Usted está aquí: sábado 10 de enero de 2009 Deportes El cáncer puso al Chicanito contra las cuerdas

El cáncer puso al Chicanito contra las cuerdas

La desgracia se abatió sobre el ex campeón mundial nacido en EU, pero de corazón mexicano

Juan Manuel Vázquez

Nadie lo advierte, pero el rayo de la desgracia cae de repente: hace tres meses al ex campeón mundial Genaro Hernández le diagnosticaron un tipo raro de cáncer y pensó que la vida no podía ser más cruel. Muchos boxeadores vivieron historias dramáticas y terribles; sin embargo, al Chicanito el destino lo puso siempre contra las cuerdas.

Después de pelear ante los rivales más reconocidos de su época, el boxeador terminó arruinado víctima del megafraude de Enron, y con una lesión ocular tras perder de manera definitiva el título mundial; murió su madre y al poco tiempo su casa quedó devastada por un deslave.

Así, a los 42 años, al Chicanito el sueño americano se le trastocó en pesadilla.

El cuerpo de Genaro Hernández ha empezado a debilitarse con el cáncer que se le manifestó en la cabeza y el cuello; a veces ni siquiera tiene la fuerza suficiente para ponerse de pie y se queda todo el día recostado viendo televisión. No tiene empleo y sólo cuenta con el sueldo de su esposa para enfrentar los gastos médicos, que en el sistema de salud estadunidense equivalen a una verdadera fortuna.

“¿Qué hice para merecer esto?”, se pregunta desesperado. “¿Por qué la vida me está cobrando todo tan caro?” Nunca encuentra respuesta y culpa a la mala suerte que lo asedia desde hace tiempo.

Mientras tanto, el cáncer avanza, deteriorando violentamente su salud, y a diario tiene que librar una batalla con los mareos y náuseas. Además, debido a la quimioterapia, es incapaz de probar alimento, por lo que ha perdido 12 kilos.

“Todo lo que pruebo me da asco. Cada bocado me sabe como un pedazo de metal, no lo soporto.”

Para remediar este problema fue intervenido hace unos días para conectarle un tubo al estómago, mediante el cual ingiere las proteínas y vitaminas que necesita para sobrevivir.

Hijo de Rodolfo El Güero Hernández, migrante jalisciense, el Chicanito creció en pobreza extrema al sur de Los Ángeles, California. Su padre se ganaba la vida cosiendo zapatos y con los magros ingresos que obtenía se las arreglaba para mantener una familia de seis integrantes, todos hacinados en un cuarto.

“Yo tenía siempre mis zapatos rotos y unos pantalones color café que eran mis favoritos y me llegaban apenas a los tobillos, pero como era chiquillo no me importaba y así era feliz: con la panza al aire, jugando en la tierra y en el lodo”, recuerda el Chicanito para La Jornada desde su hogar en Lake Forest, California.

Nació en Los Ángeles, pero siempre se sintió mexicano; creció en un barrio donde predominaban los afroestadunidenses y en ese contexto tarde o temprano el box aparecería como una opción necesaria.

Todo empezó cuando niño; un día su hermano salió a cumplir un encargo, del que regresó sin el dinero que le habían dado sus padres. Dijo que lo había perdido, pero el jefe de familia, don Rodolfo, no le creyó y decidió investigar. En realidad los muchachos del vecindario asolaban a los mexicanos y la solución para sobreponerse a las adversidades fue aprender a boxear.

Imitando al hermano, el Chicanito empezó una carrera exitosa en la que enfrentó a los mejores, como Raúl Jíbaro Pérez, Óscar de la Hoya, Jorge Maromero Páez y Floyd Mayweather Jr. Defendió en nueve ocasiones su cetro superpluma de la AMB, intentó sin éxito en la categoría de los ligeros ante el Golden Boy en 1995, pero le arrebató el cinto superpluma del CMB al africano Azumah Nelson en 1997.

