Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 4 de enero de 2009 Num: 722

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Manifiesto
ROSA NISSÁN

Dos poemas
MILTOS SAJTOURIS

Gilberto Owen y Sindbad
ANTONIO CAJERO

Uno de vaqueros
LEANDRO ARELLANO

La metamorfosis de Lucrecia
ROBERTO GARZA entrevista con LUCRECIA MARTEL

La traducción: los quehaceres del amante
JORGE BUSTAMANTE GARCÍA

Rogelio Navarro: un filósofo a contrapelo
ALEJANDRO MICHELENA

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Uno de vaqueros

Leandro Arellano

Pocas épocas han sabido reconocer a sus clásicos. Plinio el Joven dudaba de la permanencia de la obra de su amigo Marcial, dado el carácter ágil y suelto y, las más veces, circunstancial del epigrama. El poeta, en cambio, a quien no le faltaron aficionados en su tiempo, estaba convencido de que sus libros perdurarían. Bien que el epigrama venía de antes, Marcial lo hizo su modo de expresión artística y la posteridad asocia su nombre a ese género. El epigramista latino conocía el valor de la escritura. De su propia obra dijo: “Aquí hay de todo/ Hay bueno, hay algo regular, hay mucho malo/ en lo que lees: de otro modo, Avito, no se hace un libro.”

Marco Valerio Marcial nació en Bílbilis, cerca de la actual Calatayud, en las primeras décadas de la era cristiana, y en la capital del imperio romano se ufanaba de su herencia ibero-celta. Con otro Marcial, el epigramista comparte nombre, patria y la afición por la escritura.

Marcial Lafuente Estefanía nació en Toledo, en los albores del siglo xx; se graduó de ingeniero, padeció cárcel en defensa de la República española y anduvo errante por varios años en algunos países. En las escasas fotos que de él hemos visto, sonríe con la sonrisa del hombre satisfecho. Como el poeta latino, este Marcial también fue celebrado en su tiempo, gracias a los cientos de novelas de vaqueros que emanaron de su pluma y que regocijaron a varias generaciones de lectores.

Si no fue el creador, sin su trabajo seguramente no habría alcanzado la popularidad que por varias décadas tuvo esa literatura ligera, que ocupó un respetable lugar junto al cómic y a la gacetilla. De fácil lectura, accesible a cualquier lector curioso, llena de lugares comunes y de estereotipos, poseía la primera virtud de la lectura: entretener.

Así como en su niñez Santa Teresa de Jesús se habituó a “leer libros de caballerías con desmedido afán”, durante una época me aficioné a la lectura de las noveletas del otro Marcial. Dejó en mi ánimo la impresión de que se inspiraba en los libros de caballerías –más que en el teatro del Siglo de Oro , como alguien sugiere–, que él enmarcó en un ambiente y un país remoto –cuidando la geografía y la historia con escrúpulo, como hizo Verne con sus novelas–, y con valores harto diferentes: menos corteses, menos caballerescos.

Lafuente Estefanía se planteó escribir lo que a él le gustaba y su instinto certero le hacía resolver las tramas con agilidad. Si se propuso escribir bestsellers o no, lo hizo en un español que envidiarían varios novelistas actuales que siguen sistemas mecanizados para la elaboración de sus escritos. En su caso, se trataba de literatura hecha sin otro propósito, sin otros afanes. Nunca engañó al lector.

A pesar de las repeticiones, convencionalismos y lugares comunes de su obra, poseía una fantasía rica. Que lo digan los varios cientos de noveletas que escribió. ¿Algunos títulos?: No mereces una bala, Veredictos salvajes, Secuestros, Pacto entre coyotes, Río de la muerte. Si economía es estilo, a Lafuente Estefanía no le faltaba, lo mismo que pasión por el lenguaje. Corrección, claridad y elegancia, las tres propiedades del lenguaje que prescribía Quintiliano las cumplía Marcial de manera honrosa. Como muchos otros escritores, ubicó la acción de sus noveletas en un país lejano, en el mítico oeste americano que conoció personalmente.

Acción –cima de la escala vital– y expresión, son atributos mayores de su escritura. Cowboys, colts, la pradera, el desierto, ganado, algún río, la diligencia, el cielo despejado, el sol abrasador, el cráneo de una vaca, una bala entre las cejas, Dodge City, muchos sheriffs –de preferencia llamados Silas–, whisky y coyotes son material recurrente en su obra. Las portadas de aquellos librillos –policromos chillones– constituían otra marca notable.

Bruguera, la gran casa editorial española de su tiempo, hizo época publicando sus noveletas, igual que las de Corín Tellado, en tiradas de hasta treinta mil ejemplares. Se asegura que escribió más de 2 mil. Ciertamente la novela de vaqueros no alcanzó los vuelos que tuvo el folletín en Francia, género en el que participaron grandes autores (Balzac, Zola, Dumas, etcétera), mientras que, en Inglaterra, Dickens mantenía a los lectores expectantes de sus entregas semanales y Conan Doyle hubo de resucitar a Sherlock Holmes ante el reclamo popular.

El apogeo de la novela de vaqueros –Lafuente Estefanía no era el único autor, aunque sí seguramente el más renombrado– coincidió con el apogeo del western en el cine. Lafuente Estefanía murió en 1983, luego de inundar al mundo hispanohablante con sus noveletas, las que llegaron a publicarse semanalmente. En una época fueron tan populares que, cuando se sorprendía a alguien mintiendo, el reproche concluyente era: ¡Cuéntame uno de vaqueros!

Se asegura que en su vejez escribió, sin éxito, una novela “seria”. En 1995 se publicó una edición especial –en varios tomos– de sus obras reunidas, y en la actualidad es posible hallar todavía ajados ejemplares en librerías de segunda mano o en puestos de periódicos. Hace poco, sin embargo, pregunté en cuatro librerías de Barcelona por una biografía suya, pero sólo un muchacho supo de quién hablaba.

Un libro que sugiere reflexiones, así sean contrarias a las de su autor, es un libro valioso, y cuantas más reflexiones sugiera, mejor. Sabemos que el bestseller muere con su fama momentánea y dejarse sorprender es cosa de ingenuos. Los clásicos destacan por su permanencia y no crea todo el que escribe. Autor que no da para una relectura no cabe en lo permanente. A Platón se le sigue reeditando, se le entienda o no, pues la intuición más oscura nos indica que algo hay que vale.

Con todo, en un pasaje de sus Ensayos sobre crítica literaria, Antonio Alatorre narra cómo leyó regocijado docenas de novelas de Corín Tellado durante unas vacaciones. Del mismo modo, Sergio Pitol (El arte de la fuga, Borola contra el mundo) confiesa que su deuda con Gabriel Vargas es inmensa: “Mi sentido de la parodia, los juegos con el absurdo, me vienen de él y no de Gogol o Gombrowicz, como me encantaría presumir.” Y Joseph Brodsky recomendaba que para escribir un buen libro, el escritor ha de haber leído antes una buena dosis de subliteratura, de otro modo no podrá moldear el criterio.