Usted está aquí: domingo 8 de febrero de 2009 Espectáculos Una música mirada

Una música mirada

Pablo Espinosa

Las aportaciones del maestro Jorge Reyes a la cultura mexicana se irradian en distintos ámbitos. Generó un sistema de géiseres cuya potencia se finca en un amplio sistema de vasos comunicantes. Lo telúrico y lo cósmico se juntan en la música de este gran creador de atmósferas, animador de sonidos insólitos, vastos territorios de nubes, polvo y agua sonando al mismo tiempo.

Tal linaje y raigambre resultan inclasificables. Alma de blusero, espíritu rockero, mente electrónica, recogedor de músicas sembradas en los confines del tiempo. En su caso como en pocos podemos ubicar una poética, una estructura de contenidos y decires que rebasa los cartabones, las palabras, y alcanza la categoría de la metáfora.

Es por eso que inventó, creó, animó, dio alma a corrientes sulfurosas cuyo nombre tenía que tener por necesidad a la poesía como baluarte. Un ejemplo entre muchos: creó el término “músicas visuales” para una serie de conciertos alucinógenos en el Espacio Escultórico de la UNAM.

Ahí, navegando entre magma otra vez calcinada por fuerza de las solfas, se encaramó el maestro Reyes para guiarnos los ojos, los oídos y las entendederas hacia el techo de estrellas mientras multitudes jóvenes hacíamos desaparecer el viento gélido de la noche para poner en su lugar abrazos del alma.

Ahí ocurrieron muchas epifanías y ahí nacieron nuevas vetas. Debemos a Jorge Reyes el conocimiento de la música de otro mundo del belga Wim Mertens. Las maravillas de Suso Sáiz y tantos, muchos músicos parientes suyos en esto de ponerle alas a nuestras raíces para volar sin perder el centro de la Tierra.

Creador de atmósferas. Desde el grupo Nuevo México hasta sus creaciones póstumas, Jorge Reyes pulsó y sopló una flauta que siempre sonó a su alma. Los agujeros de una flauta suenan huecos en la mayoría de los flautistas. Jorge puso el alma en todos ellos; las llaves, válvulas y el tubo entero del artefacto se hicieron células, tejido orgánico, vísceras y, otra vez, vuelo.

Gracias a Jorge Reyes las siguientes generaciones voltean a la música indígena de una manera diferente: ni reverencial ni apocada ni condescendiente ni de ninguna de las maneras como las veían y escuchaban antes. Tenemos una mirada lúcida, hermosa, transparente, transfigurada de esas músicas que transfiguran, las que suenan desde el fondo de la Tierra y se juntan con la música de las esferas, la del cosmos.

La mirada que nos deja Jorge Reyes es la que nos compartió con el amor, el orgullo, la epifanía de una escena que lo pinta de cuerpo y alma enteros. La última Noche de Muertos, el 2 de noviembre de 2008, Jorge Reyes entonó su oficio mayor, las bodas de Eros y Tánatos, en una ceremonia íntima, una epifanía: los danzantes de Nok Niuk hicieron emerger las sombras del Hades. Todo era brillo, luz, un vuelo íntimo; Jorge dirigió su propio oficio fúnebre desde los tambores prehispánicos. Había una tercera baqueta, la pulsó su hermosa hija, Eréndira, quien dijo en ese instante en voz muy alta pero delicada y dulce un poema en francés. La mirada de Jorge Reyes hacia su hija es la que nos deja para vivir intensamente: miraba a Eréndira con orgullo, paz, tranquilidad, reposo. Esa escena tan hermosa sucedió en uno de los momentos de creación musical del maestro Jorge Reyes. Su música se condensa en esa mirada. Porque su música, he aquí el mayor de sus hallazgos y sus aportaciones, siempre es una mirada.

En su inicios musicales acuñó una frase como santo y seña de sus semejantes. Así era el saludo, sin más:

–¿Qué onda, sigues?

–Aquí sigo.

–Hay que seguirle.

Maestro Jorge Reyes, gracias por convertir música en mirada. En tí se cumple el verso dedicado a Syd Barrett con todas las de la ley:

–Nos vemos en el lado oscuro de la luna.

 
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