarse a una recurrente violación de sus derechos más fundamentales. En un contexto neoliberal, esta situación tiende a agudizarse y las indígenas y campesinas con su organización y múltiples luchas están haciendo aportes para transformar esa realidad. Aproximadamente 64 de cada cien guatemaltecas viven en el área rural y de ellas 59 por ciento son indígenas, la mayoría de origen maya. Gran parte de la población femenina rural económicamente activa se dedica a actividades vinculadas a la agricultura, caza, silvicultura y pesca, aunque también son importantes el comercio por mayor y menor, los servicios y el trabajo en la industria manufactura textil y alimenticia.

Múltiples jornadas. La vida de las campesinas está determinada por su relación y trabajo con la tierra, la cría y venta de animales, que constituye su medio principal de sobrevivencia. Con variantes, dependiendo de la región del país que habitan, efectúan actividades agrícolas vinculadas a la preparación del terreno, siembra, limpia, abono, cosecha, traslado, venta, selección y almacenaje de semillas para próximas cosechas; la cría y venta de aves, cerdos, vacas, etcétera.

Sin embargo, su labor no se limita a lo anterior, ya que además de las labores agrícolas y pecuarias, realizan otras actividades para complementar los ingresos familiares, como las artesanales y preparación y venta de alimentos, entre otras. Su aporte es fundamental, ya que contribuye y garantiza la subsistencia de la familia y la unidad productiva. Asimismo se encargan del trabajo doméstico y desarrollan actividades comunitarias, asuntos vinculados a la educación, la salud, los servicios básicos y tendientes a la solución de necesidades concretas.

Por otra parte, en años recientes se ha incrementado el número de campesinas que desarrollan un rol como promotoras de actividades para mujeres, que ejercen cargos de representación en grupos locales y/o participan en organizaciones de carácter nacional. También participan en movilizaciones y efectúan diversas acciones que buscan solución a múltiples demandas.

Carencias. A pesar de todos estos aportes y pequeños avances, continúan siendo sujetas económicas, sociales, políticas y culturales sin reconocimiento. Las desigualdades, discriminación, abandono y falta de información que rodean sus vidas desde su niñez implican una serie de desventajas, grandes sacrificios y carencias: dependencia de las decisiones de otras personas sobre sus vidas, menos educación, violencia, mala nutrición, menor salario, acceso más restringido a la tierra y otros recursos, entre otros.

Con la organización, los procesos de formación y sus múltiples luchas cotidianas, muchas mujeres campesinas han tenido la posibilidad de comprender y analizar cómo el trabajo reproductivo se vincula estrechamente con los procesos de producción y acumulación de riqueza, el papel del Estado y la reproducción de un modelo económico explotador en la sociedad. Es justamente en la división sexual del trabajo que el patriarcado y el machismo se relacionan con dicho modelo, donde lo principal constituye las ganancias que unos pocos puedan adquirir, dejando fuera de posibilidades para una vida digna a la mayor parte de la población. De tal cuenta han desarrollado agendas y propuestas para contribuir a transformar sus realidades.

Las mujeres campesinas e indígenas han jugado un papel fundamental en la lucha, algunas incluso han resultado afectadas con órdenes de captura como ha ocurrido en Sololá y San Marcos, departamentos ubicados al oeste del país. A pesar de los problemas que enfrentan, el intercambio les ha permitido ir analizando que de esa defensa depende buena parte del futuro no sólo de ellas como campesinas sino de las y los guatemaltecos en general y de toda la humanidad. Ellas están reivindicando un desarrollo rural que tome en cuenta lo humano, social, cultural, económico y ambiental; la redistribución equitativa de los recursos entre mujeres y hombres, pobres y ricos; que no sea patriarcal ni racista y que valore la vida comunitaria y la recuperación y conservación de los recursos naturales.

Migración de mujeres poblanas a Nueva York: ¿cambian las relaciones de género?

Josefina Manjarrez Rosas

En México cada vez más mujeres emigran a Estados Unidos. Antes, el perfil más común del migrante era masculino, casado o unido, de mediana edad, proveniente de zonas rurales del occidente del país. Hoy no sólo ha cambiado este perfil, sino que otras regiones nutren el flujo migratorio hacia el país del norte. Una de ellas es el Valle de Atlixco, Puebla, de donde sale mucha gente a Nueva York.

