Usted está aquí: martes 20 de enero de 2009 Opinión Carlos García Estrada (1934-2009)

Teresa del Conde

Carlos García Estrada (1934-2009)

Su deceso, reseñado en periódicos de toda la República, revelaría que en nuestro medio acaso sólo post mortem se calibra a fondo una trayectoria. Carlos García Estrada no era “vistoso”, fue antes que nada un artista abocado en cuerpo y alma al grabado.

Alberto Dallal, Jorge Alberto Manrique y quien esto escribe le dedicamos en fecha relativamente reciente reseñas aparecidas en la revista electrónica Imagen, del Instituto de Investigaciones Estéticas. Afortunadamente, en 2004 fue premiado en la Bienal Tamayo que, a sugerencia de Raquel Tibol, convocó por única vez la participación exclusiva con obra sobre papel, lo que facilitó la incursión del dibujo y de todas las disciplinas gráficas.

El 6 de julio de 2002, Merry MacMasters notificó el homenaje que la Asociación Internacional de Grabadores rindió a García Estrada. Tuvo lugar en el Monasterio de Santa Clara, en Urbino (ciudad natal de Rafael Sanzio); se le exhibieron 30 piezas. Proclive a impartir cursos en el interior de la República, presentó innumerables exposiciones en talleres, casas de cultura y centros culturales en varias ciudades.

Salvo personas que le fueron cercanas, se desconocía que padeciera enfermedad crónica. De hecho fue víctima de una diabetes galopante que desencadenó un proceso a la postre irreversible. Presentó anomalías en un  pie, fue internado en un hospital  del ISSSTE donde al cabo de semanas hubo de amputársele una pierna ya gangrenada. A los pocos días de la cirugía falleció, el 4 de enero pasado, como se informó en esta sección.

Egresado de La Esmeralda,  fue maestro de varias generaciones, entre otras la de Francisco Castro Leñero, quien bien lo recuerda. Completó su formación en el taller de Stanley William Hayter en París, donde también trabajaron Francisco Toledo y  Luis López Loza, entre otros.

Pertenecía, según reiteró Manrique, a una raza especial: la de los grabadores-grabadores. Ya Justino Fernández, en un prólogo que dedicó a García Estrada hace décadas, observó que era un artista “de primer orden en la disciplina que cultiva”.

El grabado, la estampa en general, salvo excepciones no es un medio favorecido por los coleccioncitas, ni siquiera por los de recursos moderados, lo que indica ignorancia sobre cuestiones artísticas y más que nada acerca de las espléndidas características de un oficio que tiene exponentes tan notables como Durero, Rembrandt, Goya, Callot, etcétera.

Hace varios meses, Carlos García Estrado mostró pinturas de grandes dimensiones en el Museo de Arte de Querétaro. Vi la exposición, pasó sin pena ni gloria; no andaba por allí su camino. No es que “traicionara” su oficio, lo que sucedió fue que precisamente su alta competencia como grabador es intraducible a la pintura. También se exhibieron algunos de sus grabados de formato amplio y eso recalcó el contraste.

Cuando adolescente fue titiritero y tal actividad, realizada a modo de juego, se constituyó quizá en primera incursión en aquello que implica filamentos para que entregue sus características. Ya estudiante, conoció a Leopoldo Méndez y a Alberto Beltrán, por lo que sus inicios se encuentran aún en el contexto de la Escuela Mexicana.

El rasgo más característico de su quehacer, aquel en el que obtuvo mayores logros, implica en el caso mexicano una ruptura con modos prototípicos de expresión. Fue quizá el más conspicuo practicante del grabado no figurativo; en eso su maestría con el grabado en directo tuvo mucho que ver. Me refiero a sus prácticas con el buril y la puntaseca, métodos en los que, a diferencia del aguafuerte, no se recubre la plancha con barniz u otra sustancia en la que se efectúa el diseño a morderse con ácido, por lo cual este proceder es denominado “indirecto”.

Claro que conocía el aguafuerte, que potenciaba con aguatinta, pues conocía todas las técnicas, pero sus negros intensos de líneas entrecuzadas y desflecadas son producto de la acción directa del buril o de la aguja sobre la plancha. Esta modalidad, sumada a su predilección por lo “abstracto”, un poco al estilo de Hans Hartung (comentó Tomás Parra), fue lo que le procuró un lugar especial en este campo.

García Estrada había sido propuesto por sus colegas para  ocupar una plaza vacante en la Academia de Artes. Ojalá se haya percatado de tal moción. A su viuda, a sus discípulos y amigos: Adolfo Mexiac, Nunik Sauret, Octavio Bejarano, José Zúñiga, etcétera, un sentido pésame.

 
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