Usted está aquí: jueves 22 de enero de 2009 Opinión Obama, Gaza y la nueva coyuntura

Ángel Guerra Cabrera
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Obama, Gaza y la nueva coyuntura

El imperio, justo cuando se despeñan al abismo su economía, sus aventuras coloniales, su liderazgo, el consenso doméstico y las certezas en que sustentaba la hegemonía, intenta empujarnos a la autocomplacencia ante la asunción de Barak Hussein Obama en la presidencia. Es precisamente la catastrófica coyuntura lo que forzó a los mandamases de la nueva Roma a aceptar que alguien relativamente ajeno al círculo de los elegidos, surgido del activismo comunitario, con inusitada simpatía popular y, para colmo, mitad negro y de padre musulmán, llegara por primera vez al más alto cargo gubernamental. El enroque en la Secretaría de Estado de la aspirante blanca, rubia y anglosajona a la presidencia, que junto a un equipo de veteranos servidores del sistema garantice la continuidad, no impide que el flamante mandatario tenga licencia para dar a sus palabras un tono conciliador, crítico de algunas prácticas anteriores y una dosis de realismo, siempre que, como se verifica en su discurso inaugural, no se aparten del canon de nación elegida para regir el destino del planeta y ensalcen su historia belicista. Pese al hecho notable de que alguien de su origen ascienda tan alto, es más cuestión de imagen que de sustancia.

Como el Supermán de las tiras cómicas, al margen de la realidad social, y de los límites que le imponen ser prisionero, y producto de las rígidas reglas del capitalismo y de la estructura del poder estadunidense, según el patrón mediático debemos cruzarnos de brazos a esperar por los milagros que hará el nuevo inquilino de la Casa Blanca. Suplantadas en los televisores de un plumazo las dantescas imágenes dejadas por años de férreo bloqueo, represión inmisericorde y casi un mes de ametrallamiento de Gaza “en vivo y en directo” por las del espectacular show de toma de posesión del nuevo mandatario, la consigna es portarse bien.

Entre la absoluta impunidad que, con la incondicional aprobación y apoyo de la elite estadunidense –republicana y demócrata– Israel ha ejercido su barbarie inaudita, y la infundada idea de confiar nuestro destino a la ejecutoria de un solo individuo, podemos discernir el mensaje del sistema dominante. En el campo simbólico no puede ser más gráfico: no habrá clemencia con los que disientan. Y dónde sentar mejor el precedente que en Gaza, corazón de la identidad, los anhelos y el indoblegable espíritu de lucha palestinos; ejemplo, por su insignificancia territorial, su insondable miseria material y carencia de armas para defenderse, de la posibilidad de los pequeños e inermes de resistir frente a las armas más modernas y los métodos más crueles.

La oportunidad escogida para dar una lección a Gaza no es fortuita. Quienes se han enriquecido y apoyado su poder con el fraude electoral, financiero, empresarial y guerras justificadas con burdas mentiras a expensas de hundir en un agujero negro la economía mundial y hambrear a cientos de millones, ahora temen la insubordinación generalizada. Irak, Afganistán, Líbano, Nepal, Grecia, la emergencia en América Latina de novedosas alternativas y una voluntad de integración que acoge a Cuba con todos los honores, anuncian la reacción, que podría multiplicarse, contra un sistema de explotación y depredación sin precedente, sustentado en el creciente terror de Estado.

Salpicada su investidura por la sangre palestina, Obama no ha proferido una frase que lo distancie de quienes la hicieron derramar y juegan festinadamente con la paz mundial. Su perdón anticipado a los crímenes de Bush y compinches refuerza la impunidad para los que detentan el poder, como ha escrito el premio Nobel Paul Krugman, y mina la esperanza de quienes confiaban en que el nuevo ocupante de la oficina oval honrara su juramento de defender la Constitución.

La situación que enfrentará el nuevo gobernante, en casa y en el mundo, es mucho más grave de lo que se reconoce por sus causantes y puede suponerse que lo haga reajustar la magnitud de las ambiciones hegemónicas de su antecesor. Pero por más que atempere sus modales, retórica y escala de acción, el imperio no cambiará su naturaleza agresiva, depredadora y expansionista.

 
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