Usted está aquí: martes 20 de enero de 2009 Opinión Un beso

José Blanco

Un beso

Con perdón de la crisis y la depresión incursiono (osadamente) en un terreno que no suele ser referido en este espacio, pero me resultó sorprendente que Eduardo Romero Hicks no supiera lo que es un beso. De haberlo sabido no habría prohibido que las parejas se besaran como les viniera en gana, es decir, aún en un buen “agarrón olímpico”. Si Romero, por experiencia propia, no sabe lo que es un beso, podría haberse documentado antes de tomar tan risible decisión que, criticado por su propio partido y por el secretario de Salud, el alcalde hubo de aclarar que se refería a los “agarrones olímpicos” (que por supuesto incluyen apasionados besos).

El 23 de enero de 2006 la BBC de Londres publicó, en su apartado de ciencia y tecnología, un breve reportaje que tituló: “La terapia del beso”. El reporte dice que según la organización británica Relate, que provee asesoría sicológica en relaciones de pareja y terapia sexual, existe amplia documentación científica para demostrar los beneficios del beso. “Estimula la parte del cerebro que libera oxitocina en el torrente sanguíneo, creando una sensación de bienestar. La oxitocina, hormona que influye en funciones básicas como el enamoramiento, orgasmo, parto y amamantamiento, está asociada con la afectividad, la ternura y el acto de tocar. Y los besos verdaderamente apasionados provocan la liberación de adrenalina en la sangre, lo que aumenta el ritmo cardíaco, la tensión arterial y el nivel de glucosa en la sangre.” No se me asuste, alcalde.

Wikipedia nos presenta una divertida clasificación de los besos, entre los que se enumeran: el beso afectivo, beso en la boca o beso seco, pico o piquito, beso francés (con lengua), beso esquimal y beso negro. Y hace referencia a besos famosos, entre los que anota el beso de Judas a Jesús.

En un espléndido fresco pintado entre 1304 y 1306 por Giotto de Bandone y ubicado en la capilla de la Scrovegni, en Padua, puede verse cómo Judas besa en la boca a Jesús (¡Jesús!). En el siglo XIV no había problemas con tales besos.

Desde el ángulo estético, especialmente escultórico, quizá ninguna obra ha sido más referida que la monumental obra El beso, de Auguste Rodin. En 1888 el gobierno francés encargó a Rodin la primera versión en mármol en gran tamaño y apareció por primera vez en el Salón de París en 1898. Fue tan popular, que la compañía Barbedienne ofreció a Rodin un contrato para producir un número ilimitado de pequeñas copias en bronce. Hace más de un siglo, alcalde.

En la página medicinas.com.mx, la periodista Karina Galarza Gómez recoge del medio médico, en el que realiza sus reportajes, esta información: Más allá de lo que las parejas sienten, los besos producen “aumento en la secreción de dopamina (neurotransmisor o ‘mensajero’ de las células nerviosas que participa en el control del movimiento y manejo de la depresión), endorfinas (aportan efecto analgésico –alivian el dolor– y de placer, y se producen en el sistema límbico, es decir, zona cerebral donde se generan las emociones), adrenalina y noradrenalina (aceleran la frecuencia cardiaca y presión arterial), oxitocina (hormona que ‘despierta’ la necesidad de unión con nuestra ‘media naranja’ y testosterona (activa el deseo sexual). Asimismo, está comprobado que la serie de cambios químicos referida tiene efecto positivo, pues proporciona satisfacción, bienestar y relajación”.

En un bello ensayo, Héctor Ceballos Garibay (La Jornada Semanal, Núm. 702, 17/8/08) contrasta las miradas hacia el beso de tres grandes artistas: Rodin, Munch y Klimt. Alcalde, léalo por favor. Recojo un par de referencias mínimas: “en la célebre escultura –la de Rodin–, cuando los jóvenes desnudos –sentados sobre un promontorio– contraponen sus cuerpos a fin de besarse con toda comodidad, surge de pronto una sensualidad que se derrama por todos los intersticios de la piedra, una pasión incandescente que se eterniza, una ternura que le confiere vida instantánea a la pareja”.

Al referirse al cuadro El beso, del pintor austriaco Gustav Klimt, dice Ceballos poéticamente: “estamos ante un estremecimiento contenido y concentrado que se eterniza: el beso concebido como una fusión corporal y espiritual, como ensoñación hedonista que transporta a los amantes hacia una utopía y una ucronía casi celestiales. Los personajes, ubicados al centro del cuadro, se abrazan con una fruición intensa, sempiterna e imperturbable: encarnación de una felicidad mitificada y mistificada”.

Sindo Garay, nacido en Santiago de Cuba, esclavo manumitido entre 1870 y 1886, autor del segundo himno cubano (La Bayamesa), sin ninguna formación académica, es (fue) uno de los grandes compositores de todos los tiempos de la isla. Compuso una canción cuyo versos dicen:

“¿Sabes lo que es un beso, vida mía?/ un beso es la esperanza, la aventura/ es del alma la íntima armonía/ la suave vibración de una ternura./ Un beso es una ilusión, una poesía/ es un rayo de luz del alma pura/ es un alma en dos bocas confundida/ es todo el corazón, toda la vida”. Eso es un beso, mi estimado alcalde.

Termino con Consuelo Velázquez. A los 25 años, antes de haber besado, compuso Bésame mucho.

Hace unos tres años una empresa de encuestas londinense hizo una de alcance planetario apoyándose en los escuchas de la radio. Encontró que la canción más escuchada en el planeta, la que tenía más intérpretes y versiones, era Yesterday, de los Beatles; la segunda: Bésame mucho. Son los deseos intensos del planeta. Este barnicito de cultura es para usted, alcalde.

 
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