Usted está aquí: martes 16 de diciembre de 2008 Opinión Parásitos insaciables

José Blanco

Parásitos insaciables

No hay otra forma de referirse a la gran mayoría de quienes laboran y sobre todo dirigen las instituciones financieras. En todo el mundo se buscan hoy las medidas más apropiadas para regular lo que nunca debió ser desregulado, pero, por supuesto: en todas partes los primeros que han protestado son los propios banqueros.

En México uno de los primeros en salir a la palestra fue Ignacio Deschamps, presidente de BBVA Bancomer. “Evitemos las tentaciones de controlar variables que deben responder al libre comportamiento del mercado: los precios de los productos y los servicios deberán reaccionar a factores de riesgo, de liquidez y de competencia”, dijo. Desde luego, obtuvo de inmediato la solidaridad de sus congéneres, incluido el inefable Luis Pazos que está puesto ahí, en la Comisión Nacional para la Protección y Defensa de los Usuarios de Servicios Financieros (Condusef), para velar por los intereses de los clientes de los banqueros. Poner topes a las tasas de interés de tarjetas de crédito, dijo este señor, que ya debiera estar en su casa, es como “la pena de muerte”: no da resultados. Pazos está al servicio de los banqueros, no de los clientes de éstos.

Las tasas de interés de las tarjetas de crédito son en México un atraco, pero lo que cobran los banqueros no se agota en dicha tasa. En octubre pasado, las tarjetas de crédito de los diversos bancos cobraron en promedio 41.78 por ciento, pero el costo anual total (CAT) de este tipo de financiamiento ascendió a 110 por ciento (gastos, comisiones, más formas mil de la insaciable hambre de billetes de los banqueros), según datos del Banco de México y de la propia Condusef. Después las tasas y CAT se fueron a la estratosfera (el riesgo, sabe usted), de modo que aun una corta regulación como la que aprobó el Senado (que no son topes) era necesaria.

El significado más claro sobre el origen de las ganancias bancarias la expuso –ni modo, señores banqueros– Marx. Si usted es un industrial o un mercader, realiza el siguiente ciclo D – M – D’. Comienza con dinero (D) con el cual adquiere mercancías (M) que cambia finalmente por dinero incrementado (D’), es decir, su dinero ha sido recuperado más una ganancia. No entraremos en las profundidades de los significados capitalistas de estas aparentemente inocuas letritas. Pero si usted es banquero, su ciclo es así: D – D’. Sin producir nada, usted obtiene una ganancia, con dinero que no es de usted, sino de sus clientes.

Por si fuera poco, nadie en la economía gana más que usted. Mejor definición de un parásito económico, no existe. Pero además usted se puso a hacer fechorías sin nombre, una vez que le dejaron manos libres (la desregulación); seguramente está bien enterado de la que hizo el acaudalado y súper prestigiado en los medios financieros, el señor de Wall Street Bernard L. Madoff, arrestado y acusado de engañar y robar a los inversores mediante su fondo (de Madoff): 50 mil millones de dólares completamente perdidos, hecho posible por la desregulación. Veremos cuánto resulta en realidad.

La medida más torpe de la desregulación fue revolver las actividades de los bancos de inversión con las de los bancos de depósito. Volveremos sobre este tema.

La esfera financiera está compuesta por tres mercados principales: el de deuda, donde se negocian bonos, pagarés (que a su vez incluyen los mercados interbancarios, los de divisas, los monetarios y otros de renta fija); el mercado de acciones y el de derivados. La ganancia de los títulos negociados en estos últimos “deriva” de otros activos como las materias primas, los valores de renta fija o de renta variable, o de índices compuestos por algunos de estos valores o productos.

Hay cuatro grupos de productos derivados: Forward, Contratos a Futuro (Futures), Opciones (Option) y Permutas Financieras (Swap).

Los derivados buscaban, se decía, eliminar la incertidumbre que generaba la fluctuación del precio de todo cuanto se compra y vende, tanto en el vendedor como en el comprador; pero en un santiamén los banqueros los convirtieron en medio financiero espurio: pensado para la especulación pura y dura.

La contratación de estos productos no requiere de grandes desembolsos, pero los beneficios o pérdidas potenciales pueden ser muy cuantiosos. Quienes especulan con acciones actúan de dos formas: comprando y vendiendo las propias acciones, o comprando y vendiendo derechos a comprar o vender dichas acciones. Evidentemente comprar o vender el derecho de compra o venta de una acción es mucho menor que el valor de la acción misma, pero he aquí que el potencial del beneficio es el mismo. Esto hace que con el mismo capital el especulador obtenga beneficios muchos mayores. Esto venía ocurriendo en tierra de nadie, en descampado, sin ley ni autoridad que rigiera tales engendros financieros.

Esta clase de especulación infame es un juego de suma cero. Vea la diferencia: cuando alguien invierte en la bolsa ocurre que si ésta sube todos ganan y si baja todos pierden, pero en los derivados cuando el especulador gana alguien pierde: las ganancias de un contratante son las pérdidas de otro.

Las pérdidas incontables mundiales en derivados mezclados con las pirámides hipotecarias que desintegraron a los miserables ninja (ninja: no income, no job, no assets; o sea, personas sin ingresos fijos, sin empleo fijo, sin propiedades) provocó que el falso castillo financiero rodara por los suelos de los cinco continentes.

 
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