Usted está aquí: martes 27 de enero de 2009 Economist Intelligence Unit Más sufrimiento para migrantes

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Recesión mundial

Más sufrimiento para migrantes

Ampliar la imagen Los inmigrantes actualmente padecen mucho en Estados Unidos, y el mensaje que envían a sus familiares es "no vengan" Los inmigrantes actualmente padecen mucho en Estados Unidos, y el mensaje que envían a sus familiares es “no vengan” Foto: Reuters

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Ampliar la imagen Países ricos cerrarán sus puertas a la mano de obra externa, prevé la Organización Internacional del Trabajo Países ricos cerrarán sus puertas a la mano de obra externa, prevé la Organización Internacional del Trabajo Foto: Reuters

Ampliar la imagen Algunas organizaciones temen que la xenofobia crezca conforme "la competencia por empleos se incremente entre nacionales e inmigrantes" Algunas organizaciones temen que la xenofobia crezca conforme “la competencia por empleos se incremente entre nacionales e inmigrantes” Foto: Reuters

La depresión económica fustiga a los migrantes. La vida es cada vez más precaria para millones de personas que trabajan fuera de su patria.

En los aeropuertos esperan trabajadores: unos viajan en busca de un modesto empleo, otros vuelven a patrias empobrecidas cuyo principal producto de exportación son las personas. Estas imágenes del mercado laboral de principios del siglo XXI comienzan a desvanecerse conforme la economía empeora, tanto en los países que reciben migrantes como en los que los envían.

Véase, por ejemplo, el cambiante destino de los Kigezi kids, grupo de jóvenes trabajadores, la mayoría graduados, quienes se reúnen cada mes para parlotear sobre la vida en Londres. Provienen del sur de Uganda –área de verdes colinas y pobreza endémica– y sus reuniones son charlas, por lo general agradables, alrededor de una parrillada, donde comparan carteras de propiedades y proyectos comunitarios en África.

Ahora, el humor cambia. Muchos laboran en el problemático sector de servicios financieros de Londres. Hace seis meses sus perspectivas parecían seguras, pero la peor crisis financiera desde la década de 1930 ha propagado la ansiedad. Una mujer, luego de cuatro años de estudio y trabajo, está a punto de irse a su casa. Otra está afligida porque le cancelaron una oferta de empleo permanente. Muchos de los recién llegados se quejan de las dificultades para encontrar trabajo, incluso como servidumbre. La vida cotidiana es cada vez más difícil: algunos comparten el costo de la renta, otros caminan para ahorrarse el boleto del autobús.

Todos están intimidados por la reciente devaluación de la libra. Los chicos de Kigezi luchan por ayudar a sus parientes en Uganda, quienes, afligidos por los altos precios del arroz y la harina de maíz, envían frecuentes peticiones de dinero. “Cada vez es más difícil estar aquí. Rezo para que no reciba ningún mensaje de texto”, señala un hombre. Algunos, silenciosamente, cambian su número de celular para evitar requerimientos de dinero. “Esto crea resentimiento entre los parientes que piensan que sus hijos e hijas en Londres ya no son de gran ayuda”, dice.

Sus problemas son emblemáticos de los infortunios de los inmigrantes en todo el mundo. Los índices migratorios se elevaron en décadas recientes, como sucedió en Gran Bretaña y EU, que disfrutaron de un rápido crecimiento económico y atrajeron mano de obra. Alrededor de 200 millones de personas, algo así como 3 por ciento de la población global, viven fuera de su patria.

En varios países de Occidente la proporción de personas nacidas en el extranjero se ha elevado muy por arriba de 10%, incluso en Grecia e Irlanda, que antes exportaban migrantes. España, donde en años recientes el auge de la construcción favoreció la creación de una tercera parte de nuevos empleos en Europa, atrajo 4 millones de extranjeros (en especial de Bulgaria y Rumania, más Ecuador y otras partes de su antiguo imperio) entre 2000 y 2007.

Conforme las economías empeoran, los inmigrantes padecen. En muchas industrias donde predominan (turismo en Irlanda, servicios financieros en Gran Bretaña, construcción en EU y España) hay una acelerada pérdida de empleos. El desempleo en España es ya de 12%. Miles de inmigrantes podrían reclamar prestaciones por desempleo; el gobierno español busca la forma de movilizar a algunos. Y asevera que 87 mil podrían repatriarse bajo un nuevo “plan de retorno voluntario” que permite a los inmigrantes demandar futuras prestaciones por desempleo, en dos exhibiciones, si entregan sus permisos de residencia y visas de trabajo y se comprometen a ausentarse durante tres años. La suma ofrecida es al parecer de 40 mil dólares por migrante. Aun así, pocos han mostrado interés.

