Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 11 de enero de 2009 Num: 723

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Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El primer Elizondo
RAÚL OLVERA MIJARES

Pancho Villa sí conquistó Columbus
IGNACIO SOLARES

Seabra y la diplomacia cultural
RODOLFO ALONSO

Vaz Ferreira: filosofar sin pretensiones
ALEJANDRO MICHELENA

Roberto Bolaño: los exilios narrados
GUSTAVO OGARRIO

Milorad Pavic: el rompecabezas imperfecto
JORGE ALBERTO GUDIÑO HERNÁNDEZ

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Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
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Cabezalcubo
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Roberto Bolaño:
los exilios narrados

Gustavo Ogarrio

Las dictaduras militares impuestas en América Latina, en los años setenta del siglo XX, no sólo significaron la cancelación violenta de un ciclo de reorganización política y cultural, fueron también expresiones crecientes y feroces de una política de exterminio. Un exilio intra-latinoamericano fue acaso uno de los múltiples fenómenos al que dio lugar, además de la persecución, la muerte y la desaparición de miles de seres humanos. Es en este exilio en el que se inscribe la dimensión autobiográfica del escritor chileno Roberto Bolaño (1953-2003), un destierro que es al mismo tiempo uno de los registros básicos de sus narraciones.

Bolaño escapó de un Chile en el que se iniciaba la implacable militarización pinochetista, en 1973, poco después del bombardeo al Palacio de la Moneda y del derrocamiento del gobierno de la Unidad Popular encabezado por Salvador Allende. Bolaño se resistió a significar su huida y los años que pasó en México como un exilio, al desconfiar del sentido victimizador de cualquier destierro: “Yo no creo en el exilio, sobre todo no creo en el exilio cuando esta palabra va junto a la palabra literatura.” En otro pasaje de sus textos críticos sobre literatura, Bolaño afirma: “¿Se puede tener nostalgia por la tierra en donde uno estuvo a punto de morir? ¿Se puede tener nostalgia de la pobreza, de la intolerancia, de la prepotencia, de la injusticia? La cantinela, entonada por latinoamericanos y también por escritores de otras zonas depauperadas o traumatizadas, insiste en la nostalgia, en el regreso al país natal, y a mí eso siempre me ha sonado a mentira.”

Sin embargo, Bolaño llega a vislumbrar una equivalencia entre destierro y literatura: “Literatura y exilio son, creo, las dos caras de la misma moneda.” Una relación que llevada al extremo podría entenderse de la siguiente manera: narrar es siempre un acto de exilio. Y este acto es guiado y sometido por una situación radical de extrañamiento ante la realidad, cuyo único soporte es una memoria estética y literaria: “Para el escritor de verdad su única patria es su biblioteca, una biblioteca que puede estar en estanterías o dentro de su memoria.” No sería exagerado afirmar que en la poética de Bolaño exilio y arte literario son los límites en los que se configuran los espacios y los tiempos narrados, entendidos siempre en su condición de fragmentos de “historia de un crimen atroz”. Y es a partir de este cruce narrativo de exilios, el político y el literario, que la obra de Bolaño atrae hacia la enunciación paródica y trágica el acto de escribir y de relatar otros destierros a veces impensados.

Es en la novela Amuleto, de Roberto Bolaño, publicada en 1999, donde se registra un momento del exilio republicano en México, esto a partir de la representación novelesca de las figuras de dos poetas españoles –Pedro Garfias y León Felipe–, de la narración ficticia de su vida cotidiana en México, de la estabilidad de su exilio, así como de la transformación de su poesía en tradición literaria latinoamericana y en referencia obligada y de culto para otras generaciones. Si bien el tópico central de la novela es la narración en clave deliberadamente melodramática y simbólica de la matanza de estudiantes de 1968 en Tlatelolco, los poetas exiliados españoles son vinculados a este momento histórico, como si su destierro fuera ya una normalidad de la cultura latinoamericana y como si sus poemas formaran parte de la memoria literaria de América Latina.

Amuleto es una novela corta en la que se narra la historia de Auxilio Lacouture, una uruguaya cuya voz en primera persona es dominada por una sen - si bilidad melodramática y cursi, configurando al mis mo tiempo una parodia del mundo intelectual me xicano y latinoamericano. Su tono de delirio melodramático, de matriarcado intelectual desmedido y por momentos delirante, esconde el sentido trágico de la novela:

Ésta será una historia de terror. Será una historia policíaca, un relato de serie negra y de terror. Pero no lo parecerá. No lo parecerá porque soy yo la que lo cuenta. Soy yo la que habla y por eso no lo parecerá. Pero en el fondo es la historia de un crimen atroz.

