Usted está aquí: lunes 26 de enero de 2009 Deportes José Mauricio realizó hermosa faena con Azucarero, noble astado de Barralva

TOROS

■ Gran tarde de toros y toreros en la Plaza México, empañada por un juez sin criterio

José Mauricio realizó hermosa faena con Azucarero, noble astado de Barralva

■ Miguel Ángel Perera, enorme, obtuvo un rabo pueblerino

■ Manolo Mejía, incomprendido

Leonardo Páez

Ampliar la imagen El diestro español Miguel Ángel Perera, el triunfador de la decimoquinta corrida de la Plaza México El diestro español Miguel Ángel Perera, el triunfador de la decimoquinta corrida de la Plaza México Foto: Notimex

Estamos tan desacostumbrados a las apoteosis taurinas en serio, que a la primera oportunidad mejor las improvisamos, como urgidos de contrarrestar nuestro habitual nivel de incompetencia.

En tarde soleada y apacible, con un cuarto de entrada en la Plaza México, pues los aficionados a apellidos no conocen al extremeño Miguel Ángel Perera ni se acuerdan del importante triunfo de Manolo Mejía o del enjundioso trasteo de José Mauricio hace unas semanas, se celebró la decimoquinta corrida de la temporada 2008-09, en que se lidió un encierro de Barralva, encaste Saltillo, bien presentado, a excepción del quinto, con cara pero estragado, y todos de escasa transmisión salvo el tercero, nobilísimo y con son.

José Mauricio, tercer espada, corroboró sus enormes posibilidades para convertirse, en corto plazo, en figura de los ruedos. El toro se llamó Azucarero, bonito de lámina, que durante toda su lidia embistió alegre y humillado, yendo de largo al caballo y a los cites, siempre fijo y entregado.

El carismático y joven torero –23 años y tres de alternativa– inició en el tercio su memorable faena con un pase cambiado, luego estatuarios en los medios y un desdén dibujado. Enseguida se dio a ligar con la diestra tandas emocionantes –la emoción la dan la bravura y el sello del torero, no los diestros “embestidores”–, clavado el mentón en el pecho y las zapatillas en la arena, erguido y reconcentrado, con una sonrisa aprocunada, una afición desmedida y un enorme porvenir.

Después vinieron naturales largos y templados, poéticos cambios de mano en el muletazo de trinchera, capetillina, molinete invertido y, para coronar aquella inmensa obra de belleza y sentimiento, José Mauricio citó en la difícil suerte de recibir, dejando media estocada en todo lo alto, para que el juez Miguel Ángel Cardona, que muy a la sorda reapareció en el biombo, otorgara dos merecidas orejas y alguien le recordara ordenar arrastre lento a los despojos de tan extraordinario toro. Con su segundo, mal lidiado por la cuadrilla y que llegó sin gas a la muleta, salvo un espeluznante péndulo con la zurda, José Mauricio salió a saludar en el tercio.

A Miguel Ángel Perera, que confirmó su alternativa, la torería y el pundonor le salen por los alamares. El hombre –25 años y tres y medio de matador–, con un valor sin estridencias, una cercanía sin encimismo y una suavidad en el trazo con capote y muleta, pechó con dos toros deslucidos si bien se hizo de la oreja de su segundo por soberbio volapié.

Con celo y sello, Miguel Ángel Perera regaló a Precursor, de Xajay, suavote y repetidor que terminó con la cara arriba y con el que el extremeño literalmente jugó al toro para dejar una certera estocada volcándose sobre el morrillo. La oreja estaba bien, dos eran excesivas, pero el rabo que el villamelonaje exigió y el juez Cardona soltó, convirtió a la monumental en plaza de trancas. Para colmo, hubo arrastre lento. ¡Aguas con la “autoridá”!

En el pecado del cabal dominio técnico, Manolo Mejía lleva la penitencia de la incomprensión. Poco valoraron el solvente trasteo a su primero, sin emotividad, y hubo quienes le chillaron los excelentes naturales a su soso segundo, que despachó de entera en lo alto. Brindó su primero al inolvidable picador Efrén Acosta, que recibió sonora ovación, y su segundo a Joaquín López Dóriga, que escuchó música de viento y palmitas, seguramente de los que luego pedirían el aldeano rabo.

 
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