Opinión
Ver día anteriorSábado 7 de marzo de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Alma Reed: fragmentos de un retrato
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Alma Reed, reportera estadunidense que inspiró la canción Peregrina, de Ricardo PalmerínFoto Colección Michael Schuessler
H

ace unas semanas llevé a un grupo de colegas a ver la exposición Alma Reed: fragmentos de un retrato, que se exhibe desde noviembre en el Museo Nacional de Historia del Castillo de Chapultepec, y concluirá el 26 de abril. Ninguno de ellos se había enterado de la exposición porque la dirección del museo no organizó una rueda de prensa –mucho menos una inauguración– para anunciar su existencia. Parece que abrieron la puerta y con eso dieron por inaugurada una muestra que, según me dijo uno de los funcionarios del recinto, había costado 650 mil pesos.

Me daba mucha curiosidad y no poca trepidación la idea de ver la exposición, porque no había tenido contacto con el director del museo, Salvador Rueda Smithers, desde que inquirí sobre mis honorarios después de haber entregado los materiales que me habían encargado, entre otros, el proyecto de la exposición, el cedulario, los textos para touch screen, y parte del guión del documental que se presenta en una de las salas. Él me aseguró por teléfono que investigaría la posibilidad de pagarme, aunque lo veía difícil. Nunca supe más del director. Esto me pareció raro tratándose del Museo Nacional de Historia y me pregunto –tal vez con naiveté– en qué habrán gastado su presupuesto, ya que nunca había visto uno que no contemplara el pago de estos materiales.

He colaborado con los museos del Condado de Los Ángeles, el de Arte de Houston y el Winterthur, entre otros, y nunca tuve que regatear el pago de mis honorarios como si fuera a vender jitomates en un puesto de La Merced. Al dirigir una carta al director del Instituto Nacional de Antropología e Historia, Alfonso de Maria y Campos, en este sentido, un asistente suyo me replicó amablemente que yo le había asegurado al director del Castillo que no cobraba por mis servicios. Pamplinas.

En retrospectiva, creo que leí mal las señales que emanaban del Castillo desde un principio y confieso tener parte de la culpa por haberme involucrado con ellos desde que mandé a donar la colección de objetos que serían expuestos cuando supe del deceso de la pintora sueca Rosalie Johansson, heredera de Alma Reed, conocida en México como Peregrina a raíz de la canción de Ricardo Palmerín y Luis Rosado Vega.

Durante los más de dos años que trabajé en la exposición, recibía encargos de Juan Salvador Miravete, museógrafo del recinto, en que me aconsejaba ser corto y cosiso (sic) en mis textos para abrir una espectación sobre lo que van a leer (sic). Además, según el experto en museografía, deven ser fraces con caracter que impongan y generen impacto, no se si me éxplico (sic). Evidentemente, las frases que generaron impacto, al menos en mí, fueron las de este funcionario a cargo de la museografía de uno de los museos más importantes del país. ¡Qué barbaridad!

Al revisar el Internet, convencido de que seguramente habría algún tipo de publicidad para una exposición de tal magnitud, sólo encontré una entrevista con Rueda Smithers, donde éste afirma que Alma Reed fue un personaje que sirvió como articulación entre las ideas y los hechos, en un periodo de la historia de nuestro país en el que los mexicanos se descubrían a sí mismos. ¿Un personaje que sirvió tan sólo como articulación entre ideas y hechos? Era como escuchar un comentario dedicado a otro individuo y no a la intrépida reportera del siglo XX que logró cambiar la ley estatal de su nativa California para salvar a un joven mexicano de la horca, o la que, por sus editoriales publicados en el New York Times, abogaba por el nuevo gobierno de México encabezado por Obregón, o la que dio a conocer al mundo entero que Edward Thompson había enviado miles de piezas mayas provenientes del Cenote Sagrado de Chichén Itzá al Museo Peabody, de Harvard, ¡por valija consular! ¿Sería este personaje de segunda fila –así me la describía Rueda– la misma mujer que se convertiría en la mecenas de Orozco en Nueva York o la que escribió media docena de libros sobre México? No, la mujer que se presenta en el Castillo no es la misma cuya autobiografía descubrí y edité hace un par de años y dudo mucho que el director del museo haya leído un solo texto escrito por ella, mucho menos su propia historia.

Al entrar a la exposición, daba la bienvenida la fotografía en tamaño natural de una señora vestida a la usanza de principios del siglo XX –el único problema era que ese personaje no es Alma Reed. Yo les había manifestado mis dudas sobre la identificación del sujeto, pero parece que les gustaba la foto. A lo mejor resultaba más atractiva –o fotogénica– que una de las más de 500 de Alma Reed que tienen en su colección.

No obstante, el asunto se puso peor porque, al inspeccionar las vitrinas, pobladas con los objetos que yo había seleccionado en colaboración con la excelente investigadora Amparo Gómez, me dí cuenta –horrorizado– que los objetos no correspondían con sus fichas. Y la ficha que acompaña el traje de mestiza que le regaló Carrillo Puerto –pieza fundamental de la exposición– dice “traje de mestiza –c. 1924”, así, a secas. ¿Esto es posible en un museo de este calibre? Desafortunadamente todo es posible en el Castillo.

Seguramente al lado de los problemas enfrentados por De Maria y Campos a raíz de la perforación criminal de la Pirámide de la Luna, esto se ve como un pecado menor, pero al sumar éste –y otros asuntos sombríos– uno sí quisiera ver una dirección competente, preparada –y al menos letrada– a cargo de una de las instituciones más importantes de México. Ahora me pregunto: ¿me devolverán los objetos que presté para esta lamentable exposición o se desaparecerán en las entrañas del Castillo junto con mis honorarios?

El autor es editor de Peregrina: mi idilio socialista con Felipe Carrillo Puerto, Editorial Diana, 2007