Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 28 de diciembre de 2008 Num: 721

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Ibargüengoitia: 25 años después
Entrevista con JOY LAVILLE SALVADOR GARCÍA

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La crisis del teatro en México
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Ensayar teatro, ensayar sobre teatro (I DE II)

Habría que comenzarse por convidar al lego de una verdad irrefutable: el teatro no es mejor que la vida. Es, en todo caso, el registro sublimado de la única noción que tendrá sentido siempre: la de la muerte y nuestra lucha por evitarla aun con la conciencia de su arribo tardío o anticipado. No ampara a la experiencia teatral otro signo que el de la finitud: irrepetible por naturaleza, su legado inestable se acuartela en la cárcel reductora de la evocación. Al término del convivio, en la sala de teatro nada queda sino una batalla de antemano perdida contra la desmemoria; serán sus caprichos y arbitrariedades las que conduzcan la descomposición del evento en recuerdo y añoranza. El espeluzne de la piel ante la presencia de la carne y de la palabra en acción se transforma entonces en un diálogo con fantasmas, una dialéctica que corrobora la vigencia absoluta de nuestra idea de muerte: el motor que nos compele a aferrarnos a la añoranza como testimonio nebuloso de nuestro tránsito por el mundo. Asistir al teatro, someter el espíritu a las leyes de su poética, afectar el devenir cotidiano a la experiencia de su representación implica, sin duda alguna, suscribir un convenio signado por la melancolía. Nada de lo que hemos visto en la sala teatral, se sabe, podrá ser de nuevo de la misma forma, no sólo en la diferencia comprensible entre función y función, sino también en los recovecos de nuestra memoria emotiva. Sólo nos queda el lenguaje, con sus limitaciones y sus reducciones, para desplegar la exégesis y retrotraer el pasado perfecto del teatro al presente volitivo de la escritura ensayística. Escribir sobre teatro, ensayar sobre los sucesos de la escena, testimonia el triunfo parcial y pírrico de la necedad sobre la sensatez.

Fue Eugenio Barba, teórico y director italiano, quien definió el quehacer teatral como un inalterable escribir sobre la arena, categorizando la condición efímera del arte escénico como una de sus virtudes más trascendentes. Su dictum, más allá de sus hallazgos conceptuales y de su influencia incuestionable en la práctica interpretativa, ha fungido de igual como justificación para desterrar a la escena de susceptibilidades ensayísticas. Lo que no puede asirse, se piensa, no puede proyectar una prosa retroactiva. La dictadura de lo textual, el apego obtuso a lo que de literario conserva el hecho teatral, lo ha confinado a un olvido funcional: mientras existan, aun en la mazmorra, quienes se ocupen de la monografía autoral o de la reseña más o menos crítica, el cosmos académico seguirá en equilibrio aparente.


Eugenio Barba

Resulta difícil pensar el anquilosamiento para un arte cuya genealogía configura un evento siempre móvil y transformativo. La organización discursiva del teatro, que quizá como ninguna otra manifestación artística aglutina en torno a sí elementos de otras disciplinas, sienta por sí misma su consideración como una galaxia de sentido de alcances amplios, como un puente dialéctico cuyas formas lo enlazan con algunas pautas indisociables de la idea de modernidad. Ello contrarrestaría, de igual forma, la reducción de lo escénico como una expresión anacrónica y conservadora; si bien es cierto que el formato de la representación teatral ha subsistido con apenas cambios a lo largo de más de dos milenios (allí está la definición legendaria del director de escena francés Antoine Vitez: el teatro es el conservatorio de las formas del pasado), sus estrategias gramáticas para crear sentido se han modificado ostensiblemente a la par del transcurso de los tiempos. El teatro, el mejor teatro, ese teatro que no aspira a una representación mimética de la realidad, no corre en la retaguardia de las artes: por el contrario, ha asimilado con serenidad los frutos de las distintas vanguardias (con todos los reparos que hacia este término pudieran tenerse) del siglo xx y de lo poco que del nuevo milenio ha transcurrido. Allí sus relaciones, casi siempre extemporáneas eso sí, con los frutos de los movimientos “de avanzada” en la arquitectura, la danza, las artes plásticas y la música. Allí su tendencia a anclar estos hallazgos vanguardistas aun con ese retardo: como un síntoma de su naturaleza melancólica, como un pataleo postrero por fijar el signo de un tiempo determinado en el territorio ficticio pero verdadero de la representación escénica, pese a que tal fijación ha de comenzar a desvanecerse, como la escritura en la arena, una vez que las luces vuelvan a encenderse.

(Continuará)