Usted está aquí: lunes 22 de diciembre de 2008 Opinión Aprender a morir

Aprender a morir

Hernán González G.
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■ Muerte sin film

Por factores educacionales no sólo emocionales es que los seres humanos divorciamos, si no es que contraponemos, muerte y buen humor, y en lugar de alegrarnos cuando un ser querido acabó de aprender y enseñar en este plano, lo despedimos desconsolados o a prudente distancia de cualquier asomo de celebración, salvo los infaltables falsos dolientes, que sin disimulo intercambian chistoretes en pleno funeral, pero por nervios, no por júbilo.

En cambio, como diría el sabio, en vez de llorar o al menos preocuparse, los familiares se llenan de alborozo con el advenimiento de una criatura a este mundo, como si al regalo de la vida correspondiera un hábitat medianamente hospitalario. “Son agentes de cambio”, me dijo un padre prolífico cuando su mujer parió al octavo. Así ha de ser.

Si no es con una sólida perspectiva filosófica o a partir de profundas raíces religiosas en las que prevalezca la convicción sobre la devoción, ¿cómo adosar la risa a la muerte? Entre otras formas mediante el talento creador y la relajadora soberbia de la buena literatura, ésa que no tiene tema ni tono aborrecidos.

Ars Moriendi es el título que Raymundo Ramos –maestro de maestros, escritor y poeta, erudito antisolemne– dio a su más reciente obra, un opúsculo de 13.5 por 21 centímetros, con tapas amarillas, original portada y 40 páginas que no tienen desperdicio, misma que sin duda constituye el regalo más original que entre seres pensantes pueda hacerse en estos días de colectiva idiotez.

Mucho más allá de la calaverita de azúcar o el altar de muertos como ingenuas conjuras contra lo desconocido, los breves, burlones y sustanciosos textos de Raymundo logran esa difícil combinación de muerte y humor, de risa fúnebre, siempre con un provocador pensamiento frente a la muerte, en la misma línea desenfadada y lúdica del Ars amandi, de Ovidio, hace 2,000 años.

Condimentado con ilustraciones de Vannuccini, Posada, Topor, Orozco, Mictlantecuhtli y del propio autor, Ars moriendi todavía se divide en Summa artis, Incendio Amoris, El jardín de Academus, Muerte sin film, Nosferatu y Cía., La aflicción de Grecia y Sin clasificar, en una sucesión de confesiones desalmadas y humor renegrido, en esa aspiración inmemorial de llegar a dominar un arte de morir.

La Librería Madero, en el número 12 de esa avenida y oasis de tradición librera en la ciudad, distribuye en exclusiva tan estimulante y original edición.

 
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