Usted está aquí: viernes 13 de febrero de 2009 Opinión Graciela Iturbide: la plenitud

José Cueli

Graciela Iturbide: la plenitud

A finales del año pasado se dio a conocer la noticia de que nuestra gran fotógrafa Graciela Iturbide había sido galardonada con el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2008.

No es de sorprender, porque su talento ya la había hecho merecedora de otros importantes reconocimientos, como el Eugene Smith, de Estados Unidos, el Hokkaido, de Japón y, más recientemente, el Hasselbald, de Suecia, que se considera el Nobel de fotografía.

La fama envuelve a Graciela Iturbide, pero al mismo tiempo oculta algo esencial en su trayectoria fotográfica. En los pasados 10 años hemos visto en sus fotos un cambio de actitud y de intereses. Sus nuevas imágenes están tomadas con la misma pasión de siempre, pero muestran un cambio interior, un viaje hacia el centro de sí misma.

Si revisamos con atención sus libros más recientes, como Pájaros (2002) y Naturata (2004), observaremos que la presencia humana tiende a desaparecer y que la atención se dirige hacia la naturaleza, en un camino paralelo al que han emprendido otros grandes fotógrafos, como Sebastião Salgado y Josef Koudelka.

Estos enormes maestros han vuelto sus ojos hacia el paisaje y han documentado los estragos que causan en nuestro entorno las actividades irresponsables y depredadoras de los seres humanos.

En palabras de Haroldo Díes: “En el caso de Graciela, la intención no es puramente ecologista. Lo verdaderamente importante es que ella, que tanto sabe del dolor y de la soledad, nos muestra, con la sensibilidad que sólo poseen las mujeres, la plenitud que llega a experimentar el alma al entrar en comunicación íntima con la naturaleza”. Al respecto, podemos afirmar que la obra reciente de Graciela Itturbide está imbuida de una profunda religiosidad.

Muchos artistas de la lente inician su vida profesional como fotógrafos documentalistas o fotorreporteros. Sólo unos cuantos elegidos depuran sus medios expresivos y alcanzan las cimas del quehacer fotográfico. Éste es el caso de Graciela Iturbide.

Algo notable en toda su obra es la sencillez de su lenguaje. Siempre asombra (a ella le gusta esta palabra) cómo puede expresar tanto con tan poco.

Desde su primera exposición en 1975 y hasta la fecha Graciela Iturbide nos ha sorprendido y deleitado con centenares de fotografías cuya belleza se confunde con la poesía. Por esto aguardamos con impaciencia la próxima exhibición de su obra sobre el baño de Frida Kahlo, en la galería López Quiroga, de la ciudad de México.

Desde esta modesta columna le deseamos larga vida y que su arte siga siendo para nuestras pupilas “el rayo que no cesa”.

 
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