Usted está aquí: jueves 29 de enero de 2009 Opinión ¿La cuarta será la vencida?

Miguel Marín Bosch

¿La cuarta será la vencida?

Desde el primero de enero México ocupa un lugar en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (ONU). El consejo es la instancia más relevante de la comunidad internacional para el mantenimiento de la paz y seguridad mundiales. Lo ha sido desde la fundación de la organización en 1945. También ha sido el foro más controvertido. Es, a la vez, un símbolo de la omnipotencia que pudo representar la ONU en algún momento y el ejemplo más patente de su impotencia.

La composición del Consejo de Seguridad explica en parte esa contradicción. Entre sus 15 miembros hay cinco permanentes (China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Rusia) con derecho a veto. Como consecuencia de la amenaza del veto, el consejo no ha podido pronunciarse de manera inequívoca sobre algunas cuestiones de gran trascendencia. Piensen en la política de apartheid de Sudáfrica o en la guerra de Vietnam o en los distintos conflictos centroamericanos, pero sobre todo en lo que ocurre en Medio Oriente. En suma, el consejo no ha podido desempeñar el papel para el que fue creado.

Pese a lo anterior, el consejo de seguridad sigue siendo el foro que más atrae a la gran mayoría de los miembros de la ONU. Así lo demuestran las luchas anuales para llegar a ocupar uno de los 10 puestos no permanentes que están disponibles a los otros miembros de la organización por dos años sin relección inmediata. La asamblea general los elige por mayoría de dos tercios.

¿Qué hace que un país quiera formar parte del Consejo de Seguridad, aunque sea sólo por un bienio? Cierto prestigio acompaña dicho ingreso. La comunidad internacional lo reconoce como un país serio y quizás hasta responsable. Se supone que para ingresar deben estar dispuestos a asumir ciertas obligaciones, incluyendo una posible participación en alguna de las muchas operaciones para la paz que autoriza el propio consejo.

Algunas naciones buscan ingresar al consejo para estar en mejor situación para defender o promover alguna causa concreta. En América Latina tal fue el caso de Panamá durante la negociación de los tratados del canal, en la década de los años 70. Por otro lado, parece increíble que un país como Israel jamás haya podido acceder al consejo para defender mejor sus posiciones. Sencillamente no podría conseguir los votos necesarios.

De los 192 miembros actuales de la ONU, 74 nunca han ocupado un puesto no permanente en el Consejo de Seguridad. La lista incluye a 13 países de Latinoamérica y el Caribe, entre ellos. Belice, Guatemala, Haití y República Dominicana.

Las naciones de nuestro hemisferio que más tiempo han estado en el consejo son: Brasil (18 años), Argentina (16), Canadá (12), Colombia (12), Panamá (10), y Chile, Perú y Venezuela con ocho cada uno. Fuera de la región, figuran Japón (20) e India y Pakistán con 12 cada uno.

Ésta es la cuarta ocasión que México participa en el consejo y cuando concluya su mandato bienal sumará un total de siete años: 1946, 1980-1981, 2002-2003 y 2009-2010.

¿A qué obedeció nuestra renuencia durante años a formar parte de ese foro? La respuesta es relativamente fácil. Nuestra experiencia en 1946 aconsejó a muchos de nuestros diplomáticos evitar los empujones de Estados Unidos en el consejo. ¿Para qué agarrar pleitos con el vecino cuando teníamos todas las de perder? Mejor, nos decían, vamos a privilegiar nuestra presencia en la Asamblea General y evitemos los pleitos que tendríamos en el consejo.

Y así lo hicimos, y lo hicimos bastante bien. Nos distinguimos en la Asamblea General presentando muchas (y buenas) propuestas y donde nuestro patrón de voto ha sido encomiable. Además, cuando nos pareció oportuno participamos en los debates del consejo, que, por cierto, están abiertos a todos los miembros de la ONU. Nunca ha sido necesario reservar un lugar para hacer valer nuestra opinión.

En un principio llegar al consejo fue un proceso complicado. Empero, a partir de 1965 ha sido más fácil, con el reconocimiento de los cinco grupos geográficos que se repartieron los 10 puestos no permanentes: tres para África y Asia, dos para América Latina y el Caribe, otros dos para Europa occidental y uno para Europa oriental.

En 1946 no tuvimos problema en acceder al consejo. Fuimos un candidato natural debido a nuestro papel en los trabajos preparatorios que culminaron en la aprobación de la Carta de la ONU. En 1980 tampoco fue difícil llegar. Colombia y Cuba se habían enfrascado en una competencia que no fue posible resolver por votación en la asamblea. Ambos estuvieron de acuerdo en abandonar sus candidaturas a favor de México. Seguramente llegaron a esa decisión con un poco de ayuda de Porfirio Muñoz Ledo, nuestro representante ante la ONU. El caso es que el presidente José López Portillo y su canciller Jorge Castañeda estuvieron de acuerdo en que ingresáramos al consejo.

Dos décadas más tarde lanzamos con éxito la candidatura de nuestro país al consejo. En esa ocasión sí hubo campaña, ya que tuvimos que sobreponernos a la aspiración de República Dominicana. Cabe subrayar que en los bienios 1980-1981 y 2002-2003 nuestra participación en el consejo adoleció de una falta de entendimiento entre la cancillería y nuestro embajador en Nueva York.

En esta cuarta ocasión llegamos sin competencia regional. La administración anterior presentó la candidatura, aspiración que fue ratificada por el actual gobierno. Ahora debemos decidir si limitamos nuestra participación a reaccionar ante los asuntos que llegan a la mesa del consejo o si optamos por someter alguna iniciativa. He ahí una pregunta para la cancillería.

México debe aprovechar esta oportunidad para demostrar que sí importa que participemos en el consejo. De otra forma, ¿para qué tanto brinco?

 
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