Usted está aquí: lunes 2 de febrero de 2009 Opinión Un aplauso al ganadero de Xajay

TOROS

José Cueli

Un aplauso al ganadero de Xajay

Caminaba en las calles que rodean a la Plaza México y que huelen a manteca quemada, en espera de disfrutar de la corrida de toros con ejemplares de Xajay. El cielo hacia destellar los blancos y los azules entretejidos de un azul plateado. La vista del cielo y el olor de los tacos me contaminaba de un cálido lujo original, en medio de mi merodeo de desocupado en el que disfrutaba el enhebrar conversaciones con los conocidos y aficionados que encontraba a mi paso.

No salí decepcionado de mi espera por ver los toros de Xajay; guapos, bien presentados, intachablemente recortados. Enrazados, algunos de encastada nobleza; el segundo y el quinto. Todos ellos pidiendo un capote y una muleta que los dominara. Difícil labor, si a los crucigramas que presentaban los bureles, un molesto viento sopló durante toda la tarde.

No apareció el toreo de pierna adelantada, dando el medio pecho, la muleta planchada tomada por la mitad del palillo y poniéndola por delante para traerse al toro embebido en el centro de la muleta. Las circunstancias llevaron a Pizarro y Ochoa a mostrar valor y pinceladas llenas de clase. Más les era imposible rematar los pases. Ese momento que en que los toros volvían y el mando del torero los llevaría a seguir toreando dándole ritmo al toreo en la relajación total. Menos al alicantino José María Manzanares que se vio tenso, nerviosón, como desconcentrado en el redondel. Gracias a dos estoconazos en lo alto Fernando Ochoa cortó dos orejas y salió triunfador.

El ganadero de Xajay parece haber conjugado a la casta ese temple en la muleta y fantasía en el juego de los capotes de ritmo suave. Más; son toros encastados, difíciles, que suelen adquirir sentido y requieren de mando en el torear y no dejar pasar a los toros que conlleva a las consabidas carreritas entre pase y pase que desdibujan las faenas.

Por lo propio del toro de lidia, su casta, apareció ayer en la monumental de Insurgentes. Había mucho que torearles a los toros queretanos y los aficionados salimos encastados del coso entre el olor a la manteca refrita y el vapor de los fogones que son algo como familiar. En las conversaciones el grito de un asoleado: una aplauso para el ganadero, democráticamente aplaudido por la concurrencia.

 
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