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Escenarios multiculturales
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Un migrante mira a la cámara luego de arribar a la playa de Las Vistas, en la isla canaria de Tenerife, el pasado domingo 15 de febreroFoto Ap
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a nueva oleada migratoria a nivel mundial ha puesto en la mesa de debate el tema no resuelto del multiculturalismo. Las revueltas de hace unos años, en los barrios de inmigrantes en Francia, pusieron en evidencia que el modelo de integración no había funcionado. La segunda generación no se integraba, quedaban excluidos, a pesar de tener todos los derechos ciudadanos de los franceses. En Alemania no hubo revueltas, pero los inmigrantes turcos no pueden acceder a la nacionalidad, ni siquiera los hijos y nietos que ya nacieron en Alemania. Decir que los hijos de inmigrantes son franceses no resuelve el problema, tampoco lo resuelve decir que no son alemanes, aunque hayan vivido allí por generaciones. El debate ha saltado a Corea y Japón, sociedades tradicionalmente cerradas a la inmigración, pero que han tenido que abrir sus puertas y se enfrentan al fantasma del multiculturalismo. Y todos los países observan y estudian con atención el laboratorio americano, donde por más de cinco siglos confluyeron millones de migrantes de todos los rincones del planeta.

Europa fue una tierra de emigración por más de 400 años. Hace escasos 50 años que dejaron de emigrar. Primero llegaron como conquistadores, luego como religiosos y funcionarios coloniales, finalmente como hidalgos, hijos de algo, dizque nobles, pero que no poseían bienes. Los hidalgos españoles y portugueses no trabajaban y se dedicaban a explotar a los indios y a los esclavos. Después de cuatro siglos de expoliación colonial, los españoles, portugueses e ingleses seguían migrando, pero como mano de obra barata. Sí, mano de obra barata, inmigrantes pobres, sin educación, que en su mayoría venían del medio rural europeo: italianos, irlandeses, franceses, alemanes, lituanos, checos, rusos, judíos. Durante el periodo que va de 1850 a 1950 más de 30 millones de europeos llegaron a vivir al continente americano.

África negra, ahora llamada subsahariana, fue considerada a lo largo de más de cuatro siglos como la cantera de esclavos más importante del planeta. La región quedó devastada y la cosecha de esclavos para el sistema colonial americano dispersó a más de 14 millones de migrantes de origen africano en todo el continente, sin contar los que murieron en el viaje, que se ha estimado en 50 por ciento.

Asia ofrece un panorama complejo de resistencia al modelo colonial. Los colonizadores ingleses tuvieron que refugiarse temporalmente en Hong Kong y los portugueses en Macao. Japón nunca fue colonizado. Es a fines del siglo XIX y comienzos del XX cuando se desata la emigración de chinos y japoneses. En Estados Unidos se promulgó una ley de exclusión a la inmigración china en 1882. Luego, en 1907, se promulgó otra ley que prohibía el ingreso de japoneses. Estaba prohibido el ingreso a Estados Unidos, pero no a Panamá, donde los chinos contribuyeron a la construcción del canal. Varios países, entre ellos Perú, fomentarían la inmigración de chinos y japoneses para el trabajo agrícola. Sin embargo, es en Brasil donde reside la comunidad más grande de origen japonés de América Latina.

En el continente americano confluyeron las migraciones de todos los confines del mundo y es allí donde se llevó a cabo el experimento más acabado de contacto, fusión, negociación, exclusión y confrontación racial y cultural. El resultado ha sido distinto y se pueden distinguir tres modelos: el canadiense, el estadunidense y el latinoamericano. Se prevé que el siglo XXI será el siglo donde cuajen de manera definitiva los efectos de la globalización y a nivel cultural eso no significa otra cosa que multiculturalismo. Las soluciones, dilemas, contradicciones y rezagos que vivimos en el continente americano son el mejor laboratorio donde se puede reflexionar sobre el multiculturalismo.

Canadá se define como una sociedad multicultural ya que legal y políticamente está integrada por tres grupos: una mayoría blanca angloprotestante y dos minorías, los francófonos católicos y la población nativa, que congrega a un buen número de tribus indígenas. Llegar a esa solución no ha sido fácil, ha sido el resultado de arduas negociaciones y el reconocimiento mutuo de identidades culturales distintas, que comparten un mismo territorio, un mismo país, varias lenguas, varias culturas. El costo de la negociación, que siempre implica concesiones de la partes, ha sido mucho menos disruptivo que la confrontación, el sometimiento y la exclusión.

Ha sido una historia complicada. Canadá se enorgullecía de ser un país de blancos y su política migratoria, hasta la década de 1950, no sólo fomentaba, sino pretendía imponer un sistema de selección racial. Los inmigrantes blancos eran bienvenidos, a los demás se les negaba la entrada y la residencia. Esta obsesión por mantener la pureza racial, incluso los llevó a soñar con la posibilidad de poder contar con una isla, una colonia en el Caribe, adonde poder enviar a la población negra que había llegado de rebote desde Estados Unidos. En tiempos pasados, los canadienses preferían utilizar y explotar a la población indígena nativa que importar mano de obra esclava. Hoy en día se maneja un sistema de puntos para admitir a los futuros migrantes, donde cuenta mucho la educación, la edad y los recursos económicos. Ha quedado desterrada la política migratoria de tinte racial y en la actualidad el grupo inmigrante mayoritario es de origen chino.

En Estados Unidos el sistema pasó de la segregación racial a la clasificación étnica. Todos conocemos la lucha histórica de los pueblos afroamericano y chicano en Estados Unidos en la década de 1960. Pero a pesar de todo lo que ganaron, las diferencias existen; los negros y los latinos son el conglomerado más pobre y peor educado de Estados Unidos, no obstante que constituyen cerca de una tercera parte de la población. Se trata de un modelo impuesto, forzado, donde la negociación con las minorías latina, afroamericana y asiática se da en contextos puntuales. No se ha dado una discusión nacional y el gobierno ha obligado a toda la población a meterse e identificarse con alguno de los casilleros: blanco, negro, hispano-latino y asiático. Incluso las definiciones del censo han cambiado, ya no se puede hablar de blanco o negro. Ahora la categoría es blanco no hispano y negro no hispano. La confusión la hemos metido los hispano-latinos, porque nos caracterizamos por la carga que tiene el mestizaje, la multiplicidad racial y la unicidad lingüística y cultural. Paradójicamente se trata de una categoría étnica, pero en Estados Unidos los mexicanos, y cada vez más los latinos, gustan autodenominarse como la raza.

Raza de bronce, raza cósmica. Es en América Latina donde se fusionaron las razas y las culturas. Los migrantes de todas las nacionalidades se integran con asombrosa facilidad y la segunda generación simplemente deja de estar aislada, segregada, diferenciada. Sin grandes proyectos de integración y planes educativos, los hijos de inmigrantes de cualquier parte del mundo se convierten en ciudadanos. Pero a pesar de la fuerza y pujanza del mestizaje en toda América Latina, permanecen en la base de la sociedad las minorías indígena y negra.

Los negros e indígenas siguen siendo el estrato más pobre y discriminado desde la época colonial. Y uno se pregunta por qué los países más pobres de América Latina tienen una alta proporción de población indígena, como Bolivia, Paraguay y Guatemala. Por qué los más pobres en México tienen que ser los indígenas. Por qué los más pobres del continente tienen que ser negros. Por qué Haití, el primer país independiente del continente americano (1804), es el más pobre de la región, el país que tiene un índice de desarrollo humano semejante a muchos países africanos.