11 de diciembre de 2008     Número 15

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Testimonios

MISIONERA, ACTIVISTA Y ADMINISTRADORA

MARÍA DOLORES GALLEGOS TREVIZO, MEJOR CONOCIDA COMO HERMANA LOLITA, REPRESENTANTE LEGAL DE LA COOPERATIVA EL RANCHERO SOLIDARIO, EN ANÁHUAC, CHIHUAHUA.

Tengo 69 años de edad y soy religiosa misionera. Llegué a Anáhuac a fi nes de 1986, en tiempos de cosecha de temporal. Había oído que el padre Camilo Daniel trabajaba mucho por la gente del campo y, por reportajes periodísticos, sabía yo sobre la pobreza de las zonas rurales de Chihuahua. Vine a ver al sacerdote para decirle que quería ayudar a los campesinos y él me presentó con los 13 pueblitos que pertenecen a esta cabecera municipal y me puse a sus órdenes. Estaban en una de esas luchas de siempre del campo, era por sus precios de garantía; estaban tomando bodegas, ofi cinas. A la semana siguiente ya tuve que venir con ellos a tomar bodegas. Me llenaba mucho venir a comprometerme. Aquí es zona temporalera que casi no levanta nada y a veces se hiela o no llueve a tiempo. Producen sólo maíz y frijol, y un promedio de cinco a diez saquitos por familia.

Participé con la Unión para el Progreso de los Campesinos de la Laguna de Bustillos (Upcala). Tuvimos una lucha muy fuerte que fue muy conocida, marchamos a pie a Chihuahua; éramos poquitos hombres y mujeres, algunas tarahumaras, y caminábamos 25 kilómetros diarios; cuando ya nos faltaba sólo un tramo, llegó gente de la sierra, de todo el estado y entonces la entrada a la ciudad fue de mucho campesinado, mujeres y hombres. Eso fue en 1988.

En mi caso, me sentía libre, como una gaviota, pero las que iban o eran esposas de campesinos, iba una que era madre soltera y unas jóvenes que no eran casadas. También iba Chabelita, una joven que había llegado acá a conocer la vida religiosa conmigo. No es por nada pero las mujeres en general somos más perseverantes, no somos dadas a buscas puestos, posiciones de poder.

Hicimos un plantón en Chihuahua. Colaboré llevando la contabilidad de las boteadas; nos llevaban mucha comida y yo organizaba para comer los perecederos. Con lo demás, a los que se regresaban a su casa, a su rancho, les daba yo su cajita de mandado y el pasaje y luego me mandaban a otros. Por eso ese plantón se fortaleció. Chabelita y yo no nos movimos de la plaza durante casi mes y medio porque, después de que se levantó el plantón, tuvimos que entregar las tiendas de campaña, las ollas y otras cosas que teníamos prestadas.

Allí los campesinos de la Upcala vieron que yo sabía de organización, de administración. Desde hacía cinco años tenían una cooperativita que no progresaba y me invitaron a trabajar allí. Empecé en 1990. Es una cooperativa de consumo –para acercar al productor con el consumidor–, pero entonces casi no vendían alimentos; tenían cigarros y muchos anaqueles de Sabritas, pura chatarra. Les aclaré: “yo no vengo a vender eso”, Un campesino dijo “Uhmm... pues así la vamos a hacer”. “Como gusten”, les dije y luego luego puse un gran letrero: “Nuestro proyecto es de vida; no vendemos cigarros”. Ahora la cooperativa es muy grande, tenemos nueve computadoras, diariamente trabajan aquí 34 personas; a mí ya me pensionaron pero colaboro con lo que se va ofreciendo en asuntos legales.

Como religiosa, mi labor con los campesinos es más plena. Si estamos llamados a ser luz, a ser sal de la tierra, a ser levadura en la masa, yo me siento más. Creo yo que esa es nuestra misión, ser fermento en la masa.

Como mujer, siento que a veces no queremos asumir cosas; nos hace falta arriesgarnos. No es común que andemos con grupos de puros hombres, en luchas, en tomas de ofi cinas. Pero cuando lo hacemos, vemos que tenemos mucha potencialidad, mucha capacidad. Creo que tenemos una fortaleza que no tienen los hombres (...) La misma mujer se devalúa el machismo lo fomentamos nosotras mismas, por ejemplo, en la plaza un día le tocaba lavar los platos a un rancho y al día siguiente al otro, o limpiar los frijoles, y así la lucha se hacía liviana. La cosa es tener táctica; cuando uno quiere tomar la autoridad, o la posición de los hombres, ellos se sienten mal, pero cuando uno los acompaña, de una manera natural, se va dando una relación equitativa.

