Usted está aquí: martes 6 de enero de 2009 Política El día y la noche

Marco Rascón
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El día y la noche

¿El bien y el mal? Falso. Necesitamos la lámpara de Diógenes para encontrar la verdadera ciudad, que no sólo está en el día, sino también en la noche.

La recesión, la atonía y la crisis económica son una realidad nacional. Aportaron para llegar a ellas los factores objetivos, pero también los inducidos.

Sufren con la recesión los sectores más amplios que obtienen sus ingresos del salario y consumen ante el encarecimiento de las mercancías, la devaluación del dinero y el valor del trabajo. Toda la estructura económica se esfuerza más y se reparte más injustamente.

La crisis, aunque no es novedosa en México, pues hemos vivido más de 32 años en ella, con sus ciclos de expansión y contracción, hoy nos pone en disyuntivas y decisiones que implicarían cambios y reconversiones para repensar el funcionamiento de las ciudades ante la deformación de un desarrollo urbano que segrega, dificulta, agrede el espacio público, lo privatiza y genera en él obras públicas que nunca se sabe si son las prioritarias. El razonamiento conservador piensa en ordenar restringiendo más, cuando la salida ante la recesión está en liberar de trabas para generar actividad y no deteriorar más las condiciones de vida y de trabajo.

Se entienden un conjunto de implicaciones de la recesión mundial y sus efectos en la vida local y cotidiana; se entienden los efectos de las leyes de la oferta y la demanda, la especulación, la anarquía de los mercados, pero no se entiende cuando a éstas se les agrega las que inventan los gobernantes y legisladores para complicar y dificultar más las condiciones de las pequeñas y medianas empresas.

Ya hay un consenso de que estamos en recesión y crisis y, sin embargo, la clase política, gobernantes y legisladores de todos los niveles de gobierno agregan más obstáculos a la actividad económica, respondiendo a la recesión con más recesión en sus decretos y legislaciones.

Tanto a escala local como federal se hizo una competencia para endurecer las leyes contra el consumo de tabaco, demostrando, que les preocupa mucho el aparato respiratorio de los ciudadanos, pero no el digestivo; que la salud afectada por alimentación dañina no interesa al Estado, y los resultados son que más de 11 por ciento de la población padece diabetes, que afecta a niños y jóvenes, a los que deja amputados, ciegos y con el páncreas y el hígado destruidos.

Pero a lo del tabaco, con su dosis de falsa moral, se le agrega la restricción del horario, y por ambas, una contribución a la caída del empleo y a las quiebras. Sus propuestas son subsidiar con impuestos, pero restringir la actividad que los paga. Descubrimos que no somos la ciudad más grande del mundo, pero sí el rancho más enorme, y las autoridades y legisladores se van convirtiendo en parte del problema, generadores de recesión y no la solución o el alivio de ella.

La ciudad de México, con su infraestructura, tendría un alivio a mediano y largo plazos si, en vez de restringir artificialmente el consumo y la actividad económica, la liberara y restituyera los derechos tanto de fumadores como de no fumadores (nadie podría decir que fumar es saludable, pero unos como otros tienen derecho al mismo consumo, estableciendo condiciones para no afectar a terceros).

En el caso del horario, esto es una aberración mayúscula, pues es ¡al revés! Debería promoverse que una parte de la actividad urbana –como la recolección de basura, cargas de gas estacionario, entregas de refresco y cerveza, materiales de construcción, que generan cuellos de botellas y ahorcan a la ciudad en las horas pico– fuera nocturna.

Esto significaría que los establecimientos tendrían que generar empleos nocturnos para recibir proveedores, empleos que a su vez requerirían de transportes nocturnos, otros para servir y surtir, como supermercados, bares y cafés, bancos para pagos de servicios, ampliando la actividad de 14 a 24 horas. De entrada, la noche sería más segura en la ciudad.

¿A quién beneficia la noche desierta? A nadie. Es un desperdicio de infraestructura, de tiempo y posibilidades concentrar toda la actividad durante el día. Las posibilidades futuras en las ciudades de alta concentración poblacional son al revés de como las conciben nuestros legisladores y gobernantes: no es restringir el horario, sino ampliarlo y dar condiciones para extender todas las actividades. Es bajo ese principio de distribución de la actividad que se modifica el horario de verano-invierno, pero ello es limitado a la luz solar.

Extender y repartir la actividad de la ciudad a la noche es un asunto estructural y funcional. Oponerse tiene un componente de contribución a la recesión.

Por ello, en contrasentido de lo que han hecho los gobiernos en estos tiempos, hay que demandar revisar las leyes contra los fumadores, las de los horarios, y empezar a debatir un concepto distinto de la vida de la ciudad, los derechos y la integración de todos sus habitantes. ¡Viva la noche!

 
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