Usted está aquí: lunes 9 de febrero de 2009 Deportes Ponce y Macías salieron a hombros; Joselito Adame confirmó y convenció

Toros

■ Ridícula actuación del juez Ruiz Torres: obsequió dos rabos y negó una oreja

Ponce y Macías salieron a hombros; Joselito Adame confirmó y convenció

■ La Plaza México, llena de aficionados venidos de España y de Aguascalientes

Lumbrera Chico

Ampliar la imagen El torero español Enrique Ponce y el de Aguascalientes Arturo Macías festejan sus triunfos durante la corrida 18 de la temporada en el embudo de Insurgentes El torero español Enrique Ponce y el de Aguascalientes Arturo Macías festejan sus triunfos durante la corrida 18 de la temporada en el embudo de Insurgentes Foto: Notimex

Enrique Ponce y Arturo Macías salieron anoche a hombros por la puerta grande de la Plaza México, mientras Joselito Adame era aclamado tras la confirmación de su alternativa, y el juez Gilberto Ruiz Torres huía entre gendarmes, temeroso de la ira de miles que lo insultaron por haber obsequiado dos rabos y negado una muy merecida oreja.

Fue la verdadera celebración del 63 aniversario del embudo, con lleno en los tendidos numerados, obispos, plutócratas, beldades y levantacejas en la sección de barreras, y muchos, muchos turistas procedentes de España para ver a Ponce, pero muchos, muchos más venidos de Aguascalientes para apoyar a Macías y Adame.

Abrió la puerta de los sustos –o más bien de los sobresaltos, porque para más ya no dan los toros “bravos” mexicanos– un precioso berrendo llamado Sueño, del hierro de San José, que se fue sobre el capote de Joselito, que lo esperaba arrodillado en los medios. Nacido en Aguascalientes en marzo de 1989, con más de 200 orejas cortadas en Europa y Sudamérica, luego de recibir la alternativa de manos de El Juli en Arles el año pasado, el nuevo niño prodigio de la tauromaquia pegó un soberbio quite por verónicas.

Llevó a la res al caballo por chicuelinas, pidió que la cambiaran luego de un picotazo, y citó en los medios para cuajar una serie de zaponinas deslumbrantes, antes de coger las banderillas y clavar tres pares en todo lo alto de poder a poder, a la usanza española, con los rehiletes juntos antes de alzar los brazos. A continuación oyó la filípica de su padrino de confirmación, el pálido Ponce, y regresó a los medios para zumbarse al bicho en cuatro estatuarios que pusieron a muchos de pie.

Lo que nadie esperaba, de verdad, es que realizara un trasteo con la muleta a media altura, al estilo de Ponce, ligando en redondo sobre piernas antes de rematar de pitón a rabo. Pero así logró un trasteo perfecto aunque vacío de emotividad, que le valió la primera oreja de su vida como matador de toros en la plaza más grande pero menos seria del mundo.

El segundo, Notario, de 522, fue para Ponce, que hizo lo de siempre, bailando como un Nijinsky de los ruedos, y estrenando una suerte pasmosa (la Enriqueta), que es una dosantina en cuclillas, culminada con un cambio de manos digno de toda admiración. Tras repetirla y cobrar un estoconazo, la plaza se nevó de pañuelos blancos. El juez dio las dos orejas, pero al oír la rechifla de los que venían de España, sacó presuroso el trapo verde y entregó el rabo y con éste su pequeña y dudosa autoridad.

Sí, porque durante la lidia de Pales, quinto de la tarde, que le tocó al torerísimo Arturo Macías, el pobre diablo ya no tuvo más remedio que conceder otro rabo en premio a una faena rebosante de valor en el tercio de capa –ahí quedan esas gaoneras tragando leña–, y de poesía con la muleta –esos derechazos de trazo largo y temple increíble–, que El Cejas coronó también con un estoconazo para volver a nevar los tendidos. Pero si la obra del español había sido recompensada exageradamente con el rabo, ahora el Ruiz Torres no podía decir que no a quienes pedían lo mismo para el mexicano. Y, para su asombro, cuando cedió y concedió ese trofeo, se llevó la silbatina más ensordecedora de su existencia.

Pero después, peor todavía, tras la extraordinaria faena de Joselito Adame con capote, banderillas, muleta, estoque, arte, pundonor y verdad al último de la tarde, y pese a la petición mayoritaria de oreja, Ruiz Torres se petrificó en su palco, reacio a otorgarla, de la manera más injusta, por lo cual, blanco ya de todas las iras, huyó protegido por la policía hacia, quizá, el aeropuerto más cercano, para emigrar tal vez a las antípodas, de donde ojalá no regrese nunca.

 
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