“De todos esos combates del que me siento más orgulloso es el que tuve contra De la Hoya, porque aunque les quedé mal, toda la afición mexicana estuvo conmigo. Ése fue un momento precioso, a pesar de que subí a pelear con la nariz rota por un golpe que me dio Shane Mosley en un entrenamiento”, narra.

Después de consolidar una trayectoria que acumuló 38 victorias, 17 nocauts, dos derrotas y una pelea sin decisión, sufrió la caída definitiva en los cuadriláteros ante en el incontenible Mayweather Jr.

“Llevaba 14 años peleando en las 130 libras, y para este combate ya estaba sufriendo para dar el peso”, dice. Como les sucede a casi todos los boxeadores veteranos, cada nueva pelea empezaba ante la báscula.

Sólo comía una vez al día y entrenaba dos veces con un traje plástico sin conseguir bajar lo necesario. Como último recurso entraba al vapor durante 20 minutos; sólo así logró dar el peso en el límite para aquella pelea. A la hora del compromiso, como era de esperar, subió al encordado aún sin recuperarse del todo.

“Esa noche ante Floyd me vi como un peleador viejo, sin velocidad ni reflejos”, reconoce; apenas tenía 32 años, pero en el box la edad no perdona.

Tras la derrota resultó con una lesión en el ojo izquierdo. “Veía doble, dos o hasta tres caras a las personas”, narra. Se realizó unos estudios y le encontraron un pequeño coágulo en el cerebro. A partir de eso decidió retirarse.

Recuerda que “el Consejo Mundial de Boxeo me ayudó para que me atendieran y los médicos me dijeron que tenía debilitado un músculo del ojo izquierdo, por eso no veía bien. Al final me hicieron una cirugía que me curó”.

Después de ese incidente todo se fue cuesta abajo. Exprimido por el fisco estadunidense, los dólares que le quedaron se esfumaron en el escándalo financiero de Enron, y en una inversión con un amigo perdió hasta el último centavo de sus ahorros.

“En Estados Unidos nos quitan mucho dinero por los impuestos. Si uno gana más de 100 mil dólares, el gobierno federal se queda un gran porcentaje; el estado de California se lleva otro tanto; hay que pagarle al manejador, y al final el boxeador sólo obtiene una mínima parte de las ganancias.”

La bolsa más jugosa la ganó ante Mayweather Jr.; recibió 600 mil dólares, de los cuales sólo cobró 60 mil, después de todo el esfuerzo, la preparación y el sufrimiento; es una situación muy injusta, califica el Chicanito.

Al final, sólo le quedó un Toyota Camry 93, una casa –que aún no termina de pagar– averiada por el deslave de un cerro –“está dañada, pero se puede vivir en ella”–, y con el sentimiento de que la vida se ha ensañado con él.

–¿Cuánto gasta en su tratamiento?

–Es difícil saberlo. Ayer que me intervinieron, por una sola noche en el hospital pagué 500 dólares. Llevo dos casi seguidas; o sea mil dólares en una semana. Además, voy a radiación de lunes a viernes, tengo que manejar una hora para llegar, y de cada consulta son 25 dólares, más la medicina. Es verdaderamente un gasto enorme el que tengo que hacer.

En solidaridad, el próximo 17 de enero el CMB realizará una cena de gala en el Museo de las Leyendas del Boxeo, en San Bernardino, California; lo recaudado será para Hernández. El 30 del mismo mes una promotora estadunidense hará una función en su beneficio.

–¿Se encuentra resentido por esta suerte?

–Me siento decepcionado y me dan ganas de llorar; me pregunto qué fue lo que hice mal para recibir este castigo.

“Con esta enfermedad no sé cuántos días me esté dando Dios, pero le digo: aunque pienses que ya es tiempo para irme, soy muy joven para morir, y si tengo que pelear contigo, lo voy a hacer. No voy a dejar ni que Dios me gane”, desafía el ex pelador, consciente de que en el boxeo nadie sale intacto.

 
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