Usted está aquí: domingo 8 de febrero de 2009 Opinión Extravíos en la montaña

Rolando Cordera Campos

Extravíos en la montaña

“Hay sociedades injustas desde su nacimiento”: así concluyó este viernes Rafael Segovia su artículo en Reforma. Es esta injusticia congénita, que llevó a Humboldt a describir a la Nueva España como la tierra de la desigualdad, la que se revuelve hoy desde una demografía poblada por jóvenes adultos y urbanos ante una crisis global que no perdona ni al bien portado y azota contra la pared a las sociedades que pretendieron dar saltos al cielo sin contar con los cimientos indispensables ni los paracaídas necesarios, como le ocurre ahora a España y le pasó a Islandia e Irlanda. Habrá que ver cómo se las arregla Albión para no mantenerse postrada por demasiado tiempo, después del ramalazo de los días pasados.

El presidente Calderón no tomó buen aire en la montaña blanca y pierde su escasa calma a medida que los indicadores y las expectativas de analistas y empresarios se unen en una caída prácticamente libre. Uno tras otro, los índices apuntan a la baja y no habrá regaño presidencial, en vuelo trasatlántico o por la red privada, que lleve a los calculistas del Banco de México a variar en sentido contrario sus proyecciones para este año horrible: la economía decrecerá y con ella el empleo formal que ofrece acceso a la medicina o el retiro asegurados, en tanto que la informalidad topará con su primera experiencia de real e irremisible estancamiento: sin liquidez familiar proveniente del empleo regular, el consumo de durables en la economía subterránea tenderá también a bajar y el trueque se impondrá en tianguis de alimentos, ropa usada, entre los más pobres que se asientan en caminos y explanadas nomás pa’ver.

Calderón habló contra el catastrofismo y otras lindezas del verbo opositor u oportunista, pero no convence a nadie, porque el fenómeno económico global ha sido interiorizado por el menos informado o educado en los arcanos de la economía política. No es un problema de autoayuda o mantras importados, tampoco de bravatas y regaños destinados a descubrirnos la debilidad mental y moral del mexicano desde que pretendió serlo. No es verdad tampoco que sean los monopolios, en genérico, sin distinción alguna, los vectores del descenso o del estancamiento estabilizador a que se ha sometido a la economía desde hace lustros.

Lo que está en medio, como dique funesto para una energía social que se manifiesta una y otra vez en busca de salidas y reclamo de mínima justicia, es una política económica y social impuesta desde el Estado, sin distingo de colores gobernantes, dirigida a asegurar los intereses del capital financiero pase lo que pase, así como a mantener intactas esas estructuras de la desigualdad profunda que nos han hecho injustos desde siempre.

Desde 2005 y hasta la fecha, una vasta movilización popular osó plantear la cuestión económica fundamental y propuso una salida: por el bien de todos, primero los pobres. Eso, tan sólo, causó alarma y llevó a la histeria a almas puras y no tanto, y el leve acuerdo tejido para la democracia descarriló en una simulación y un desvarío que ahora se nos presenta como ominosa separación entre la política y la sociedad, agudizada por la rebatiña por el poder y la ganancia que quede en las cumbres del mando y la riqueza. Éste es el tema y el problema primordial que se agravará en julio, cuando la abstención se instale y los poderes del Estado deban preguntarse por su legitimidad.

Desviar la atención de la sociedad y convocarla a cruzadas contra la política, los sindicatos, los magros mecanismos de protección social que les quedan a los pocos trabajadores organizados en el campo y la ciudad, es cacerolismo puro de clase acomodada, se vista o no de seda: lo que nos faltaba para concluir que en la transición a la modernidad por la vía de la democracia y la globalización nos quedamos no sólo varados sino tullidos, empezando con unos grupos gobernantes del Estado que no aciertan a encontrar el adjetivo que les convenga.

No lo encontrarán, porque en su frenesí clasista perdieron reflejos y memoria, lo mínimo para gobernar sin caer en extravíos o mal de montaña. Habría que convencer al gobierno de que aquello del Hombre de las Nieves fue parte del paquete de fin de semana en Davos. Que en los trópicos el frío cala y hiere.

 
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