Opinión
Ver día anteriorMiércoles 11 de marzo de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Entorno y lenguaje
L

as personas de ayer son distintas de las de hoy. No en su anatomía. No en la forma de nacer ni en la hora de morir. Las diferencias no son internas, provienen del mundo externo. El entorno –el aire, el agua, los bosques, la Tierra toda– se ha modificado. Lo ha tocado el ser humano. Sus actos han cambiado para siempre el lenguaje de la naturaleza. La contaminación, la desertificación y la deforestación han cambiado la realidad biológica. Se requieren otras palabras para describir lo que sucede en el medio ambiente y en el ser humano.

Las nuevas realidades biológicas han trastocado el diálogo que antaño existía entre norte y sur, entre la Luna y el Sol, entre las aves diurnas y las nocturnas. Un idioma inaudible pero real. Un idioma que no necesita la presencia del ser humano para ser escuchado pero que es imprescindible para que la vida siga.

El entorno que hoy nos rodea es nuevo. Ha modificado el lenguaje de la naturaleza, ha erosionado su hablar. La Tierra del siglo XXI precisa palabras que describan lo nuevo. Palabras que no escribieron los antepasados y que no concibieron quienes inventaron los idiomas. El nuevo entorno influye sin cesar en las personas. Ambos, seres humanos y medio ambiente, cohabitan y se influencian. Las personas de hoy son distintas de las de ayer. Inmersas en un entorno nuevo y enfermo viven y padecen los estropicios que ellos mismos le han causado al medio ambiente.

No es mera retórica: es un círculo que además de vicioso es perverso. Es una trampa que incluye las virtudes y las desvirtudes de la especie humana, no de la naturaleza. El ser humano es el causante. La naturaleza carece de responsabilidad. Por eso se habla de catástrofes y de calamidades. Ernesto Garzón Valdés explica que catástrofe es la desgracia, el desastre o la miseria provocados por causas naturales que escapan al control humano y calamidad sólo aquella desgracia, desastre o miseria que resulta de acciones humanas intencionales. El ser humano es el responsable moral de las calamidades.

Tanto las catástrofes –involuntarias– como las calamidades –voluntarias– han devenido cambios en el ambiente y éste en el ser humano. Es un círculo que todo engloba. Nadie queda afuera. Nada escapa. La naturaleza no admite dobles morales ni discursos trasnochados y, menos aún, se interesa en las reuniones que año tras año concitan a los líderes de las grades potencias. Los ecologistas leen la naturaleza y advierten: la enfermedad de nuestro hábitat es grave.

Las personas que se dedican a la Tierra saben que respira con otro ritmo y que su porosidad se ha modificado. La Tierra no es un cadáver pero sí una enfermedad. Dominan, lo dicen los estudiosos, signos ominosos. Ejemplos sobran. Escribo uno. En 2002, un estudio demostró que en Argentina, país rico en lo que respecta a la producción de alimentos, uno de cada cinco niños menores de 10 años padecía desnutrición; también se han registrado muertes por hambre. La calamidad se originó por la corrupción gubernamental. La corrupción y la impunidad son el alma de las calamidades: los políticos son los culpables de la mayoría de los desastres. No se requieren estadísticas para asegurarlo. Es suficiente escucharlos y mirarlos unos minutos. Las calamidades han advenido un mundo insolidario, un mundo enfermo.

Los lenguajes se crearon hace muchos años. El medio ambiente era otro y el ser humano guardaba otros vínculos con su casa, con la Tierra. Las personas de ayer son distintas de las de hoy. Cuando expresan sus males y sus preocupaciones tienen que utilizar otras palabras. El ruido, el tráfico, las migraciones, el miedo, la violencia callejera, la contaminación ambiental, la inseguridad, la pérdida de espacios recreativos y otras pestes no son gratuitas. Dañan. El desorden del mundo tiene límites.

Buena parte del lenguaje cotidiano y del tiempo de muchos seres humanos se relaciona con lo que sucede en el nuevo entorno. Vivimos inmersos en patologías sociales y ambientales antes no descritas. Si bien es imposible saber cuáles serán los costos humanos en el futuro, es absurdo pensar que no emergerán nuevas patologías.