LOURDES E. RUDIÑO


TRABAJO DE PRINCIPIOS, DE COMPROMISO

MARÍA LETICIA LÓPEZ ZEPEDA, RESPONSABLE DEL ÁREA DE ORGANIZACIÓN Y FORMACIÓN DE LA ASOCIACIÓN NACIONAL DE EMPRESAS COMERCIALIZADORAS DE PRODUCTORES DEL CAMPO (ANEC)


ILUSTRACIÓN:
Pedro Guevara (Clip)

Con el cambio en el papel de la mujer, nos hemos llenado de más chamba, porque mantenemos el trabajo tradicional de casa y además hacemos labores antes exclusivas de los hombres: Lo veo con quienes en la ANEC tenemos proyectos de género, por ejemplo de traspatio o engorda de bovinos: las señoras los emprenden pero siguen manteniendo el trabajo de casa, lo cual no es justo. No se ha buscado que el hombre comparta el trabajo de la casa. En las reuniones las mujeres dicen “ya me tengo que ir porque mis hijos... la comida”. De repente me da hasta temor ese tipo de trabajo porque le estás dando a las mujeres una doble chamba.

Es muy difícil que encuentres a un campesino hombre que diga “hoy sí le entro a hacer de comer, lavar los trastes o cuidar a los niños para que mi esposa se vaya a la asamblea o a ver el proyecto tal”. Entonces el trabajo fuera de casa de la mujer se ve como secundario, incluso como algo curiosito. Eso es injusto sobre todo cuando el fenómeno de la migración está afectando impresionantemente a las mujeres, que se vuelven cabeza de familia.

Particularmente en el sureste, las campesinas miembros de la organización no acuden a las reuniones, con ciertas excepciones de jóvenes con puestos de responsabilidad en sus agrupaciones locales; son nueva generación. Sin embargo, cuando una mujer sobresale, resulta muy buena líder, mejor que los hombres. Y es que ellas son más organizadas y sobre todo responsables y honestas. Son mujeres que deben tener dotes sobrenaturales, para imponerse a los hombres.

La falta de equidad no es un problema de las mujeres ni de los hombres, es de la organización. Si se lucha por la igualdad campo-ciudad, también tenemos que hacerlo para hombre-mujer. En el concepto se tiene muy claro, pero por la vía del hecho, como no se resuelven problemas estructurales, las mujeres participan menos, pues quién va a cuidar a los hijos.

Respecto a mí, al coordinar reuniones de campesinos, me respetan absolutamente; nunca he sentido que por ser mujer me traten como inferior. En general respetan mucho el trabajo de los técnicos. Hay reuniones donde hasta el fi nal me llego a dar cuenta, y no siempre, que soy la única mujer.

Yo doy cursos de todo, en particular de fortalecimiento organizacional, de liderazgo, administración, métodos de control, conducción de asambleas, desarrollo organizativo interno. A mí me toca identifi car líderes y desarrollarlos. Cuando vemos una mujer con ese perfi l, tratamos de impulsarla.

Tengo 48 años de edad y dos hijos de 24 y 25. Desde hace 25 años trabajo comprometida con el campo. Mis hijos me reclaman todo el tiempo que le doy prioridad al trabajo. Pero no me da culpa. Yo digo: ni modo me tocó, porque estoy soltera. Desde hace 15 años enfrento sola toda la responsabilidad de los hijos. Y es que a las mujeres de nuestro tipo nos da por sentirnos heroínas. Yo puedo con todo, decimos. Nos sentimos muy autosufi cientes. Es un problema. Si el papá no responde, dice una yo puedo y agarro toda la responsabilidad. En este tipo de trabajo te vas a encontrar muchas divorciadas, es muy absorbente, es de principios, de valores, de compromiso personal, no tienes horario de burócrata. Si no entras con convicción, compromiso e ideales personales, no funcionas. Y es que estamos en una lucha, cambiando conciencias, con un ideal organizativo, para que los productores mejoren sus condiciones de vida, que la agricultura campesina sea viable. En todas las mujeres técnicas que conozcas vas a ver eso. Trabajan sus fi nes de semana sin problema y andan encargando a los hijos no sé en donde. O algunas deciden no tener hijos.

