Opinión
Ver día anteriorMartes 10 de marzo de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Poliedro cubano
L

isandro Otero, polígrafo, director de la Academia Cubana de la Lengua, fallecido en 2004, escribió: Fidel Castro ha enseñado a pensar de manera diferente a toda una generación de latinoamericanos y ha conducido a su país por un laberinto de escollos y contradicciones con arrojo y firmeza, logrando crear en una pequeña isla del Caribe, pese a la hostilidad y al cerco estadunidenses, un espacio decoroso donde se puede vivir con dignidad. ¿Vivir con dignidad? Con amargura hay que decir que son palabras ajenas para multitudes del mundo, enajenadas por el consumismo estadunidense.

¿Dignidad? Sí, esa cualidad de las personas –dice la Real Academia de la Lengua–, por la que son sensibles a las ofensas, desprecios, humillaciones o faltas de consideración. Hace tiempo que entre los grupos dominantes o privilegiados se ve la dignidad con sorna y se cree ver en ella ingenuidad pueril.

María Moliner asocia un catálogo de valores humanos a este digno vocablo desdichadamente desterrado de la vida cotidiana: amor propio, caballerosidad, lo que se debe a sí mismo, decencia, decoro, estimación propia, gravedad, honestidad, honor, honorabilidad, honradez, pundonor, rectitud, respetabilidad, vergüenza, y muchos más altos valores humanos, que provocan risa en amplios círculos de la sociedad beneficiaria de los bienes materiales del presente.

La inmensa mayoría de los cubanos vive con un salario bajo, pero tiene vivienda, luz, cada vez más, teléfono; y desde hace años, educación y salud. Ciertamente nadie tiene acceso a un BMW, o ningún niño tiene acceso a nintendos y mil gadgets similares, y sólo unos pocos cubanos pueden viajar fuera de la isla. Ciertamente la mayoría de los cubanos no ven relación alguna entre el nivel de sus consumos y la dignidad que llevan con la cabeza en alto.

Pero la dignidad incluye también el capítulo de los derechos humanos políticos. Los derechos humanos se violan en Estados Unidos, en México, en Francia, en todas partes. En esos países, con mayor o menor fortaleza, existen, empero, las instituciones, los mecanismos, las libertades, las organizaciones necesarias para la defensa y la lucha contra la violación de los derechos humanos por parte del Estado. En Cuba no existen. En Cuba nada puede ocurrir fuera del Estado porque es un Estado totalitario y una dictadura de 49 años. En Cuba no existen medios de comunicación que denuncien las violaciones de derechos por el Estado, no está permitida la oposición política, no existen ni las libertades ni las organizaciones para defender derechos políticos.

Estamos frente a un caso ejemplar con la defenestración de cuadros de primerísimo nivel del Estado cubano. Lage y Pérez Roque, especialmente, hubieron indignamente de inclinar la cerviz y reconocer que habían cometido errores, es decir, probablemente, como lo insinuó apenas Fidel Castro, se atrevieron a pensar en algunas rutas alternas a la férrea línea militar autoritaria de Raúl.

En Cuba hallamos la versión caribe del mismo tipo de cohesión social de su acérrimo enemigo. En Estados Unidos no basta con la invocación de su mito fundacional (los padres de la patria); son insuficientes las mil versiones de The Star-Spangled Banner (el himno gringo) y las miles de medallas deportivas.

El factor pilar de la cohesión social estadunidense, históricamente, fue la fabricación de algún enemigo externo que amenaza la seguridad de la libertad y la democracia. En Cuba la cohesión social fundamental la provee también un enemigo externo (no fabricado): el imperialismo vecino.

Si las actuaciones internas y externas de Lage y de Pérez Roque abrieron algunas simpatías en Estados Unidos, en América Latina, en Europa, y probables iniciativas positivas hacia la isla, acaso fue visto ello como un riesgo de distender la férrea disciplina política interna. Raúl ha decidido que es mejor eliminar el mal, o al menos el riesgo. El presidente cubano –desprovisto de la legitimidad histórica de Fidel– no tiene necesidad de dar explicación alguna de sus actos ni a los cubanos mismos.

Fidel y la revolución tuvieron una influencia difícil de medir sobre la historia de las izquierdas latinoamericanas, desde 1960. Brindaron ayuda a las izquierdas latinoamericanas que creyeron ver en la teoría del foco, en la toma violenta del poder, la posibilidad de alcanzar la justicia socialista.

La trágica muerte del Che en Bolivia mostró que la teoría estaba equivocada: los campesinos bolivianos no eran los mismos que los cubanos, y sin ese apoyo social la victoria de Fidel y su puñado de hombres habría sido imposible; con el tiempo se ha ido sabiendo algo del trabajo político que el Partido Comunista Cubano había hecho en el campo cubano y cuánto aportó en crear condiciones que fueron la base del triunfo de la guerrilla.

No es difícil percibir que la impronta de la revolución cubana se tradujo en el retraso de las izquierdas latinoamericanas. Aún el debate persiste: los (despreciables) reformistas versus los verdaderos revolucionarios.

Las izquierdas fueron imposibilitadas de buscar vías de unidad y de recorrer la difícil senda de aprendizaje político que fuera creando las bases sociales y las formas de vida, en los hechos, que permitieran la formación de gobiernos de izquierda, progresistas, por una vía democrática. El poder tomado por la violencia, más temprano que tarde desembocó en dictaduras. La URSS, China, Cuba…

La isla parece marchar hacia un capitalismo autoritario de Estado, y lo está haciendo por un túnel oscuro, muy oscuro.