Usted está aquí: miércoles 14 de enero de 2009 Opinión Perder la inteligencia

Pedro Miguel
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Perder la inteligencia

Botones de muestra: el pasado 4 de enero, en el barrio de Zeitun, a las afueras de Gaza, soldados israelíes encerraron en un inmueble a 110 civiles, la mitad de ellos, niños, y les ordenaron que no se movieran de allí. Un día después el edificio fue bombardeado por los invasores, lo que dejó un saldo de 30 muertos. El martes 6, en Jabaliya, aviones y tanques de Israel atacaron una escuela administrada por la Organización de Naciones Unidas (ONU) que se encontraba repleta de refugiados y mataron a 46 personas, y causó heridas a 150. Horas antes otros dos planteles de la ONU (en Jan Yunes y en Shati) habían sufrido el embate de la artillería, con saldo de cinco muertos. El 8 de enero la fuerza aérea de Tel Aviv mató a tres niñas de entre dos y seis años en el campo de refugiados de Jabaliya. Ese mismo día Amnistía Internacional acusó por igual a los defensores palestinos y a los atacantes israelíes de recurrir al uso de escudos humanos. “Nuestras fuentes en Gaza informan que los soldados israelíes han entrado y tomado posiciones en varias viviendas palestinas, obligando a las familias a quedarse en una habitación del primer piso mientras utilizan el resto de la casa como base militar y posición para francotiradores”, señala el reporte, y agrega: “Las fuerzas de Israel han bombardeado viviendas civiles y otros edificios con el argumento de que en ellas se escondían combatientes que disparaban a objetivos israelíes, aunque los combatientes palestinos suelen irse de las zonas en cuanto disparan. El ejército israelí sabe muy bien que los combatientes palestinos suelen abandonar la zona después de haber disparado y que en la mayoría de los casos los ataques en represalia contra estas viviendas causarán daños a civiles, no a combatientes.” El sábado 10, en Jabaliya, un tanque israelí mató a los ocho miembros de una familia.

Para el domingo, después de 60 ataques aéreos sobre Gaza, el primer ministro Ehud Olmert anunciaba que en estas dos semanas de infierno el ejército israelí ha obtenido “logros impresionantes” y que se encontraba “más cerca de su meta”. Ha de ser cierto, pero la meta no parece precisamente “restaurar el espíritu de unidad del pueblo de Israel”, como dijo el gobernante, sino lograr una merma demográfica significativa del pueblo palestino: la regularidad de la masacre quita toda verosimilitud al hipócrita adjetivo “colateral” y evidencia que el régimen de Tel Aviv no atacó Gaza para prevenir nuevos disparos de cohetes caseros sobre Israel sino para matar a la mayor cantidad posible de palestinos, ya sea con propósitos electorales, para consolidar nuevos saqueos territoriales o con el propósito de alentar la fractura política entre la franja y Cisjordania.

Diversos opinadores que alguna vez dieron la apariencia de ser lúcidos forjan ahora, a toda prisa, coberturas argumentales para la incursión armada contra la franja de Gaza: el conflicto no puede reducirse a buenos y malos, los palestinos tienen la culpa por lanzar misiles Qassam contra territorio de Israel, Hamas utiliza escudos humanos y esconde armas en escuelas, hospitales, mezquitas y casas particulares llenas de civiles. Qué bien. En alguna de sus piruetas mentales se les cayeron la noción universal de que es malo descuartizar niños, el hecho cierto de que Israel lleva muchos meses matando de hambre a la población de Gaza y la consideración básica de que si bien el empleo de escudos humanos es una infamia, disparar sobre ellos es una canallada mucho más grave.

Mario Vargas Llosa no es santo de mi devoción. Me resultó sorprendente leer, entre tanta perversidad disfrazada de opiniones doctas y lúcidas, estas líneas salidas de su pluma y que mucho le honran:

“(Los habitantes de Gaza) son esos pobres infelices, niños y viejos y jóvenes, privados ya de todo lo que hace humana la vida, condenados a una agonía tan injusta y tan larval como la de los judíos en los guetos de la Europa nazi, los que ahora están siendo masacrados por los cazas y los tanques de Israel, sin que ello sirva para acercar un milímetro la ansiada paz. Por el contrario, los cadáveres y ríos de sangre de estos días sólo servirán para alejarla y levantar nuevos obstáculos y sembrar más resentimiento y rabia en el camino de la negociación. Todo esto lo saben, mucho mejor que yo o que cualquier observador, los dirigentes de Israel, que pueden haber perdido los sentimientos y la moral, pero no la inteligencia.”

¿O será que Olmert, Livni, Barak y demás políticos genocidas, a fuerza de actuar según la consigna “viva la muerte”, ya perdieron hasta la inteligencia?

 
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