LOURDES E. RUDIÑO

La muerte tiene permiso


ILUSTRACIÓN: José Guadalupe Posada

Lorena Paz Paredes

El embarazo no es una enfermedad y el parto es un acontecimiento esperado durante largos meses en los que el cuerpo de la mujer se transforma: el vientre crece tomando una forma perfectamente esférica, de superficie suave y ondulante, y el rostro se ilumina por el baño de vida que ocurre día a día hasta el alumbramiento. Parir es “dar a luz”, porque sucede una explosión luminosa. Pero el proceso tiene riesgos que si no se identifican y atienden pueden tener un desenlace fatal.

En Cuba desde hace décadas no muere una sola mujer en este trance, tampoco en países del primer mundo. Pero en México sí, y en el muy pobre estado de Guerrero, más que en ninguna otra entidad, porque aquí mueren 128 mujeres por cada cien mil nacidos vivos, frente al índice nacional de 60. Sobre todo en las zonas centro, Montaña y Costa Chica, habitadas por miles de mujeres indígenas mixtecas, tlapanecas, amuzgas y náhuatl, la mortalidad materna es un estigma permanente y una vergüenza nacional.

Pobres e indígenas, vulnerables. Es cierto que todas las embarazadas sufren riesgos, pero se acentúan en las pobres sin acceso a ningún servicio de salud –como en Guerrero donde casi tres cuartas partes de la población es no derechoabiente–, o en las analfabetas que desconocen sus derechos –y Guerrero es la segunda entidad con mayor índice de analfabetismo en mujeres: 23 por ciento de la población femenina en comparación con un promedio nacional de 9.5– y en las indígenas, porque 27.9 por ciento de las guerrerenses son monolingües que viven en zonas rurales de difícil acceso, donde no hay transporte, clínicas, medicinas, o donde las parteras y parteros tradicionales, sin ningún apoyo ni reconocimiento del sistema oficial de salud, hacen milagros para salvar vidas. Y es que en Guerrero la cobertura de los servicios de salud es tan precaria que más de 50 por ciento de los partos ocurren en el hogar.

Las embarazadas mueren de hemorragias durante el parto o el posparto, de sepsis puerperal, de preclamsia/ eclampsia, de parto obstruido, por complicaciones de aborto y emergencias obstétricas. Todas, muertes evitables si ellas tuvieran acceso a servicios de salud oportunos y de calidad y si recibieran atención prenatal. Pero también mueren por discriminación, violencia intrafamiliar y comunitaria, por subordinación de género, por machismo institucional y familiar. O sea que además de las causas “clínicas”, hay muchos factores que conspiran contra la vida de las futuras madres: pocos y malos servicios de salud, presupuestos ínfimos, pobreza, discriminación, violencia, falta de transporte, lejanía y hasta el clima llega ser una maldición.

Labor insuficiente. Y sí, ha habido esfuerzos institucionales para reducir la muerte materna y mucho trabajo de organismos civiles como la Coordinadora Guerrerense de Mujeres Indígenas, la Casa de Salud Manos Unidas de Ometepec, la agrupación Kinal Antzetik y la Red de Promotoras y Parteras, o la labor nacional de la Coalición por la Salud de las Mujeres, que agrupa a varios organismos civiles en defensa del derecho a la salud sexual y reproductiva de las mujeres. Y hasta eventos de compromiso legislativo e institucional para abatir el problema, como el foro “Prevención de muertes maternas en México: ¿y las mujeres indígenas?”, en San Luis Acatlán en 2005 con presencia del legislativo estatal y federal; o la reunión técnica de promoción de la salud materna en Guerrero, Oaxaca y Chiapas, en febrero del 2008, donde el secretario de Salud firmó compromisos; o los foros regionales de Guerrero en Costa Chica y la zona centro, con autoridades municipales, personal médico, parteras, promotores de salud y mujeres indígenas. Pero la muerte no para y los muchos factores que la causan persisten, como lo confirman muchos testimonios de embarazadas, parteras, promotoras de salud y organismos civiles.

Para Martín Cortez, partero mixteco, “todos los indígenas, tlapanecos, mixtecos, amuzgos, sufrimos lo mismo. Estamos haciendo esfuerzos, dicen las instituciones, pero no es cierto, en nuestros pueblos no hay medicina, no llega la ambulancia, no hay doctor. En el centro de salud de Buena Vista, hay un solo médico que sale a descansar 15 días, un mes (...)”