Los inmigrantes padecen en EU –el desempleo general es de más de 7%, su máximo registro en 16 años, y los trabajadores hispanos son los más afectados– y el mensaje que envían a casa es “no vengan”. Hasta el momento se ha recibido de manera muy clara. Un estudio de 120 mil hogares mexicanos publicado en noviembre mostró que la emigración (casi toda hacia EU) había descendido 42% en dos años. Las detenciones en la frontera han aminorado con similar velocidad. Y el valor de las remesas también ha caído, dice el Banco de México.

En terreno desconocido

Mientras la depresión se circunscribía a países ricos, el impacto sobre los inmigrantes era relativamente predecible: algunos se dirigirían a economías emergentes de crecimiento más rápido; unos decidirían no emigrar; otros se irían a casa, al menos durante un tiempo.

Las evidencias iniciales sugerían que, en efecto, la migración se reducía. Información dada a conocer en noviembre reveló que en 2007 llegaron a Gran Bretaña 577 mil inmigrantes, 14 mil menos que el año anterior (aunque la emigración cayó más rápido, lo que elevó la migración neta). Es probable que el año pasado haya ocurrido un descenso mucho más severo. A finales de 2008, una encuesta en Irlanda sugirió que, de 200 mil inmigrantes polacos, alrededor de una tercera parte pensaba marcharse en un año.

El 14 de enero el Instituto de Política Migratoria (MPI, por sus siglas en inglés), de Washington, publicó un estudio del impacto de la recesión sobre la inmigración en EU. El estudio concluye que la población nacida en el extranjero ha dejado de crecer, después de años de rápida expansión. En particular, los indocumentados han respondido a la depresión: durante 2008 la cifra de inmigrantes indocumentados detuvo su crecimiento. Conforme la recesión empeore, el número de extranjeros en EU podría incluso disminuir.

Pero a medida que la miseria económica se extiende a países más pobres, el panorama es más sombrío. Nadie sabe qué esperar de una combinación de recesión global y una migración históricamente alta. Demetrios Papademetriou, uno de los dos autores del estudio del MPI, destaca que en economías como la mexicana, que también han resultado castigadas, la expulsión de migrantes podría incrementarse de nuevo. Uno de sus cálculos sugiere que, si los salarios reales cayeron 10% en México, las autoridades estadunidenses deberían prepararse para un incremento de 6.4-8.7% en los intentos de inmigración indocumentada.

De modo similar en Europa, aunque la depresión apresuró la repatriación en ciertos países ricos (las anécdotas hablan de un rápido retorno de polacos de la zozobrante Islandia), conforme las economías en Europa del este se desaceleran también, los inmigrantes podrían optar por quedarse. Trabajadores jóvenes y solteros pueden movilizarse, pero las familias inmigrantes, en especial, podrían concluir que es mejor demandar seguridad social en un país rico que regresar a casa.

Es posible que una depresión global cambie los flujos migratorios en forma considerable. En octubre, el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, exhortó a los países ricos a no levantar más barreras a los inmigrantes durante la depresión, pero destacó que “los flujos migratorios se revierten. En varios casos observamos flujos de retorno desde países que afrontan crisis económicas”.

La Organización Internacional del Trabajo cree que este año se perderán 20 millones de empleos en el mundo y sugiere que los países ricos cerrarán sus puertas.

Las lecciones de otras grandes crisis sugieren que los inmigrantes la pasarán mal. En 1973, Alemania, Francia, Países Bajos y Bélgica detuvieron de manera abrupta los programas de largo plazo para trabajadores inmigrantes, previendo una dolorosa recesión durante esa década.

A finales de los años 20 y 30 EU, que había reportado altas tasas de inmigración, cerró de golpe sus puertas, y durante décadas mantuvo bajos índices de inmigración. A medida que la depresión tomó fuerza, muchos trabajadores extranjeros se repatriaron: alrededor de 500 mil en los años 30. Gran número de europeos retornaron de manera permanente al viejo continente. En la misma década el número de mexicanos en EU se desplomó 40%, con motivo de pérdidas de empleos y deportaciones. De manera similar la depresión de la década de 1890 provocó una hostil legislación antimigratoria en Argentina, EU y otros países, ante la exigencia de los trabajadores nacionales de que se prohibiera el paso de competidores extranjeros.

A la Organización Internacional para las Migraciones (OMI), entre otras, le preocupa que la xenofobia crezca conforme “la competencia por empleos se incremente entre nacionales e inmigrantes”. La hostilidad se acerca sigilosamente. En EU las deportaciones crecen con velocidad (361 mil indocumentados, un número récord, fueron deportados en 2008, en comparación con 319 mil del año anterior). En noviembre, una encuesta del Fondo German Marshall sugirió que la mayoría de estadunidenses y europeos consideran la migración como un problema, no como una oportunidad.

