Usted está aquí: viernes 12 de diciembre de 2008 Opinión Ciudad Perdida

Ciudad Perdida

Miguel Ángel Velázquez
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Durante los primeros dos años de gobierno, Marcelo Ebrard se ha visto sometido a una serie interminable de presiones que tienen como principal objetivo lograr una ruptura entre él y Andrés Manuel López Obrador, enemigo del poder omnímodo emanado de la derecha y el fraude.

En todos estos meses no hubo un solo día en el que Ebrard no recibiera algún tipo de reclamo por su cercanía a la presidencia legítima que encabeza López Obrador, y en este affaire, los más constantes, desde luego, fueron los medios de mercado, que vez con vez minimizaban o criticaban el trabajo del jefe de Gobierno, la mayor parte del tiempo más como estrategia de presión que con razones de fondo.

Y no sólo, desde dentro, las voces que culpaban a la lealtad de todos los males que mediáticamente padecía el gobierno se multiplicaron, pocos quedaron de los que entendían que si algo agradeció la gente al jefe de Gobierno fue precisamente su lealtad, la valentía de un gobernante que no se doblaba ante los micrófonos, y reconocían de todas formas su trabajo. “Ya no hay de esos”, se comentaba en casi todos los ámbitos.

De cualquier forma, nadie en sano juicio puede decir que Ebrard quiere el poder para, como el panismo, hacer más ricos a los ricos. Su trabajo en estos meses desmentiría algo así, pero de que las presiones le han mellado el escudo ideológico con el que defendió sus ideas al principio del sexenio, no hay duda.

Tal vez para un político sea insoportable permanecer fuera del haz de luz que alumbra los egos y crea supuestas popularidades. Es muy probable que se sientan desesperados cuando sus esfuerzos por crear mejores condiciones de vida entre sus gobernados no logran permear las conciencias inermes de quienes viven pegados a la televisión, y las críticas que de allí provienen les hagan, por tanto, temblar las ideologías.

Es seguro que los políticos, convertidos en mercancía, sean susceptibles, muy susceptibles al valor que les da el supuesto mercado de la popularidad medido en las encuestas, instrumento que, por tanto, pertenece, se quiera o no, al que paga, pero que parece contener las verdades que ellos, los políticos, quieren saber sin entender que se convierten en adictos a una realidad siempre en venta.

Todo ello, desde luego, cuestiona las ideas y las formas del gobernante, y más si siempre van en un solo sentido. Ningún político está vacunado contra el virus del mercado, sobre todo si también se le hace dudar de la pertinencia y la certeza del camino escogido. Marcelo Ebrard no es insensible a todo eso.

Los signos que ha esparcido el jefe de Gobierno durante las semanas recientes podrían hacer dudar a muchos sobre el cambio de sendero que en apariencia ha tomado Marcelo Ebrard, y en verdad preocupa, pero aún ahora los que se niegan a creer que se ha torcido el camino, aseguran que lo de los últimos tiempos es, nada más, estrategia electoral.

De cualquier manera es necesario que alguien alerte al jefe de Gobierno, porque hasta donde la experiencia dice, quien se mete al chuchinero casi siempre sale salpicado, y Marcelo Ebrard no merece ese destino.

De pasadita

Dicen que mal empieza la semana al que ahorcan en lunes, y eso en política tiene fondo. Viene a cuento porque, según testigos, la salida de Yessica Miranda, y el arribo a la Dirección de Comunicación Social del Gobierno del DF de Óscar Argüelles, se mantendría en total secreto hasta hoy viernes, pero la especie se coló, nos refieren, porque Argüelles no aguantó las ganas de filtrar su nuevo encargo.

También de pasadita les comentamos que el chucho mayor no pudo haber hallado mejor escenario para deslindarse de Andrés Manuel López Obrador que la Escuela Libre de Derecha, perdón, de Derecho, la misma que le dio el título a Calderón y que domina Ignacio Morales Lechuga. Allí sí se sintió cómodo el chucho. Allí sí fue a pedir perdón.

 
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