“Cuando se pone grave la embarazada –cuenta la promotora de salud Gardina García, de Pueblo Hidalgo, en Costa Chica–, hay que trasladarse a Ometepec, se dilata de tres a cinco cinco horas, el camino es duro y la mujer va sufriendo golpe tras golpe, es mucha la distancia y a veces se muere o al llegar no hay especialista. Dicen que hay programas para mujeres, pero la verdad no, menos para comunidades lejanas.”

Lucina López, de Cumbres de Barranca Honda de la Costa Chica, cuenta que su nuera llegó a la clínica con mucha dilatación. “Llevamos cien pesos y nos dicen, aquí no se puede presentar si no trae lo suficiente. Quiero una ayuda, les dije, pero no la atendieron y mi nuera se alivió en la sala de espera, su niña nació con el lomito pelado y se murió, también mi nuera, la pusieron en una ambulancia pero falleció antes. Bueno, ni modos, dije yo, todo es porque no se leer, le dije al doctor, si supiera tomaría su nombre, pero hay un buen Dios y algún día tendrá que darle cuentas.”

Primero la gente bien. Se discrimina a las indígenas y a las pobres. “Para llegar a la unidad médica, salgo de la comunidad a las cinco de la mañana. Llego a la consulta a las ocho, pero cansada, empolvada o enlodada. Entro a la clínica y no falta quien diga: salte, traes lodo, vas a ensuciar el piso” (Taller Veracruz). “Si llegamos a la consulta y hay gente esperando, no respetan nuestro lugar, pasan primero a la gente bien, a los que tienen dinero, a nosotras nos ven así pobres, humildes, y nos dejan al final. Las que sólo hablan lengua tienen más problemas, las sacan rapidito del consultorio y quién sabe de qué las curan si no pudieron decir qué tienen” (Taller Oaxaca).

Carencias económicas. En la Red de Promotoras y Parteras Comunitarias hay 137 mujeres que acompañan y atienden a embarazadas de 30 localidades de 13 municipios de la Costa Chica y La Montaña. Reciben una beca que no rinde. “Estamos ahorrando nuestros 300 pesos –dice una partera– para llevar a la mujer al hospital, pero no alcanza ni para los gastos, menos para las medicinas, menos creer que es un salario”. A otros ni eso les dan, como a Martín Cortez, partero mixteco de Buena Vista, “el gobierno no me paga ni un peso aunque diga que sí. Lo hago gratis por salvar la vida de las mujeres.”

“La Coordinadora de mujeres indígenas viene peleando desde hace tiempo que la Comisión de Derechos Indígenas reconozca a las parteras –dice Libni Chautla, de Chilapa–; hasta una iniciativa de ley presentamos. Y es que las parteras atienden en la clandestinidad, y aunque el gobierno diga que no, se sabe que si una partera no está certificada por la Secretaría de Salud, es denunciada y detenida.”

Los testimonios fueron recogidos por Gisela Espinosa Damián en el ensayo “Doscientas trece voces contra la muerte”, publicado en La mortalidad materna en México. Cuatro visiones críticas, México, 2004. Coordinadora Nacional de Mujeres Indígenas, Fundar, Centro de Análisis e Investigación, AC, Kinal Antzetik, AC, Foro Nacional de Mujeres y Políticas de Población y UAM-X. Y en el Foro Nacional por la Vida y la Salud de las Mujeres, en Chilpancingo, Guerrero, septiembre de 2008.


La casa de salud manos unidas de Ometepec

Gisela Espinosa* y Flor Bonilla**

Casi a la entrada de Ometepec, Guerrero, sobre una calle de terracería se halla la Casa de Salud Manos Unidas, promovida por la Coordinadora Guerrerense de Mujeres Indígenas luego de investigar que Guerrero ocupaba el primer lugar en muertes maternas entre las entidades del país, y que en las zonas indígenas ese triste indicador era más grave.

La Casa de Salud se abrió en 2004, con el objetivo de reducir la mortalidad materna en cinco municipios de la Costa Chica-Montaña de Guerrero, donde habitan los pueblos mixteco, tlapaneco y amuzgo, además de población mestiza de escasos recursos. Lograr el objetivo es asunto mayor, pues el sector público, con muchos más recursos, infraestructura, personal profesional y capacidad para tomar decisiones, tiene grandes dificultades para bajar las tasas de muerte materna. Pese a ello, desde la Casa de Salud se hacen enormes esfuerzos, se tienen resultados y se enfrentan retos que vale la pena compartir con las y los lectores.

