Usted está aquí: domingo 21 de diciembre de 2008 Cultura Lo que los libros de historia no dicen da paso a Juárez, el rostro de piedra

■ Novela de Eduardo Antonio Parra, publicada por Grijalbo

Lo que los libros de historia no dicen da paso a Juárez, el rostro de piedra

Arturo García Hernández

¿Cuántas estatuas de bronce de Benito Juárez hay en el país? ¿Cuántos bustos de piedra con su efigie, en las plazas de cada pueblo y ciudad? ¿Cuántas calles, colonias y avenidas con su nombre? Altares al santo más venerado de la historia de México. El escritor Eduardo Antonio Parra quiso saber qué había detrás de aquel rostro imperturbable, más allá de la leyenda rosa del “pastorcito” zapoteco que tocaba la flauta, más allá del héroe inmaculado de la historia oficial. Quiso saber de la grandeza y las miserias del hombre, de sus fortalezas y debilidades, de sus aciertos y errores.

Se tomó tres años para investigar y recrear sus hallazgos y conclusiones en una novela: Juárez, el rostro de piedra, de reciente publicación en Editorial Grijalbo, del consorcio Mondadori.

No obstante todos los libros dedicados al prócer oaxaqueño, la mayoría son de historia o biográficos, pero muy pocos han asumido el riesgo de explorar desde la ficción la dimensión humana del personaje. La novela mexicana más reciente sobre Juárez que Eduardo Parra encontró en su indagación fue Juárez el impasible, de Héctor Pérez Martínez, publicada hace 50 años. “Del Paso lo toca un poco en Noticias del imperio; hay una novela rusa de los años 80; otro libro que se llama Benito Juárez y Porfirio Díaz, y nada más.”

En la novela de Parra el lector se encuentra con un Juárez íntimo, cotidiano, que ríe y se enoja, que sufre y ama, que maldice o tiene miedo; se burla, ambiciona; tan preocupado por su lugar en la historia como por sus hijos o por el futuro del país.

Todo lo que no está en los libros de historia “me dejaba mucho espacio para la imaginación; me dio oportunidad de hacerlo sufrir, de sentirlo y hacerlo sentir”.

Una vanidad histórica

La verosimilitud de las novelas históricas suele naufragar a la hora de hacer hablar a los personajes. Eduardo Antonio Parra superó la dificultad al leer de manera exhaustiva las numerosas cartas que escribió y conservó Juárez, así como mucha literatura del siglo XIX, para captar de la manera más fiel posible el lenguaje y la atmósfera de la época.

Como todo hombre que llega a esos niveles de poder, Benito Pablo Juárez García tenía plena conciencia de sí como protagonista de la historia, “desde que asume la Presidencia sabe que todo lo que diga y haga quedará registrado; de hecho, por eso guardó casi todas sus cartas personales en un archivo, al pensar cómo iba a pasar a la historia”.

Es una vanidad histórica “que se combina con una soberbia absoluta: ‘Soy el poder, soy la Constitución, soy el Partido Liberal y soy la patria’”.

–¿Qué es lo que más admira y lo que menos le gusta del Juárez que encontró?

–Admiré su tesón, la decisión de no detenerse hasta lograr las cosas, su manera de vencer los miedos y las dificultades externas, que siempre tuvo; la ciudad de México siempre le fue hostil, era un presidente indio y los criollos lo miraban por encima del hombro. Me interesaban sus dificultades internas, las inseguridades que le provocaban el contexto social y que, sin embargo, poco a poco venció.

“Durante una época, la gente a su alrededor parecía más brillante e inteligente que él, y de hecho sus compañeros también lo discriminaban: Miguel Lerdo de Tejada no lo bajaba de indio callado y taimado.”

Pero Juárez era muy inteligente y “sabía callar, escuchaba a todos y hacía una síntesis, y como tenía el mando que le habían otorgado los demás, tomaba las decisiones ejecutivas. Imaginemos un gabinete donde están Melchor Ocampo o Miguel Lerdo de Tejada, que eran brillantísimos. Creo que en su fuero interno los admiraba, y al principio les tenían algo de temor, pero poco a poco fue creciendo hasta dominarlos”.

Soberbia y autoritarismo

Si era necesario para sus propósitos, Juárez “manejaba la legalidad a su antojo, decía que para poder sacar adelante al país, y pienso que la mayor parte de sus acciones fueron en el fondo positivas y sí tenían como principal objetivo el bienestar de la nación”. El Juárez que más disgustó al escritor fue el de los últimos años, “cuando ya estaba aferrado al poder, y de hecho manipuló las elecciones para continuar; en esa etapa de su vida también llevó a cabo represiones sangrientas; quedó viudo año y medio antes de morir, y entonces se agudizaron su soberbia y su autoritarismo”.

–¿Qué es lo que lo pone por encima de otros héroes que también contribuyeron a construir el país?

–Que de la galería de nuestros grandes héroes patrios, es el único que no fue derrotado. Ganó la guerra de Reforma, ganó la guerra contra la Intervención francesa; murió en la presidencia. A Villa y a Zapata los asesinaron; a Hidalgo y a Morelos los fusilaron. Además, él puso los fundamentos del México contemporáneo, el liberalismo del sistema político; el priísmo es hijo de Juárez, lo estudiaron muy bien, aprendieron lo bueno y lo malo.

Eduardo Antonio Parra reconoce el propósito desmitificador de su novela, se deslinda de la corriente revisionista de derecha, que más que desmitificarlo, pretende borrarlo: “Estoy en favor de cualquier desmitificación, de cualquier héroe, y de la historia completa, por supuesto no soy de derecha ni lo seré, lo que la derecha quiere es borrarlo”.

–¿Al final con qué se queda de Juárez?

–Con el gran hombre que fue, en su grandeza y su miseria, ha sido uno de los hombres más enteros en la historia del país. Pienso que fue bueno que muriera en el momento en que ocurrió, porque si no, hubiera sido un dictador como Porfirio Díaz o peor.

 
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