Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 4 de enero de 2009 Num: 722

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Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Manifiesto
ROSA NISSÁN

Dos poemas
MILTOS SAJTOURIS

Gilberto Owen y Sindbad
ANTONIO CAJERO

Uno de vaqueros
LEANDRO ARELLANO

La metamorfosis de Lucrecia
ROBERTO GARZA entrevista con LUCRECIA MARTEL

La traducción: los quehaceres del amante
JORGE BUSTAMANTE GARCÍA

Rogelio Navarro: un filósofo a contrapelo
ALEJANDRO MICHELENA

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Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
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DEL SILENCIO AL ASOMBRO

LUIS FRANCISCO ACOSTA


Turba de sonidos,
Ricardo Venegas,
Editorial La Rana /Instituto de Cultura de Guanajuato,
México, 2008.

La reciente presencia de Ricardo Venegas en el ciclo El periplo de Homero –comparecencia de escritores y poetas que dio inicio con Sergio Mondragón, por algunos lustros el poeta cuernavacense de oficio mayor–, que en un esfuerzo conjunto propician la Universidad Autónoma del Estado de Morelos y el Instituto de Cultura, en Cuernavaca, exhibió un signo sustantivo de la poesía más vigente a través de la obra de un poeta que, si bien ha radicado y trabajó casi toda su vida en esta ciudad, ahora su inquietud y su crecimiento como artista lo han impelido a participar en diversos núcleos de creación e investigación en el país y en algunos de Latinoamérica. Su testimonio nos indujo a una relectura de su poesía, toda vez que hace unos meses se le adjudicó un reconocimiento nacional que nos gratifica a todos los del gremio en la entidad.

En una aproximación inicial a este poeta se puede constatar una premisa implícita –y obvia– en el ejercicio de la escritura, ésta es: el mayor o menor dominio de las palabras y la consecuente calidad del producto textual nada tiene que ver con la edad del autor o la autora, y sí, en gran medida, con el compromiso y la entrega con que aborde su trabajo.

Venegas es, ante todo, un poeta cuya lectura denuncia que ha cursado insospechados rumbos del arcano poético, lo mismo como tránsfuga en la desesperación que como alucinado en la contemplación. José Ángel Leyva, refiriéndose a Venegas, puntualiza: “Es un poeta el que habla, el que deja correr la tinta en cauces generosos de emoción sometida al oficio, a la intencionalidad, al humor o al rozón espiritual de la palabra, al amor o a la sombra del designio inalterable.” De esta forma, a la fecha, nos ha entregado seis poemarios, más dos libros de ensayo y entrevista en los cuales rescata y da fe del ideario de madurez y los últimos días del escritor Ricardo Garibay, con quien mantuvo estrecha comunión por muchos años.

La caravana poética que emprende este poeta con aquellos versos iniciales consignados en su primera bitácora El silencio está solo, 1994, y que transcurre a través de sus estaciones cardinales, Signos celestes, Destierros de la voz, ambos títulos de 1995, a los que prosiguió una nueva, Caravana en el espejo (2000), un consistente poemario que acusaba ya un oficio bastante logrado, arribando a La sed del polvo (2007), y orientándose al cenit que iluminó su Turba de sonidos (2008), libro de poemas que además contiene otro, digamos filial, El rumbo fugitivo y con los cuales acreditó el Premio Nacional de Poesía que otorga el Gobierno de Guanajuato, el codiciado Efraín Huerta, en este 2008.

El silencio del sueño, el de la muerte, el de la creación, en la poesía de Ricardo nos procuran el misterio, pues todos los misterios de esta vida pueden contenerse en una sola imagen, o en una apacible –o tormentosa– metáfora (“Canta la soledad de su misterio/ nació para morir y busca el cielo”), de la misma forma como toda la luz del universo, nos dice García Lorca, cabe en el ojo de un gallo.

Ya desde esos versos se perfilan los ejes de su universo, los que prevalecen y se amplían y se transfiguran cabalísticos, como en la en La sed del polvo –“Dormidos escucharon una voz/ los que no duermen/ ‘el que despierta entra en sus sueños.'” El misterio que invocan estos poemas nos impone, nos conduce muy sutilmente al asombro; después de todo el silencio hermético es el perigeo del misterio y su corolario siempre ha sido el asombro, el thaumasein griego que nos instiga la avidez de la verdad. Esto ya lo intuía y lo asumía Venegas cuando escribió: “Baja un eco que asombra/ los idiomas del valle,/ los flujos cardinales,/ las estaciones vagas,/ los astros que germinan.”

