13 de febrero de 2009     Número 17

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Las dos orillas
(Presidencia en negro, presidencia en blanco)

 

Los negros no romperán las barreras del ghetto sino hasta que los blancos trasciendan las barreras de sus propias mentes. La ironía es que el negro rechazado debe encontrar la fuerza necesaria para liberar al blanco privilegiado.

Kenneth B. Clark, Ghetto Negro

Hace 43 años el sicólogo Kenneth B. Clark publicó Ghetto negro, con sus experiencias en Harlem. Estas voces son parte del prólogo.

Ser de raza negra me ha causado muchos disgustos. Vine del sur y algunas veces la gente blanca escupe sobre mi vestido de domingo. (mujer, 30 años)

Va usted allá abajo a la agencia de empleos y resulta que no tienen ningún trabajo que darle a usted. Pero usted tiene que vivir. Yo estoy listo para hacer cualquier cosa que pueda hacer otra persona, porque yo quiero vivir, yo quiero vivir. Nadie quiere morir. Yo quiero vivir... (hombre, drogadicto, 30 años)

Muchas veces, cuando estoy trabajando, me siento tan deprimido como si estuviera en el infierno, y siento ganas de llorar. No soy un hombre, ninguno de nosotros lo es. Yo no poseo nada. No soy lo suficientemente hombre para tener una tienda; ninguno de nosotros lo es. (hombre, 30 años)

Sí, señor, muy bien; ya lo aceptan a usted en las tiendas de Wollworth; luchó usted y recibió golpes en la cabeza para ello; pero ¿qué pensarán de usted sus hijos? ¿Posee usted algún poder económico o político? (mujer, 15 años)

Aquí en Estados Unidos la bandera pertenece nada más al hombre blanco. El azul representa justicia. Las 50 estrellas blancas que ve usted en el fondo azul representan los 50 estados blancos; y el color blanco que ve usted en la bandera representa a la Casa Blanca. Todo ello es el símbolo de las gentes de color blanco. El rojo es la sangre del hombre blanco –él no respeta siquiera la sangre de usted y por eso es que lo linchan, lo ahorcan, lo queman... (hombre, 35 años)

Yo quisiera ver el día en que mi gente tuviera dignidad y orgullo de sí misma como gente negra. Y cuando esto llegue a suceder, cuando se den cuenta de que podemos hacer todo lo que cualquier hombre pueda hacer bajo el sol, entonces estas cosas sobrevendrán sin duda: igualdad, un gran pueblo, presidentes, todo... (hombre, 19 años)

Yo quisiera ser el primer presidente negro de los Estados Unidos. (hombre, 17 años)

Él se quedó con las ganas, pero 43 años después Barack Hussein Obama ganó las elecciones presidenciales.

El arribo de un negro a la Casa Blanca es un hecho de enorme trascendencia histórica para su país y para el mundo. Es verdad que la biografía de Obama es excepcional para un afroestadounidense: mientras en Harlem y Watts estallaban disturbios raciales y el Black Power se extendía de costa a costa, el joven Barack estudiaba en los mejores colegios de Hawai y de Indonesia. Pero lo atípico y privilegiado de su trayectoria no le resta relevancia simbólica a una presidencia que es punto de inflexión en la cuenta larga de la mayor potencia del planeta, drástico reacomodo en el imaginario colectivo de una sociedad acostumbrada a pensarse como anglosajona.

Cambio de capítulo en la magna narrativa “Americana” y dramático viraje en la gran Política Estadounidense (con mayúsculas), que habrá que confrontar con el desempeño menudo de Obama, con su accionar en la pequeña política cotidiana, con su manejo de la cuenta corta, con el balance que de su gestión terminen haciendo los grupos sociales de su país y del planeta en los que generó amplias expectativas.

Porque, paradójicamente, es muy posible que los alcances seculares de la elección del hijo de un keniano a la Presidencia de los Estados Unidos sean mayores que su impacto tangible e inmediato en la enrevesada coyuntura económica, social, política, bélica y ambiental que le heredó Bush. Ya celebramos la apoteósica toma de posesión como primer mandatario del representante de un grupo social cuyos padres y abuelos fueron segregados y cuyos bisabuelos y tatarabuelos vivieron la esclavitud. Ahora habrá que darle seguimiento a la gestión del 44 ocupante de la Casa Blanca , un “hombre de color” llamado Barack Obama, cuyo desafío es conseguir una aprobación social semejante a la que en los 30s del pasado siglo tuvo Franklin Delano Roosevelt, pero en una coyuntura en que los aun sensatos consejos de Keynes le quedan rabones a una crisis poliédrica que es económica, pero también ambiental, energética, alimentaria, migratoria, bélica, moral y lo que se acumule.

