Usted está aquí: miércoles 17 de diciembre de 2008 Opinión Enfermedad: leyendo a Heráclito

Arnoldo Kraus

Enfermedad: leyendo a Heráclito

La sentencia del viejo Heráclito “En el mismo río entramos y no entramos, pues somos y no somos (los mismos)” nunca será vieja. Menos aun cuando se piensa en los diversos y cambiantes significados de la salud y de la enfermedad. La idea de Heráclito se aplica muy bien al cuerpo que vive y se transforma por el paso del tiempo; se aplica, asimismo, a la vida de la persona que cambia porque kronos impregna sus huellas sin piedad y sin miramiento. Así como el río es habitado por aguas que cambian sin cesar, el cuerpo que envejece también se modifica.

Con frecuencia el río muda por completo: sus aguas siempre difieren. Lo mismo sucede con el bañista: el tiempo lo transmuta. Por eso hay quienes releen la frase del filósofo griego de otra forma: “No podemos entrar dos veces en el mismo río, pues nuevas aguas fluyen tras las aguas”. Con el cuerpo ocurre una situación similar: los años lo cambian. Sin embargo, hay una diferencia entre río y cuerpo. Mientras que el cauce del río muta poco, esqueleto y alma nunca siguen siendo los mismos.

La metáfora de Heráclito permite comprender muchos de los recovecos de la enfermedad y de la labor del doctor. Su idea me remite a otra verdad médica que suelo repetir: la medicina no es una ciencia exacta. A lo que agrego otra vieja reflexión: no lo es porque los pacientes difieren entre sí y porque la misma persona cambia a través del tiempo. Observar lo que le sucede al enfermo requiere sumar todo lo que sea pertinente para “el momento” del paciente: su situación económica, la historia familiar, los amores y los desamores, la relación con los hijos y un larguísimo etcétera que debe individualizarse. A partir de esa lectura es posible leer la vida de la persona y diagnosticar el mal del enfermo.

Regreso al río. Aquel que pretenda sumergirse en sus aguas primero debe estudiar la fuerza del flujo, la distribución de las rocas, la temperatura y otras variables. Después de ese análisis decide si es adecuado o no penetrar en él. Lo mismo sucede con la enfermedad. El paciente debe entender, de preferencia guiado por su médico, que la patología modifica su ser y que restaurar la salud depende de todos los factores que tienen que ver con su vida.

La idea de Heráclito debe entenderse como una doctrina del cambio. No sólo el río se transforma, sino todo lo que sucede alrededor muta: las tierras, las casas, los árboles. La actividad de la naturaleza y la del ser humano imprimen modificaciones en el entorno del río. La naturaleza genera y padece sus propias catástrofes y es víctima de las calamidades producidas por el ser humano. Ambas repercuten, en general, en forma negativa, en la vida del río. Los ríos de hoy llevan otras aguas. Algunos se han secado, en otros los peces han muerto y en la mayoría la contaminación es la regla. De hecho, esas variaciones, aunque no alteren demasiado el cauce del río, sí influyen en él.

Las enfermedades, siguiendo la doctrina de El Oscuro de Éfeso, también generan mutaciones. Para muchos, las pérdidas inherentes a la patología ponen en marcha el recuerdo de un recuerdo. La vida con enfermedad deviene otra forma de estar, otra forma de ser. Al igual que el río, no sólo el cuerpo y la persona se modifican: las relaciones con el mundo y con las personas adquieren otros matices. Es necesario reinventar lenguajes, tiempos y espacios. Es también necesario comprender y leer desde otra perspectiva la nueva arquitectura del cuerpo.

El lenguaje que utilizan algunos pacientes suele expresar bien esos cambios. “No entiendo bien lo que sucede –me comentaba un paciente y amigo–. Desde que estoy enfermo me persigue mi propia sombra.” La sombra de la enfermedad abre ventanas en la conciencia que obligan al afectado a repasar esos recuerdos y a instalarse de otra forma en la vida. La conciencia adquiere una voz distinta que debe ayudarle a la persona a adecuarse a su nueva realidad. “La enfermedad ha clausurado muchos espacios”, es un sentir que anoté en la historia clínica de un paciente.

Así como los ríos modifican el paisaje, y éste transforma el lecho de los ríos, la enfermedad toca a las personas, y éstas tocan, para siempre, cuando el dolor fue mucho, a sus seres queridos. Es cierto: “En el mismo río entramos y no entramos, pues somos y no somos (los mismos)”.

 
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