Usted está aquí: miércoles 17 de diciembre de 2008 Cultura Vuelo mozartiano

Vuelo mozartiano

Pablo Espinosa

¿Qué hace único a un pianista?, ¿por qué podemos saber, sin ver el disco, quién está al piano en una obra de Mozart, Bach o Preisner?, ¿por qué en el mismo piano y con la misma obra cada pianista toca diferente?

Las respuestas están en la yema de los dedos, en el alma, el intelecto, la intuición, la bonhomía, en la parte divina, que es inmensa, del maestro Alfred Brendel, quien cumplirá 78 años el 5 de enero y lo celebrará por anticipado hoy y mañana despidiéndose de las salas de concierto.

Autodidacta nato, Brendel siempre ha manifestado intereses varios en la vida y sus misterios, todos ellos cuyo eje es la música. Nunca recibió clases formales de piano ni de pintura. Además de ejercer ambas artes, también escribe, viaja. Vive.

Su biografía es de novela. Nacido checo, emigró con su familia a Polonia, donde padeció el horror de la guerra y estuvo a punto de morir por congelamiento. Cuando decidió tocar el piano en público el mundo cambió y mucho, porque desde entonces ha dedicado buena parte de su existencia a encerrarse en los estudios de grabación, como en su turno lo hizo Glenn Gould, para dejarnos una herencia inmarcesible. No sólo su presencia física en las salas de concierto, sino el sentido de su existencia entera en el alma que suena en cada uno de sus discos.

Llegan ciertos pianistas a maestría tal, que su nombre se convierte en sinónimo automático de los grandes maestros a cuyos pies ponen sus dones de intérpretes (traductores, cómplices, embajadores, puentes angelicales). De manera que si uno dice Gould está diciendo Bach. Si uno pronuncia Pollini está enunciando Chopin. Así, si uno dice Brendel dice Mozart.

Baste decir que la grabación integral de los conciertos para piano de Mozart pertenece a Alfred Brendel por antonomasia, al punto tal que la colección más importante de la obra completa grabada de Mozart, editada por la disquera Philips, eligió a Brendel para figurar en esa enciclopedia sónica como referente histórico.

Pero la confirmación irrefutable llega cuando uno escucha un disco de Brendel con Mozart. ¡Epifanía! He aquí las sonrisas sonando, los rulitos cortazarianos reluciendo, la transparencia de alma de una música que cobra cuerpo cada vez que alguien como Alfred Brendel se sienta al piano y alguien como usted lo escucha y el juego es tan divertido y lindo que el escucha percibe entonces, en el tercer movimiento, por ejemplo, del Concierto 26, la dulce carcajada de Volfi por encima de un manto de violines, coronado todo por el canto del oboe y el gemir de un violonchelo.

Si cuando suena un disco y usted percibe un aroma inenarrable, un vientecillo fragante venido de muy lejos, y entrecierra los ojos y siente una corriente eléctrica que lo recorre de nuca a talones y la epidermis abre vertiginosa sus hoyuelos a la velocidad que una rosa sus pétalos en una noche entera; si dejaron de existir el espacio y el tiempo y usted se eleva, es porque Alfred Brendel está al piano y sobre el atril está el movimiento lento del Concierto 21. Aleluya.

Alma femenina. El maestro Brendel se retira. Se dedicará a otros placeres. ¿Pianistas mozartianos además de él? Mitsuko Uchida, Emil Giles, Claudio Arrau, Clara Haskil y los que usted elija. Porque los ángeles nunca están solos, les gusta el canto a dúo y a coro. Vuelan y sus alas no se escuchan como el aleteo de las aves, sino como un rondó de Mozart, es decir, una danza de ángeles. Exactamente así, lenta y rápida como el vuelo de un colibrí.

Hoy el maestro Alfred Brendel emprende nuevos vuelos.

 
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