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Tercermundistas excluidos

Los poderosos encargan al FMI el diseño de un nuevo orden económico

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Líderes europeos, pertenecientes al G-20, coincidieron en que ya era tiempo de ser estrictos con los refugios fiscales y supervisar más de cerca todos los mercados financieros, como parte de las reformas amplias para evitar futuras bancarrotas. La canciller alemana, Angela Merkel, invitó a sus colegas de Francia, Gran Bretaña, Italia, España y Holanda para dejar de lado recientes recelos y acercar posiciones antes de dicha cumbre, a realizarse el 2 de abrilFoto Reuters
A

nte la espeluznante sacudida que vive el planeta, los países más poderosos del mundo –cuando menos así se autodefinían antes del estallido de la crisis–, han decidido diseñar un nuevo sistema financiero internacional, y para lograr tal propósito no encontraron mejor diseñador ni ejecutor que el organismo creador de una buena cantidad de estrategias que condujeron a millones de habitantes a la miseria más atroz, es decir, el Fondo Monetario Internacional, el azote de los pueblos.

Se ha reiterado hasta el cansancio –más como justificación que como explicación– que la crisis es mundial y que, por lo mismo, su solución sólo será posible con la plena participación de la comunidad de naciones. Sin embargo, tal solución es ahora democráticamente decidida por un grupúsculo de países que, como siempre, piensan por el resto del planeta.

Muestra de lo anterior es el encuentro realizado este fin de semana en Berlín, durante el cual los ocho gobiernos congregados acordaron comisionar al Fondo Monetario Internacional y al Fondo Financiero de Estabilidad la aplicación de las recomendaciones para poner en marcha el plan de acción así como su vigilancia, es decir, el diseño y ejecución de la nueva arquitectura financiera internacional –como la calificó la canciller alemana, Angela Merkel–, la cual deberá aplicarse de manera consecuente.

Merkel, en voz de las naciones europeas participantes en el encuentro de Berlín, subrayó que “todos los mercados financieros del mundo, todos los productos financieros y los actores de los mercados, independientemente del lugar de su sede, deberán someterse a la vigilancia y regulación, y esto regirá tanto para sociedades accionarias como para los fondos de inversión libre… se pretende evitar que esos actores asuman riesgos excesivos”. Bien en el discurso, pero en el lenguaje de la canciller todos quiere decir lo que nosotros, los países más poderosos, decidamos, les guste o no a los demás, que no fueron invitados al sepelio del viejo orden económico internacional.

En este contexto, le encargan al FMI –un organismo de control creado por los vencedores de la segunda Guerra Mundial– la refundación del orden económico y financiero internacional que reventó, entre otras causas, por las políticas, las estrategias y las imposiciones de ese mismo organismo, no sin la anuencia y aplauso de los que hoy deciden la nueva arquitectura.

La crisis es mundial, dicen, pero las decisiones se siguen tomando en petit comité. Lo dijo el primer ministro británico, Gordon Brown: “hubo consenso en que es necesario establecer un New Deal, un nuevo pacto económico y financiero, que abarque a todo el mundo y funde de nuevo esos sistemas para confrontar la crisis actual y evitar otras en el futuro”. Le hizo segunda el presidente francés, Nicolás Sarkozy: todos están decididos al éxito; no hay camino de retorno; no nos podemos permitir un fracaso en la refundación del sistema financiero internacional.

¿En qué momento se logró el consenso mundial? ¿Cuándo se pronunciaron los países tercermundistas? Sólo ellos sabrán, pero obvio es que el grueso de naciones ni siquiera fueron tomadas en cuenta, y al enterarnos de que los poderosos han decidido encargar al FMI el nuevo diseño, fácil es conocer de dónde vienen tan democráticas instrucciones.

Angela Merkel detalló que la reunión de Berlín da continuidad a los esfuerzos internacionales que pactó el G-20 el pasado 15 de noviembre en Washington, y dijo que será prioritario mantener la presión en la cumbre del 2 de abril en Londres para que las medidas acordadas se apliquen en forma consecuente. En efecto, el citado encuentro en la capital estadunidense reunió a los representantes del Grupo de los 20 países más poderosos del planeta (G-7, más Rusia, las naciones emergentes más destacadas y la representación de la Unión Europea) para encontrar soluciones a la crisis, las cuales, por lo visto, no aparecieron.

El G-20 ordenó al FMI el citado diseño. Bien, pero los países que dan cuerpo a ese grupo concentran poco más de 65 por ciento del poder de voto en el seno del Fondo Monetario Internacional. Así, alrededor de 190 naciones no tendrán ni voz ni voto –de hecho, muchas de ellas ni siquiera serán mencionadas– y quedarán totalmente excluidas de esta democrática solución con la plena participación de la comunidad internacional.

Pero la concentración del G-20 aguanta otra criba. En este contexto, el G-7 lleva la voz (y el voto) cantante. Sólo Estados Unidos concentra casi 17 por ciento del poder total de voto en el FMI; el resto de las naciones integrantes del G-7 (Japón, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y Canadá) acaparan en conjunto el 27.7 por ciento, y si se le suma Rusia (G-8) el 30.39 por ciento, para sumar, con Estados Unidos, 47.39 por ciento del total. China y su creciente cuan decisivo poderío económico-financiero, sólo tiene 3.36 por ciento del voto, y ha sido excluida del consenso.

Arabia Saudita, Argentina, Australia, Brasil, China, India, Indonesia, México, Corea del Sur, Sudáfrica y Turquía (todas naciones integrantes del G-20, como economías emergentes) apenas reúnen el 17.64 por ciento de ese poder de voto en el FMI. México (que no pertenece al G-7 ni al G-8) sólo tiene el 1.47 por ciento de ese mismo poder de voto. Entonces, ¿quiénes, en esta democrática cuan consensuada solución de la crisis internacional, tomarán las decisiones y definirán qué sí y qué no en la nueva arquitectura y su respectivo diseño?

Los viejos arquitectos disfrazados de nuevos diseñadores, para que al modificar todo en los hechos no cambien nada, en espera de la siguiente crisis.

Las rebanadas del pastel

En pleno terror cambiario, dice el gobernador del Banco de México que los bancos extranjeros que operan en el país no son los responsables del desplome del peso, pues tienen amplia disponibilidad de dólares, incluso más allá de lo imaginable, de tal suerte que no están repatriando dólares a sus matrices. ¿Quién, entonces? ¿Serán los mexicanos de salario mínimo? ¿Acaso las micro y pequeñas empresas que revientan como palomitas de maíz?