Opinión
Ver día anteriorMiércoles 11 de marzo de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Modelo de repuesto
L

a crisis económica mundial tiene como centro causal una pareja de componentes por demás dañinos: la pauperización de los ingresos (salarios) de los trabajadores (clases medias incluidas) y la especulación depredadora que llevaron a cabo los fondos y bancos de inversión estadunidenses. Como envolvente de esa nefasta combinación de factores para el bienestar de las mayorías, la doctrina de la globalización, en especial sus vertientes financiera (desregulación) e industrial (outsorcing), ha jugado el papel demoledor. Este componente ideológico ha sido fundamental para que los modelos de crecimiento económico y gobierno en boga se hayan esparcido por todos los confines del mundo. Algunos países (los menos) se han resistido a varios de los mecanismos, prácticas y políticas que dichos modelos imponen. Son, a la vez, los que mejor se han defendido (en específico los asiáticos) de la mortandad de las empresas, la caída del consumo y el desempleo. Otros, en cambio, al adoptarlo con fiereza harán que su recambio sea muy doloroso y dilatado (Estados Unidos y Europa).

En este último apartado se halla México. Aquí, tanto autoridades como el grupo de presión dominante se empeñan no sólo en negar las evidencias, contrarias a lo establecido, sino que intentan remendar las aristas dañadas como salvaguarda a sus intereses. Se ha perdido tiempo y recursos valiosos tanto por su defectuoso diagnóstico (catarrito) como en su activa neutralización. Con el paso de los días, el costo para las familias se agranda, a tal grado que se ha ido configurando una real catástrofe para la capacidad productiva del país y, sobre todo, para el bienestar de las mayorías.

Más de un cuarto de siglo perdido para el crecimiento no parece haber sido suficiente para las elites subyugadas por el modelo neoliberal. Por estos aciagos días, el señor Calderón y su secretario de Hacienda todavía solicitan la continuidad urgente de las famosas reformas estructurales. Precisamente el paquete de modificaciones que han asaltado, a mansalva, los bolsillos, la salud y el futuro de los mexicanos (educación y retiro). Una tras otra han sido diseñadas para trasladar de las empresas a los trabajadores el costo que acarrea la globalidad. Han reducido salarios o, al menos, los han congelado por décadas. Tanto en México como en países desarrollados, la participación del trabajo en el ingreso nacional ha decrecido de manera alarmante a favor del capital. Ello indica, además, la concentración a favor de las clases sociales propietarias, beneficiarias únicas de la dichosa globalidad. Así, tales reformas redujeron las prestaciones sociales de los asalariados obligándolos a financiar sus retiros y jubilaciones. Trasladaron masivos recursos al sector financiero, sobre todo al externo (las Afore). Las instituciones de seguridad social (IMSS, ISSSTE) son un débil reflejo del pasado. Y todavía pretende la plutocracia que malgobierna darle una tarascada adicional a la legislación laboral con cambios que dejarán a los empleados en total indefensión. Los tratados de comercio sin barreras (TLCAN y adicionales) han sustituido al comercio internacional programado, integrador, con aranceles que refuercen el fisco y protejan a los productores contra prácticas depredadoras del exterior.

En fin, no se quiere aceptar, por parte de autoridades, empresarios y sus intelectuales afines, la centralidad dañina de la globalidad en la crisis actual. Tanto en la que viene de fuera como la que se ha ido gestando, internamente, en este cuarto de siglo. Se reprime la idea que pone a la precariedad del mercado interno como fruto torpe de paradigmas que provocan nulo crecimiento y total desarticulación del aparato productivo. La tendencia importadora que domina y condiciona el aparato productivo hace agua por todos lados. Baste decir que, si para el año 2008 la cuenta corriente de la balanza de pagos fue deficitaria en más de 15 mil millones de dólares, para los años venideros crecerá fuera de control y sus posibilidades de manejo serán nulas.

Similar situación se viene presentando en Estados Unidos. Barack Obama y sus consejeros luchan por reponer o encarrilar un aparato productivo que se ha desbarrancado (Warren Buffett dixit). El problema de la hipotecas impagadas es menor, apenas rebasa el billón de dólares (1.2). Lo grave es la pirámide que sobre ellas se montó: 12 billones por el multiplicador del sistema bancario normal y otros 100 o 150 billones con los que traficó Wall Street (y los financieros dizque de talla mundial). Esto quiere decir que enormes sumas de dinero ficticio se dedicaron a subvencionar a las familias estadunidenses ávidas de consumir lo que el resto del mundo les vendía. Muchas maromas tendrán que hacer ahora para evitar el pago de, al menos, parte de esas enormes cantidades de recursos que ya se gastaron (dos veces el PIB mundial o 10 veces su PIB interno) Desde este punto de vista fantasmagórico, la presente crisis es de mayor envergadura que la vivida en los años 30. Más temprano que tarde, la realidad se impondrá, tanto entre los vecinos como en otras partes (Europa, Japón, Latinoamérica).

Un modelo alternativo, basado en un comercio internacional bajo controles nacionales, retribuciones dignas al trabajo asalariado y al ingreso de los pequeños y medianos productores se ve como el horizonte deseado. En el caso de México, es necesario reponer, en la base de la pirámide económica, la aportación de un campo que exigirá la instrumentación actualizada de aquellas redes protectoras que, con tanto empeño e interesada visión, se desmantelaron. Hacer de la energía la efectiva palanca privilegiada del desarrollo y crecimiento del mercado interno. Volver a contar con un sistema de pagos, en manos de mexicanos, que multiplique el crédito a las empresas. Los monopolios, cuando sean indispensables, tendrán que sujetarse a estrictos controles y los grandes conglomerados actuales, fruto de protecciones indebidas, tendrán que ser puestos en manos conductoras distintas a las familiares o de grupo fáctico. Un fisco poderoso, bien cimentado en la justicia impositiva, es requisito indispensable para desatar las fuerzas constructoras. Y así por este camino se deberán buscar las demás salidas a las crisis que hoy someten la esperanza, convivencia y laboriosidad de los mexicanos.