Usted está aquí: lunes 22 de diciembre de 2008 Opinión Volviendo a Vasconcelos

Bernardo Bátiz V.
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Volviendo a Vasconcelos

Con motivo de la celebración de la reciente Cumbre de América Latina y el Caribe es pertinente recordar a José Vasconcelos, llamado justificadamente en su momento, el Maestro de América, quien sostuvo en discursos, libros y artículos la necesidad de crear una gran unidad de países con cultura aborigen e hispánica. En la cumbre que concluyó hace unos días se destacan dos hechos de gran significación que obligan a la referencia a Vasconcelos.

Uno es el respaldo a Cuba en contra del bloqueo de que es víctima por parte de los gobiernos de Estados Unidos; tal muestra de solidaridad de tantos países hermanos, a pesar de los matices, tiene una clara carga positiva en la política internacional de nuestra región y revive la propuesta de Simón Bolívar: crear una confraternidad de estados hispanoamericanos que pudieran apoyarse, defender su independencia de manera colectiva y colaborar entre sí frente a las grandes potencias de Europa y a la pujante entonces del norte de nuestro propio continente.

El otro hecho de honda significación lo constituye la propuesta de crear una organización de estados exclusivamente latinoamericanos, excluyente por tanto de Estados Unidos, que ha demostrado a través de la historia intereses totalmente diferentes y a veces francamente encontrados, con los de sus vecinos del sur del continente americano. Esta propuesta del propio secretario de la Organización de Estados Americanos, José Miguel Insulza, va en el mismo sentido de establecer para los países latinoamericanos una plataforma sólida, solidaria y fraterna en el seno de Naciones Unidas. No hay mal que por bien no venga dice el refrán; la crisis ha hecho que los países de América Latina revivan la necesidad de su unidad frente a los estados ricos e invasivos.

De Vasconcelos hay que recordar que fue un gran impulsor de la educación, la cultura en general, la pintura mural en particular y el deporte (él dio la idea para el primer estadio deportivo moderno con matices atenienses en la ciudad de México), pero que asimismo fue un convencido de la necesidad de que Iberoamérica, como entonces se denominaba a la región, se integrará en una unidad más allá de las similitudes culturales, de lenguaje, de arte y de cultura, en una confraternidad política que dotará a nuestros países de fuerza propia e independiente.

En los principios originales del Partido Acción Nacional, hoy olvidados, se retomó la idea vasconceliana y se decía textualmente que el desarrollo y la independencia de México, así como su colaboración eficaz en la comunidad internacional, dependen de la conservación de la “peculiar personalidad que nuestra nación tiene como pueblo iberoamericano, producto de unificación racial y ligado esencialmente a la gran comunidad de historia y de cultura que forman las naciones hispánicas”.

Vasconcelos apoyó desde la Secretaría de Educación Pública y desde la Universidad de México, de la que fue rector, el desarrollo que alcanzó el muralismo, movimiento que nos puso al frente del arte universal, publicó libros para el pueblo, abrió escuelas y envío a los maestros a misiones alfabetizadoras por todo el país, fomentó la música y el baile mexicanos y nunca se sintió menos que los extranjeros, ni sintió al país como muchos políticos de hoy se sienten y lo sienten, inferior a otras naciones. Ese fue el sentido, ciertamente confuso pero de una gran fuerza política, de una de sus obras más mencionadas, pero poco leída: La raza cósmica.

En ese libro fundamental, Vasconcelos rescata el gran valor histórico y cultural de la formación de las naciones latinoamericanas a partir del mestizaje y de la fusión de las culturas latina, árabe y visigoda de la península ibérica con las culturas azteca, maya, inca y todas las demás originarias de nuestro continente. El espíritu de esa obra reapareció en Salvador de Bahía; lo que se pudo vivir entre optimismo, sonrisas y presencia de ánimo ante la crisis, en la Cumbre de América Latina y el Caribe, necesariamente nos remite al pensamiento de Bolívar sin duda, pero también al de Vasconcelos.

Un último comentario. Junto con la satisfacción por las nuevas actitudes políticas de los gobernantes latinoamericanos y la alegría por el rescate del espíritu de unidad, vemos cómo esa gran nación, que es Brasil, y la recia personalidad de su presidente Luiz Inacio Lula da Silva, asumieron el papel que pensamos pudo corresponder a nuestro país y a un dirigente de mayor fuerza y claramente identificado con el pueblo de México. Nuestra patria, desde que entraron los gobiernos neoliberales y entreguistas de Salinas y Zedillo, y luego durante lo burdo y ahistórico del foxismo, y lo errático del actual, surgido del fraude electoral, ha perdido la primogenitura que, a pesar de muchas circunstancias difíciles y con riesgos, conservó durante décadas.

 
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