Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 15 de febrero de 2009 Num: 728

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Medellín, capital de la poesía
RODOLFO ALONSO

Nunca digas
TAKIS VARVITSIOTIS

El libro y la cuestión editorial
RAÚL OLVERA MIJARES

Francis Bacon: el espejo en sí mismo
MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ

Francis Bacon: ¿maestro de lo despiadado?
JOHN BERGER

El horror en la pintura
BALTHUS

Martin Amis: la más cruda perspectiva
JORGE GUDIÑO

Leer

Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Ana García Bergua

Ligero de equipaje

La disposición al sueño puede ser similar a la disposición a desaparecer. Cerramos los ojos y en nuestra mente se va difundiendo y asentando una especie de niebla de imágenes, sueños, recuerdos, trozos de nuestra vida, hasta que quedamos dormidos, en feliz ignorancia de nosotros mismos. Es una especie de entrega, la del sueño, a un estado en el que ya no dominamos nada, y nadie nos exige responder, decir o hacer. Pero, en ese breve vértigo de camino al sueño, somos lo más parecido a lo que somos, es decir que nuestros materiales, las fantasmagorías que nos constituyen, deambulan libremente, sin ilación y sin control. Si acomodamos todas esas imágenes, recuerdos, anhelos, como en una especie de caja de artista, sin pretender darles una explicación, quizá logremos un retrato más fidedigno de quienes somos.

Algo parecido cuenta Casi desnudo, la octava novela de Federico Patán, aparecida el año pasado y editada por la Facultad de Filosofía y Letras y Ediciones Eón: “En esa recién inaugurada soledad miré el ámbito de pronto desusado. De fuera venía un silencio de expectativa, como si los alrededores anduvieran atentos a mi reacción. Ya empijamado entré a la cama solitaria, cuyo frescor acaso pecara de frío. Me defendí con el libro, interponiéndolo entre mis ojos y la penumbra. Enseguida casi las palabras me hicieron su prisionero: ‘Mamá murió hoy. O, quizás, ayer; no estoy seguro…' Hojas después eliminé la luz sabiéndome ya en poder del sueño menor, el cotidiano, mezclando en los últimos instantes de vigilia trozos de la novela con trozos del cuadro, de modo que ambos parecían estar de acuerdo en componer una situación distinta, que se fue resolviendo en un súbito pasillo de oscuridades profundas que en ningún sitio parecía desembocar. Lo notable fue que, a diferencia de otros sueños cuando mi infancia, no tuve miedo y sí curiosidad. Mucha.”

La somnolencia de Bruno, este personaje que ha decidido dormir solo en su despacho, es así el comienzo de un viaje por la memoria y los deseos; a la vez, Casi desnudo narra las peripecias de otros viajes realizados por el personaje: uno con el padre, cuando pequeño, al mar, otros posteriores, que quedan sin resolver y se resuelven en otros viajes. Entre otras cosas, la novela es una meditación sobre el viaje, por supuesto, como metáfora de la vida, del sueño y de la muerte. El propio narrador juega con estas representaciones: “En uno de los viajes me divertí con una idea acaso tonta: según nos aproximamos al mar, la vegetación se adentra en el barroquismo absoluto, entendiéndose esto como vida, y sin embargo el mar ha representado (en una de sus imágenes) el arribo a la muerte. ¿Será la muerte alguna tipificación de la abundancia que ignoro? Tal vez la abundancia de un tiempo que ya no cuenta como tiempo. Y entonces otra idea: si el viaje fuera en otra dirección, sin regreso posible a causa de algún exilio, ¿a qué sabría el paisaje? Supongo que sólo el cumplimiento del viaje nos da la respuesta.”

Casi desnudo también habla del amor, representado en la relación de Bruno con Marina, su mujer, y con otras mujeres (una compañera de viaje ocasional, una prostituta en la juventud). La relación con la esposa es, además de un fondo profundo, una suerte de camaradería, una compañía en esta vida contemplada como viaje: “Un par de veces me acompañó a la Terminal de trolebuses y, luego, comenzamos a salir, fuimos al cine, nos besamos exploratoriamente al principio, con intenciones de mensaje después, con ansia de ya meternos en la cama enseguida. Nos fuimos convenciendo de que el matrimonio pudiera ser un estado agradable ya que no necesariamente apacible. Decidimos arriesgarnos y de pronto éramos socios antiguos en el negocio de vivir juntos.”

Es Marina la que desespera de ver a su marido perdido en la ensoñación –sus túneles los llama–, la que, a la vez que lo ama por esa entrega, lo jala también al mundo real. Y sin embargo Casi desnudo es esa sucesión de ensoñaciones que, al final, cobra sentido como un viaje cierto y trágico. Su virtud radica en que, debido al fino y admirable entramado de la novela y a la prosa de Federico Patán, la sucesión de los episodios que conforman Casi desnudo, tiene a su vez la característica errabunda, melancólica, proustiana, del viaje y del ensueño, y las escenas se superponen unas a otras al igual que las capas de una acuarela. De momento la novela nos deja un sabor extrañamente dulce, indefinido; más tarde surgen, al evocarla, su verdadera fuerza y su profundo amargor.