El derrotero poético que se inicia con El silencio está solo y prosigue con la Caravana del espejo, es una continua trascendencia, como la raigambre que sustenta la floración de sus versos en Turba de sonidos; la aspiración metafísica está presente, aunque en este poemario se introyecta a lo fáctico e inmediato, a lo más visceralmente sensible, como cuando dice: “Imaginaba que el Amor era una falta de hambre/ una entrega gigante, algo muy santo en el estómago vacío.” Y también siguen vigentes los espejos, que en la poesía de Venegas son el umbral de la insondable búsqueda de sí mismo, de todos los encuentros posibles y de todos los extravíos, el Aleph de su cosmogonía personal: “Vengo de hallarme en el espejo,/ de preguntarme si soy más de lo que miro,/ de ver los cuerpos de mi cuerpo/ supurando historias…”

Y así, en una senda poética feraz, sorteando verdades lacerantes, mitos imponentes, este poeta, este ser humano, frecuentemente queda sitiado por su turba de sonidos y, entonces, en la elevación más genuina, más desnuda, formula este bello, este definitivo poema, el xxi: “Quién eres tú para decir/ no hay Dios?/ Acecha la pregunta/ con su marea de espejos.”

Por una parte su sensibilidad y, por otra, su formación, parten de los sonetos alejandrinos que cultivó asiduamente, como por ejemplo “Mester de travesía” y “Mineral de tiempo”; sonetos de una factura impecable, nos remiten a la escuela dorada de la literatura castellana, particularmente al conceptismo en su cepa más honda y sobria, como el Quevedo de “Avisos de la muerte.” En los versos de este poeta con frecuencia se da el tono y, en ocasiones, las estructuras sintácticas de la poética española renacentista, pero realizadas con acierto en un lenguaje y un aliento actuales.

Es cierto que cada lector llega a la discreta ceremonia de la lectura con su acervo particular de referencias, no obstante, hay rasgos flagrantes y objetivos en todo libro, en cada autor; los que aquí se comentan en sí se dan y, en todo caso, su reseña aporta un preámbulo para acceder con diversos criterios a la grata oferta poética que nos entrega Venegas a través de su obra.


EN VEZ DEL ENVÉS

ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ


Crónica de una década,
Odisseas Elytis,
Ediciones Sin Nombre/Conaculta,
México, 2008.

La prosa de un poeta es la imagen más acabada de su temperatura interior. Es, también, un acto de condescendencia, un recurso a la (in)comodidad de la lengua tal como existe antes y al margen del verso. Nicolás Guillén llamó a sus textos periodísticos, con un acierto que en su caso es irrefutable, Prosa de prisa; Neruda a sus comedidos exabruptos, a la plácida explosión de sus crónicas autobiográficas, de dos maneras que aluden a una obcecada vocación de existir: Confieso que he vivido y Para nacer he nacido; según Pound, finalmente, la escritura sin canto sólo sirve para contar indiscreciones, y así tituló uno de sus primeros escritos en prosa.

Termómetro a la mano, apresurado recuento de “lo que ve el que vive” (para decirlo con Ricardo Garibay), fisura en la roca del verso por la que se vislumbra el más acá del radiante balbuceo de la poesía, la prosa del poeta nos permite saltar las trancas e intimar con su sombra, entender su mundo cotidiano, reconocerlo. El acceso no es siempre deseable, pero jamás defraudará porque sabemos que, si bien estamos asiendo el lado oscuro y menos memorable de su voz emboscada, develamos igualmente la impronta de una perplejidad: el revés de una trama que es, tal vez, su tejido menos deleznable.