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Al urgir la aprobación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), Bill Clinton prometió al Congreso de su país “menos migración ilegal, porque más mexicanos podrán sostener a sus hijos quedándose en casa”, y Carlos Salinas les dijo: “¿Quieren nuestros tomates o nuestros pizcadores de tomate?” Quince años después, y con seis o siete millones más de compatriotas transterrados, en México y en Estados Unidos sabemos que los acuerdos comerciales y el desmantelamiento de las políticas públicas de fomento económico no promueven el desarrollo y en cambio profundizan la estampida poblacional.

A juzgar por su plataforma de gobierno, Obama lo entendió: “debemos hacer más para promover el desarrollo económico en las naciones expulsoras de migrantes, para reducir los incentivos de venir a Estados Unidos ilegalmente”, de lo que desprende la necesidad de “trabajar con Canadá y México para reformar el TLCAN”. Y como el daño está hecho y los mexicanos y otros “hispanos” ya se encuentran por millones en el gabacho, Obama ha dicho que “terminará con la persecución racial y la desconfianza hacia los extranjeros”, y su asesor en asuntos latinoamericanos, Dan Restrepo, ha anunciado que el nuevo presidente “se comprometió a trabajar el tema de una reforma migratoria integral durante su primer año de gobierno” (Jesús Esquivel, entrevista, Proceso 1671, 9/11/08).

Pero mientras que en el encuentro de mediados de enero entre Obama y Calderón el primero planteó la revisión de los aspectos laborales y ambientales del TLCAN, temas en los que está comprometido con los sindicatos y otras fuerzas que lo apoyaron, el segundo no asumió las cuestiones de interés trilateral, como el Acuerdo de Cooperación Laboral, que no ha funcionado, ni tampoco promovió asuntos de interés nacional, como la revisión del capítulo agropecuario del tratado y la amnistía para los mexicanos indocumentados que se encuentran en Estados Unidos. Y es que mientras que Obama ha manifestado su decisión de renegociar el TLCAN, Calderón insiste, contra toda lógica, que a México le conviene dejarlo como está.

Los campesinos mexicanos han dicho mil veces que el TLCAN y las políticas públicas de la Casa Blanca se han sumado a la agrocida política rural de los gobiernos de México en la tarea de arruinar a los pequeños y medianos productores de por acá. Pero esto no significa que los campesinos estadounidenses se beneficien con los cuantiosos subsidios que ahí se otorgan (40 por ciento del ingreso agrícola neto de ese país proviene del gobierno), pues ocho de cada diez productores, que son granjeros familiares, reciben sólo una sexta parte de los subsidios que establece la Farm Bill , mientras que el resto, constituido por grandes agronegocios, capta dos terceras partes de los fondos públicos. Así, los pequeños y medianos productores agropecuarios de México y de Estrados Unidos, hostigados por las grandes corporaciones, el agrobusiness y las prácticas neoliberales de sus respectivos gobiernos, comparten el interés por revisar tanto el tratado comercial como las políticas internas.

En tiempos de recesión y cuando la economía estadounidense se deshace de fuerza de trabajo sobrante, nuestro interés como nación queda formulado en una claridosa definición de la Secretaria de Relaciones Exteriores (SRE): “Sería desastroso para nuestra economía nacional el reconocimiento como sistema aceptado del precedente de facilitar la salida de nuestros mejores elementos de trabajo cuando encuentran demanda en el extranjero y, a la inversa, recibir forzadamente tales contingentes de trabajo cuando ya no son necesarios en el extranjero y nosotros tampoco estamos económicamente en condiciones de recibirlos.”

Por desgracia la impecable declaración no es de Patricia Espinosa, titular de la SRE en el actual gobierno, sino de don Manuel Téllez, quien ocupó el cargo hace 80 años durante la presidencia de Plutarco Elías Calles, tiempos en los que aún primaban el nacionalismo y el sentido común.

Cuando los organismos multilaterales, como el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) coinciden en que “el mercado no sana al mercado” y que el “libre comercio” no es la panacea; cuando los gobiernos de todos los países, incluidos los más conservadores, debaten abiertamente la pertinencia de un “cambio de modelo” que si no pone en cuestión la nuez del capitalismo, sí considera acotar el libertinaje financiero de los 30 años pasados; cuando en el mundo soplan vientos de cambio y en Estados Unidos gobierna un negro que en su plataforma electoral planteó que “se hace necesaria la revisión de las prácticas de libre comercio”, el gobierno de México se ancla en las posiciones económicas más conservadoras, se atasca en el inmovilismo político, se sumerge en un profundo pasmo intelectual.

Allá una presidencia en negro, acá una presidencia en blanco.

Armando Bartra