Desde 2004 las promotoras de la Casa se propusieron construir una red de parteras y promotoras de salud, y lo lograron. Hoy, en red y en torno a la Casa, se agrupan 42 mujeres que desde hace algunos años tienen citas periódicas, se capacitan, comparten problemas y experiencias. Apenas el 14 de noviembre se juntaron en su Casa a medio construir las responsables del proyecto y varias parteras y promotoras de salud que viven en localidades rurales-indígenas, donde buscan mujeres embarazadas y las acompañan en su espera, acomodan al niño en el vientre materno, atienden partos normales, dan seguimiento a la cuarentena. Son muy apreciadas por las indígenas pues son mujeres, hablan su propia lengua, están cerca, permiten a la mujer estar parada o hincada durante el parto, consienten a las parturientas, comparten la idea de que el parto es “caliente” y no las obligan a ponerse bata ni a hacerse la episiotomía. Las parteras cobran barato, a veces en especie y a veces ni siquiera cobran.

Servicio múltiple. Estas trabajadoras de la salud también han aprendido a reconocer embarazos de alto riesgo, y lograron un convenio con la Secretaría de Salud para referir mujeres en peligro al Hospital Regional, donde deben recibir atención gratuita. Las parteras las llevan, se convierten en sus traductoras, sus protectoras, sus defensoras, ante un sistema médico que no comprende otra lengua, que discrimina a mujeres pobres e indígenas, que no reconoce el saber ni la experiencia de las parteras, que ignora el convenio signado por la Secretaría de Salud: “Aunque llevemos la fotocopia no lo quieren aceptar, sólo si peleamos nos hacen caso. A veces tenemos que pagar el taxi, la medicina de la mujer. Lo que nos pagan no alcanza”.

Las mujeres de la Casa de Salud, también dan talleres comunitarios para informar sobre las señales de alarma en el embarazo y el parto; para prevenir y detectar la violencia; para informar de los derechos humanos y reproductivos a mujeres, a señores, a jóvenes.

El tema de violencia, que no era su centro, ha ido ganando terreno en su práctica, pues “sale” y “sale” y “sale” en todos sus espacios de trabajo: “Estoy viendo que desde que yo entre aquí ya no te tratan como simple promotora de salud, como simple partera, ahora la gente te dice: ‘cómo le voy hacer, mi marido me pega, mi marido me maltrata’”. Otra promotora cuenta: “Allá la mujer no sabe qué es violencia, muchas la sufren pero no conocen qué es violencia. Allá las mujeres quieren taller”.

La consejería también toca el maltrato de las madres a las hijas: “Era una niña de 14 años, se alivió y estaba triste, triste. No se movía, a tres días del parto no se había bañado. Hablé con su mamá. Ahora la señora sabe que hizo mal”.

Desde su labor también enfrentan el machismo:“Vi a una señora que ya tenía 14, 15 hijos, le dije que se fuera a aliviar de esa barriga a Ometepec, tenía muy baja la presión. ‘No mamita’, me dice ella, ‘ese hombre me va a matar’. Y no fue. Entonces llevé a la doctora Maribel a su casa y el marido le dice: ‘Tú, doctora, ¿a qué perro vienes?, si te la llevas se va contigo porque aquí no vuelve a entrar’”.

Luchar por la salud materna las lleva a difundir derechos humanos y reproductivos; desde esa noción del derecho también luchan por la procuración de justicia, como la partera que, ante la Policía Comunitaria de San Luis Acatlán, pelea porque los adolescentes que violaron a una jovencita de 13 años no sean liberados sin más ni más, sólo “para que no les vaya a doler el estómago de hambre”, y que no se arredra ante los padres de los violadores que piden: “Callen a esa señora, ¿qué no tiene miedo?”. “Ya me curé de espanto”, responde y sigue en defensa de la joven.

En sólo cuatro años, las parteras y promotoras de la Casa de Salud han ganado reconocimiento por su apoyo invaluable a embarazadas y mujeres al borde del parto, por la consejería que brindan, por la difusión y defensa de derechos y por su lucha contra la violencia a las mujeres. La relevancia de su labor es evidente, y deja clara la insuficiencia de los programas del sector público, así como el enorme ahorro de recursos públicos que representa su trabajo. “Recibimos 300 pesos al mes. No alcanza. Estamos ahí porque pensamos que hay más personas detrás de nosotras que no se saben defender, que no saben español, personas del campo que nos necesitan.

Nosotras podemos hacer algo”.

*Profesora-investigadora de la UAM-X [email protected]

**Egresada de la Maestría en Comunicación y Política de la UAM-X [email protected]