Yo soy la amiga de todos los mexicanos. Podría decir: soy la madre de la poesía mexicana, pero mejor no lo digo. Yo conozco a todos los poetas y todos los poetas me conocen a mí. Así que podría decirlo. Podría decir: soy la madre y corre un céfiro de la chingada desde hace siglos, pero mejor no lo digo.

Auxilio Lacouture, poetisa uruguaya, es un personaje que narra su inmersión en la vida intelectual mexicana en los años sesenta, y que es sorprendida por la turbulencia política del año de 1968 en el baño de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Lacouture habla desde su condición de testigo íntimo de la represión y del exterminio de estudiantes por parte del Estado mexicano, desde su escondite en el wáter de la Facultad, ante la entrada del ejército a la Universidad, en días previos a la matanza de Tlatelolco. Su estancia en el baño es, al mismo tiempo, el vínculo material y simbólico con la represión en condición de testigo y el reconocimiento de la poesía de Pedro Garfias como parte de una tradición literaria propia, viva, y que es invocada en los momentos de mayor peligro, como una oposición poética al terror de la persecución estudiantil:

¿Qué hice entonces? Lo que cualquier persona, me asomé a una ventana y miré hacia abajo y vi soldados y luego me asomé a otra ventana y vi tanquetas y luego a otra, la que está al fondo del pasillo (recorrí el pasillo dando saltos de ultratumba), y vi furgonetas en donde los granaderos y algunos policías vestidos de civil estaban metiendo a los estudiantes y profesores presos, como en una escena de la Segunda Guerra Mundial mezclada con una de María Félix y Pedro Armendáriz de la Revolución Mexicana...

Y entonces volví al baño y mira qué curioso, no sólo volví al baño sino que volví al wáter, justo el mismo en donde estaba antes, y volví a sentarme en la taza del wáter, quiero decir: otra vez con la pollera arremangada y los calzones bajados, aunque sin ningún apremio fisiológico (dicen que precisamente en casos así se suelta el estómago, pero no fue ciertamente mi caso), y con el libro de Pedro Garfias abierto, y aunque no quería leer me puse a leer, lentamente al principio, palabra por palabra y verso por verso, aunque poco después la lectura fue acelerándose hasta que finalmente se hizo enloquecedora...

Amuleto proviene de un desprendimiento novelesco de la obra Los detectives salvajes. Toda la narrativa de Bolaño está marcada por una serie de relaciones intertextuales, por personajes y voces que atraviesan los mundos narrados de sus novelas y cuentos, y que emergen en relatos ajenos a los de su aparición; este sistema tiene como eje a los personajes principales de Los detectives salvajes, Ulises Lima y Arturo Belano.


Ilustración de Víctor Garrido

Amuleto es la consecuencia de una voz narrativa generada en el apartado cuatro de la segunda parte de Los detectives salvajes. En este apartado se vislumbra el primer esbozo de la historia de Auxilio Lacouture, la uruguaya cuyo tono melodramático es también la perspectiva para narrar su relación con los poetas Arturo Belano y Ulises Lima. En Los detectives salvajes, las huellas y la trayectoria de Belano y Lima se relatan a partir de una pesquisa detectivesca y literaria que convoca a una heterogeneidad de voces y personajes, que también ayudan a configurar la emergencia de historias paralelas, como la de Auxilio Lacouture. Si en Los detectives salvajes la voz de Auxilio Lacouture está al servicio de esta indagación y evocación de los poetas detectives Ulises Lima y Arturo Belano, en Amuleto se transforma en un personaje, en una figura y en una voz con cierta autonomía, en la emergencia plena de una historia paralela que conserva su relación de testimonio sobre lo que fue el rastro de los poetas Belano y Lima, pero que al mismo tiempo narra desde el delirio melodramático el delirio de la historia latinoamericana, condensado en la matanza de estudiantes de 1968 en México.