Británicos y estadunidenses, en particular, son hostiles a los trabajadores extranjeros: más de la mitad de entrevistados dicen que los inmigrantes los despojan de sus empleos y casi dos terceras partes los culpan del alza de impuestos (por su uso de asistencia social). A su vez, los políticos se expresan negativamente de la inmigración, y en algunos casos, como en Gran Bretaña, levantan barreras más duras al ingreso legal de forasteros.

Danny Sriskandarajah, hasta hace poco en el Instituto para la Investigación de Políticas Públicas en Londres, expresó preocupación por el cambio del humor público. Hasta ahora, por ejemplo, la ansiedad en Gran Bretaña se ha dirigido contra el gobierno por no regular la afluencia de extranjeros. “Contra los extranjeros, la reacción sería más venenosa”, sugiere Sriskandarajah. Esto podría ocurrir conforme se incremente el desempleo, sobre todo si algunos inmigrantes están mejor capacitados que los nativos para conservar sus empleos, en el campo o en el cuidado de personas, quizá debido a su disposición a trabajar largas horas con bajo sueldo.

En muchas partes la hostilidad hacia los inmigrantes es cada vez más brutal. En Rusia, grupos de derechos humanos temen que los ataques racistas contra extranjeros se eleven conforme la economía se desacelera. En diciembre, mientras en la capital rusa se condenaba a una pandilla de adolescentes cabezas rapadas por matar a 20 inmigrantes, una organización no gubernamental, la Oficina de Derechos Humanos de Moscú, reportó que 113 inmigrantes habían sido asesinados entre enero y octubre de 2008, casi dos veces el índice del año anterior. Alrededor de 340 inmigrantes resultaron heridos.

Los catastrofistas tienen motivos para preocuparse, sobre todo por los desposeídos. Durante los años pasados las remesas han aliviado la pobreza y han estimulado la inversión en países empobrecidos. En algunos casos representan flujos más grandes de capital que la ayuda o la inversión extranjera. Transferían la riqueza de países ricos a países pobres, pero ahora se están agotando.

En noviembre, el Banco Mundial sugirió que el año pasado las remesas totales a países pobres serían de, al menos, 283 mil mdd. Los flujos conocidos se han más que duplicado desde 2002 (en parte como resultado de mejores sistemas de medición). En muchos pequeños países representaron una importante porción del PIB durante 2007: Tayikistán (46%), Moldova (38%) y Líbano (24%). Si las remesas disminuyen drásticamente, esos países comenzarán a padecer.

Incluso en economías mayores, como India y China, las remesas proporcionan fuertes flujos de capital. El Banco Mundial calcula que India obtuvo 30 mil mdd de su diáspora en 2008, y China 27 mil.

Filipinas tiene 8 millones de personas en el extranjero: sus remesas representan alrededor de una décima parte de la producción doméstica total. En los 10 primeros meses de 2008 el país recibió casi 14 mil mdd de sus emigrantes, mucho más que el año anterior. Pero 2009 parece menos atractivo: el gobierno redujo sus altas expectativas de ingresos por inmigrantes, ante el temor de que los filipinos que trabajan en tecnología de la información y finanzas, en especial, pierdan empleos.

En ciertas partes las cosas han empeorado ya. En noviembre Kirguizistán lamentó que las remesas (sobre todo de inmigrantes en Rusia) estuvieran cayendo. Rastrear esos flujos es difícil, pero un cálculo del banco central de Kenia –donde el dinero de los migrantes es la fuente más importante de divisas, por encima del turismo– informó una baja repentina el año pasado, sobre todo de los kenianos en EU.

Se creía que durante una crisis económica las remesas serían más resistentes que la ayuda y los flujos de inversión, quizá porque los remitentes tienen lazos personales con los receptores. Pero el Banco Mundial opina que algunos países pobres deben esperar una “disminución rotunda” de esos fondos. Los flujos a África, que antes eran prósperos, se estancaron el año pasado; los flujos a países de América Latina se desplomaron. En noviembre, Supachai Panitchpakdi, secretario general de la Conferencia de Naciones Unidas para Comercio y Desarrollo, predijo que, en 2009, las remesas a los países pobres se reducirían en 6%, pero podría ser peor.

Un segundo motivo de preocupación es que las zonas de poblaciones jóvenes y en expansión suelen ser exportadoras de mano de obra excedente. Marruecos envía jóvenes a Europa; los países de Asia central, a Rusia; Pakistán y otros países de Asia del sur los remiten a trabajar en el Golfo. Si esos países no pueden exportar más personas, tendrán en cambio que absorber millones, algo difícil de hacer en tiempos de crisis general. El riesgo de agitación social y política puede crecer.

Fuente: EIU

Traducción de texto: Jorge Anaya

 
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