Usted está aquí: lunes 19 de enero de 2009 Deportes ¿La fiesta en paz?

¿La fiesta en paz?

Leonardo Páez

■ Gente bonita y toros

Me gusta la gente bonita. Pueden ser feos, pretenciosos y visionudos y sin embargo conservan un algo que a la postre los redime de tanto deslucimiento. No es sólo su estatus, real o aparente, ni su look o manera de vestir y portar accesorios, todo de marca, ¿eh?, sino como un aire de serena tolerancia a la mediocridad… que ellos, desde sus productivas trincheras, fomentan a diario.

Villamelones de alcurnia, con relación a la fiesta de los toros lo mismo son ganaderos que empresarios, matadores o apoderados, protectores o cumplidos funcionarios. Todos van, sin remar, en el barcote blindado por el acero de sus éxitos. Pueden hacer negocios pero son incapaces sentir, pueden pagar espectáculos pero no saben exigir; son aficionados a apellidos no a la fiesta brava, valoran la moda, no expresiones de raza, y se esmeran por estar bien, no por el bienestar del entorno que los rodea, incluido el espectáculo taurino, al que acuden una o dos veces al año.

Entrada de poco más de media plaza, sobre todo en localidades numeradas, para ver al Príncipe de Galapagar, al Cejas y al Payo, también conocidos como José Tomás, Arturo Macías y Octavio García, que tras una exitosa campaña novilleril en España y algunos desastrosos festejos en su país, incluida la tarde de su alternativa en Pachuca, confirmó ésta la tarde de ayer en la México.

Si bien el cartel era atractivo, no fue precisamente equilibrado y mucho menos redondo, pues la empresa tuvo a bien traer una corrida de reconocida mansedumbre pero probada docilidad: Teófilo Gómez, hierro que ya se había cubierto de vergüenza cuando mandó seis chivos para que los Capeas, padre e hijo, se cachondearan de sus respectivas carreras, de la plaza y del público al confirmarle el progenitor la alternativa al vástago, a quien por cierto los “mexhincados” contratan como si se tratara de un consagrado. Pero la gente bonita no sabe de resentimientos y menos de dignidad.

A José Tomás hay que ponerlo con el toro encastado, con temperamento y transmisión, ya que su tauromaquia no es exquisita sino dramática. En México cada día peor administrado, se suma a la cauda de diestros españoles que vienen a tentar de luces como descanso a las gestas realizadas en su tierra.

Dispuestos toda la tarde anduvieron Macías y García pero, junto con Tomás, en el pecado de la comodidad llevaron la penitencia del deslucimiento. Ah que la gente bonita.

 
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