Es en las primeras páginas de Amuleto donde la voz de Lacouture configura el espacio en el que transcurre su relación doméstica con los dos poetas españoles exiliados –León Felipe y Pedro Garfias–, que es al mismo tiempo una evocación autobiográfica e imprecisa de su memoria, sin abandonar nunca el tono desmedido y de epopeya degradada, involuntariamente patética, y que le da a la novela su vocación de parodia del mundo intelectual:

Yo llegué a México Distrito Federal en el año de 1967 o tal vez en el año 1965 o 1962. Yo ya no me acuerdo ni de las fechas ni de los peregrinajes, lo único que sé es que llegué a México y no me volví a marchar. A ver, que haga un poco de memoria. Estiremos el tiempo como la piel de una mujer desvanecida en el quirófano de un cirujano plástico. Veamos. Yo llegué a México cuando estaba vivo León Felipe, qué coloso, qué fuerza de la naturaleza, y León Felipe murió en 1968. Yo llegué a México cuando aún vivía Pedro Garfias, qué gran hombre, qué melancólico era, y don Pedro murió en 1967, o sea que yo tuve que llegar antes de 1967. Pongamos pues que llegué a México en 1965.

Definitivamente, yo creo que llegué en 1965 (pero puede que me equivoque, una casi siempre se equivoca) y frecuenté a esos españoles universales, diariamente, hora tras hora, con la pasión de una poetisa y la devoción irrestricta de una enfermera inglesa y de una hermana menor que se desvela por sus hermanos mayores, errabundos como yo, aunque la naturaleza de su éxodo era bien diferente a la mía.

Este espacio novelesco del exilio de León Felipe y Pedro Garfias está marcado por cierta estabilidad escenificada en la vida cotidiana, percibida por Lacouture –quien al llegar a Ciudad de México se ofrece para hacer la limpieza en las casas de los poetas españoles– como una estabilidad de nostalgia y de melancolía, en la cual se oculta la verdad histórica, íntima y enigmática de los desterrados y de los poetas:

Veía el cielo a través de una ventana. Veía las paredes por donde la luz del DF se deslizaba. Veía a los poetas españoles y sus libros relucientes. Y yo les decía: don Pedro, León (¡mira qué raro, al más viejo y venerable lo tuteaba; el más joven, sin embargo, como que me intimidaba y no podía quitarle el tratamiento de usted!), déjenme a mí ocuparme de esto, ustedes a lo suyo, sigan escribiendo tranquilos y hagan de cuenta que soy la mujer invisible. Y ellos reían. O mejor dicho, León Felipe se reía, aunque uno no sabía muy bien, si he de ser sincera, si se estaba riendo o carraspeando o blasfemando, ese hombre era como un volcán, y don Pedro Garfias, en cambio, te miraba y luego desviaba la mirada (una mirada triste) y la posaba, no sé, digamos que en un florero o en una estantería llena de libros (una mirada tan melancólica), y entonces yo pensaba: qué tiene ese florero o los lomos de los libros en donde su vista se detiene, para concitar tanta tristeza. Y a veces me ponía a reflexionar, cuando él ya no estaba en la habitación o cuando no me miraba, yo me Bolaño: los exilios narrados ponía a reflexionar e incluso me ponía a mirar el florero en cuestión o los libros antes señalados y llegaba a la conclusión (conclusión que por otra parte no tardaba en desechar) de que allí, en esos objetos aparentemente tan inofensivos, se ocultaba el infierno o una de sus puertas.

Si la novela Los detectives salvajes acepta ser leída e interpretada como la disolución paródica y trágica de cierta narrativa vanguardista en América Latina, representada en la búsqueda de una de las poetas fundadoras del real visceralismo –Cesárea Tinajero–, motivo de la pesquisa detectivesca y salvaje de los poetas Ulises Lima y Arturo Belano, Amuleto admite otra lectura paralela, al concentrar esta parodia postvanguardista en la voz de una poetisa melodramática y telúrica, Auxilio Lacouture.

A través de la figura y de la voz de la edípica Auxilio Lacouture, “madre de la poesía mexicana” que en su incursión en el ámbito intelectual mexicano enuncia su trágica relación con el exterminio político de estudiantes en 1968, Bolaño también logra ampliar los límites narrativos de sus relatos sobre el exilio, mediante el cruce de dos formas de comprenderlo: el del destierro inherente al arte literario, que se piensa irónicamente desde la desestabilización de la figura del “artista”, vinculado a la permanencia enigmática e infernal de otro exilio, el de los poetas españoles León Felipe y Pedro Garfias, cuya poesía y vida cotidiana de transterrados se representan artísticamente mediante su asimilación simbólica a otro momento de la historia de México y de América Latina, la era en la que una “generación entera de jóvenes latinoamericanos” fue sacrificada por una política estatal y militar de exterminio.