La Crónica de una década de Odysseas Elytis (Creta, 1911-Atenas, 1996; Premio Nobel de literatura en 1979) es un reputado recuento de diez años que, a decir de Miguel Castillo Didier, uno de sus más tenaces traductores, resultaron plenamente significativos no sólo para el poeta griego y su generación sino asimismo para la historia europea de los años treinta y cuarenta. Pero la intimidad es épica en un texto sin desperdicio como éste y, al hablar de sus contemporáneos, Elytis se reconstruye a sí mismo, se nombra por primera vez al mencionar a los “pálidos soñadores” que, como él (pero de muy otro modo, porque un poeta siempre ha de pelearse con los demás: es su única manera de respirar a gusto), escribían ya una obra inapelable –y sin embargo a la sombra de santos de distinta devoción.

Si un libro nos abre a otra voz, el que tan espléndidamente traduce Francisco Torres Córdova (poeta él mismo que va del griego al español como Ulises del Egeo a Gibraltar en su movediza odisea) se hace acompañar de una nutrida e imprescindible caterva de notas que nos permite saber que tal gesto o esa riña o este nombre o tamaña confesión son afines a un hombre que se enemista –o se deja seducir– sólo porque no puede hacer otra cosa: las siete escalas del texto de Elytis devienen entonces periplo del que podemos saberlo casi todo porque las acotaciones funcionan, lo que pocas veces puede decirse de un texto anotado (donde la erudición suele competir con la impertinencia y el fárrago con la satisfacción de un convenio en número de cuartillas).

Los recuerdos de Elytis (la indignación de Breton frente a un poema político, de la más baja estofa estética, de Paul Éluard –“¿Para esto luchamos? ¿Para que se escriban estos infantilismos?”; la generosidad intelectual del semanario Letras Neohelénicas; sus vínculos con una idea, una sombra, una calle por la que circula el oleaje lleno de alas de la nueva poesía) son, sin duda, retazos de vida literaria, “fragmentos a su imán” –como diría Lezama Lima–, atisbos que una nota como ésta mal puede aludir sin cazar al azar en el bazar de asombros habituales que otro poeta, en este suplemento, nos ha acostumbrado a asumir como el verdadero haz (en vez del envés) del verso, la genuina naturaleza de la poesía que, aun en prosa, constituye la imagen más acabada del mundo, de su temperatura interior.


 


Poesía completa, tomos I, II y III,
Ernesto Cardenal,
Universidad Veracruzana,
México, 2008.

De manera exclusiva para México, presentada por José Luis Rivas y contando con el privilegio de haber sido revisada por el propio autor, aparece reunida por primera vez toda la producción poética de Cardenal, voz imprescindible de América Latina. El primero tomo “recoge poco más de quince años de la primera etapa [...] desde los Epigramas y Salmos hasta El estrecho dudoso”; asimismo, es en este primer volumen donde se incluye la célebre Oración por Marilyn Monroe. El tomo II recoge “el conjunto de los denominados Poemas indios ”, Pasajeros de tránsito , así como “las célebres Coplas a la muerte de Merton”, y cierra con El telescopio de la noche oscura, uno de los más notables títulos del nicaragüense. Finalmente, el tercer tomo está conformado por las cuarenta y tres cantigas que componen el ambicioso Cántico cósmico.



Lecturas y diversiones. La poesía crítica de Eduardo Lizalde, Gabriel Zaid, José Carlos Becerra y José Emilio Pacheco,
Ignacio Ruiz Pérez,
Universidad Veracruzana,
México, 2008.

Aquí se “explora el temple gozoso y libre de la lírica mexicana” en el período 1940-1970, época de “agitada vida artística”. En opinión del autor, los poetas a los que aborda en este ensayo “perfilan, primero, una crítica de la lectura y, después, una poesía crítica”.



La heredad del silencio. Escritores franceses heterodoxos,
Axel Gasquet,
Universidad Veracruzana,
México, 2008.

También parte de la colección Biblioteca de la UV , este volumen “propone una lectura personal de [...] Verne, Céline, Bataille, Leiris, Klossowski y Louis-Combet”, quienes “han tejido una sutil trama en torno a nuestra sensibilidad literaria, ejerciendo influencias a menudo contradictorias”.



Entre los naguales y los santos,
Félix Báez-Jorge,
Universidad Veracruzana,
México, 2008.

Con los comentarios de Johanna Broda y Alessandro Lupo, aparece esta nueva edición de un ensayo publicado originalmente hace una década, y que ya desde entonces había dejado testimonio de “su notable eficacia analítica” en torno a las “dinámicas religiosas del mundo indígena americano”.