Las primeras emigrantes de San Juan Huiluco, comunidad nahua del municipio de Huaquechula, ubicada en el Valle, se dio a mediados de los años 80s. Era una migración de retorno. A partir de los 90s, las mujeres que se van son más jóvenes, con mayor nivel educativo, recién unidas o casadas, y su estancia en aquel país es más prolongada debido al fuerte control de la frontera. ¿La migración contribuye a modificar las relaciones de género? ¿Los cambios son benéficos para las mujeres?

Sobre la experiencia laboral de las mujeres en Estados Unidos, varios estudios dicen que puede potenciar cambios positivos para ellas, debido a que salen del espacio privado y logran mayor libertad, a que tienen un salario y toman decisiones sobre su dinero, y a que amplían su capacidad de negociación con los hombres sobre labores domésticas.

Efectivamente, las huiluquenses asentadas en Nueva York se han incorporado al mercado laboral y comparten más las tareas domésticas con sus cónyuges. Sin embargo, ellas no siempre se incorporan de inmediato al trabajo y cuando lo hacen la mayoría se integra a mercados laborales segmentados, sobre todo a los servicios de cuidado (niños, ancianos, trabajo doméstico); labores precarias, mal pagadas, con horarios extenuantes, en las que se ocupa un gran número de mujeres migrantes en Nueva York. La migración también produce cambios en las sociedades de origen, ya de suyo sometidas a vertiginosas modificaciones, lo cual acelera los cambios intergeneracionales. Si bien no hay plena equidad de género, el que en Estados Unidos los hombres realicen parte de las labores domésticas flexibiliza la distribución de éstas en la comunidad, sobre todo entre parejas jóvenes. Hoy, algunos hombres dan de desayunar a sus hijos e incluso planchan su ropa.

La violencia en las relaciones de género se modifica también: varios autores han documentado que en el imaginario de los hombres de la comunidad, la protección legal de las mujeres contra la violencia doméstica en Estados Unidos se liga a su independencia y autonomía; los hombres dicen que no pueden pegarles porque ellas podrían llamar a la policía. Esta legislación ha impactado a varones y mujeres que poco antes asociaban los golpes a una mujer con el “ser hombre”.

No sólo se reduce la violencia física sino el control sobre las mujeres. Pueden salir solas. En los relatos de los primeros hombres que migraron hacia Estados Unidos e incluso de mujeres que nunca han migrado, se percibe la creencia de que allá las mujeres pueden hacer lo que quieran. No siempre es posible recurrir a la legislación protectora, muchas veces la violencia no se denuncia por miedo a la deportación. En lugar de estar empoderadas, las migrantes tienen que decidir entre aguantarse, o parar la violencia de sus parejas arriesgando su estancia en Estados Unidos. Aun cuando las huiluquenses no reportan casos de violencia física, sí la cuestionan abiertamente y expresan un nuevo ideal del matrimonio, de mayor compañerismo; también sus parejas se manifiestan a favor de una relación más equitativa y de cariño.

Finalmente, hay preguntas sobre la “liberación sexual” de las mujeres que emigran. Mecanismos de control, que parecen muy arraigados en la comunidad, sufren un relajamiento cuando hombres y mujeres residen en Estados Unidos. Allá resulta más fácil socializar y tener relaciones sexuales a pesar de los chismes que viajan trasnacionalmente. Las jóvenes solteras pueden tener novio más rápido y pueden salir con él porque no están sus padres para impedirlo, pese a que exista una red de parientes que vigilan sus acciones y a que persiste la idea de mantener la virginidad hasta el matrimonio.

En síntesis, la migración ha potenciado cambios positivos en las relaciones de género en la comunidad. Las mujeres solteras han ganado cierta independencia en Nueva York, aunque sigan operando reglas que impiden la transgresión de lo establecido. Las huiluquenses mejoran su condición de género, a pesar de su estatus indocumentado y a la naturaleza del trabajo que realizan en una ciudad global como Nueva York.

Doctora en sociología por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Profesora en la Universidad Iberoamericana-Puebla [email protected].